Este martes comenzará a develarse el futuro de la por ahora primera potencia mundial. Pero salvo un triunfo demoledor de Joe Biden -que no está en los cálculos de nadie- no es fácil predecir cuándo se sabrá quién ocupará la Casa Blanca durante los próximos cuatro años. Por lo que es de temer que el actual presidente embarre la cancha si el resultado viene reñido. O que el conteo final en algunos distritos se demore, dando paso a que bandas supremacistas armadas busquen inclinar la balanza a lo bruto en favor de Donald Trump. En un clima altamente sensible por los últimos estallidos raciales, no son pocos los que prevén escenarios como para una guerra civil.

Esta situación es vista con preocupación en el resto del mundo. Para los habitantes del sur del continente, sin embargo, difícilmente un triunfo de republicanos o demócratas signifique una diferencia tan grande. A pesar de lo cual, tanto para Trump como para su desafiante, el voto latino sí interesa. A tal punto que uno de los estados clave, donde se jugará gran parte del comicio, será Florida, donde en 2000 los republicanos metieron la mano en las urnas para conseguir al cabo de 40 días de pujas, el triunfo de George W. Bush por 537 votos y llevarse los 29 electores estaduales.

En Miami, más precisamente, viven dos comunidades determinantes en las presidenciales: cubanos y venezolanos. Ni bien Trump asumió, clausuró el acercamiento impulsado por Barack Obama en diciembre de 2014 con Raúl Castro. Obama reanudó relaciones tras reconocer que la política de aislamiento iniciada con la expulsión de la OEA en 1962 había sido un fracaso que, paradójicamente, había aislado a EEUU de la región. No puso fin al bloqueo económico, por lo que desde 2016 Trump pudo profundizar las sanciones más que antes, para satisfacción de los más reacios a arreglar con el gobierno de la revolución.

Es curioso cómo los conservadores lograron torcer una tendencia que había visto Obama. En todas las encuestas de entonces, los cubano-estadounidenses más jóvenes apoyaban la apertura, ya que eso les permitía un mayor acercamiento a las familias que quedaron en la isla y además, daba pie a relaciones comerciales beneficiosas con Cuba. No es esa la línea de dos halcones republicanos como los senadores Ted Cruz y Marco Rubio, o del nuevo titular del BID, Mauricio Claver Carone, ciertamente.

Pero al mismo tiempo que abría las puertas a Cuba, Obama puso la mira en el gobierno bolivariano. Tal vez para compensar, en marzo de 2015 emitió un decreto ejecutivo (DNU) que declaró una «emergencia nacional» al calificar a Venezuela como una amenaza «inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y a la política exterior” de EEUU. Trump llevó esta decisión al límite de expropiar bienes venezolanos, asfixiar al máximo su economía y promover una invasión militar mediante una alianza derechista regional.

Trump sabe cómo explotar esa tradicional paranoia del hombre blanco estadounidense. Basó su campaña del 2016 en denigrar a los migrantes mexicanos y con la promesa de erigir un muro a lo largo de la frontera para impedir que más latinoamericanos fueran a “robarles el trabajo y la seguridad” a los estadounidenses. Pero hay 32 millones de hispanos con derecho a voto, una cifra nada despreciable.

Ahora la estrategia pasó, primero, por una guerra comercial con Beijing. Luego culpó de la pandemia a los chinos, creadores del “virus de Wuhan”. Finalmente, el enemigo ya no fue un genérico nacional sino específicamente el Partido Comunista Chino. La amenaza ahora es el comunismo, y aunque resulte increíble, acusa al ex vicepresidente de Obama de ser “compañero de ruta” del socialismo. Eso sin dejar de recordar -en esto su contrincante contó con amplia cobertura mediática- que tanto Joe como su hijo Hunter Biden están hasta el cuello en un caso de corrupción con una empresa energética de Ucrania.

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Esta semana ambos candidatos hicieron campaña en Florida. “Estoy con el orgulloso pueblo de Cuba, Nicaragua y Venezuela en su justa lucha por la libertad”, se despachó el presidente, que acusó a la administración Obama de haber negociado “el terrible acuerdo Obama-Biden-Santos con los carteles de la droga colombianos, rindiéndose a los narcoterroristas”. Como si esto fuera poco, dijo que Biden se reunió con Nicolás Maduro y quiere convertir a Florida en Cuba o Venezuela.

Biden replicó que Maduro es un dictador, como indica el manual de ciencias electorales. Pero agregó que Trump no era el mejor indicado para apuntar con el dedo acusador. “Mientras deportaba inmigrantes latinoamericanos, dejó que Rusia extendiera una presencia importante en La Habana”, argumentó, como en un discurso de la Guerra Fría. “Trump ni siquiera otorgará un gran estatus temporal a los venezolanos que huyen del régimen opresivo de Maduro, con quien sí me he reunido y les digo que es un matón”, respondió.

Pero más allá de la pirotecnia, en caso de llegar a la Casa Blanca, quizás Biden termine por agradecerle Trump por el trabajo sucio, en la región pero también en el mundo, para la persistencia del sistema imperial.

Voto a voto

Unos 232 millones de ciudadanos pueden votar, 86 millones lo hicieron en forma adelantada. Hay más plazo para votar por correo.

Impuestos

Trump, que redujo como nadie los impuestos a los millonarios, dice que si gana Biden la clase media deberá pagar mas impuestos.