Es muy difícil comenzar una revolución, más difícil incluso es continuarla, y lo más difícil de todo es ganarla. Pero después, una vez que hayamos ganado, comenzarán las verdaderas dificultades.

(La Batalla de Argel, 1966, dirigida por Gillo Pontecorvo)

Por supuesto, el acceso al poder de Gustavo Petro en Colombia no es producto de un levantamiento armado, sino de las elecciones que ganó junto con Francia Márquez. Petro fue guerrillero, estuvo preso, fue diputado, senador e intendente de Bogotá; Márquez es feminista, ecologista y abogada. Estos perfiles representan las demandas populares expresadas en las manifestaciones de abril de 2021. 

La bienvenida no se hizo esperar.

Ron DeSantis, Gobernador del estado norteamericano de Florida, afirmó que “los resultados de las elecciones son decepcionantes para quienes creen en la libertad en el hemisferio occidental. Elegir a un ex narcoterrorista y marxista para dirigir Colombia va a ser desastroso (…) Tenemos un problema con el marxismo y el totalitarismo extendiéndose”.

Vargas Llosa, por su parte, apuntó que los colombianos “han votado mal” y solicita que “sea simplemente un accidente enmendable y corregible en un futuro más o menos inmediato”. ¿Qué nos sugiere con esa inmediatez? ¿Golpe de Estado, de mercado, asedio parlamentario, asesinato, compra? “Ojalá Colombia se mantenga dentro de la estricta legalidad que ha caracterizado la historia colombiana”. 

¡Extraña legalidad la que Vargas Llosa otorga a Colombia! En situación de violencia política estructural, primero entre conservadores y liberales, el asesinato de Gaitán en 1949 originó el “bogotazo” y recrudeció el conflicto que llaman “la violencia”. Luego con el surgimiento de guerrillas, la aparición del fenómeno narco, las milicias de extrema derecha, la intervención norteamericana a través del Plan Colombia primero y Paz Colombia después, con incumplimiento de los acuerdos de paz… sin hablar de los “falsos positivos”, que es así como llaman a la ejecución extrajudicial de políticos populares, líderes sociales, ex guerrilleros, sindicalistas  (las cifras varían entre 2000 y 6000 para los dos últimos decenios).

La sociedad colombiana es una de las más desiguales del continente, donde el 10% más rico gana hasta 17 veces más per cápita que el 40% de la población más pobre (en Argentina esa relación es de 8). La gestión de la pandemia arrojó una sobremortalidad de 68% (en Argentina fue de 16%). Bien parece que el establishment colombiano utiliza más la violencia que el consentimiento como modo de regulación social.

Como todos los gobiernos populares, el de Petro y Marquez encontrará un Estado diseñado para determinados fines, y no para otros. Los proyectos de reforma agraria, fiscal, cuidado ambiental, seguridad social; políticas industriales, sanitarias, de viviendas, de transporte; cumplimiento de las acuerdos de paz, desarme de paramilitares, reforma de las fuerzas armadas y de la policía… Todos son temas que llaman una nueva institucionalidad.

La exigencia es transformar la sociedad y al mismo tiempo reformar el Estado, único instrumento de cambio en manos populares. Habrá que enfrentar esas  “verdaderas dificultades” que brinda la victoria. “Pacto Histórico”: un nombre que también es un proyecto.  «