Qué habría pasado, cómo seguiría la historia, si un día el país amaneciera con el anuncio de que 92 diputados, el 36% de los 257 que componen la Cámara baja, habían fletado un chárter y llegaban a Montevideo, por ejemplo, pidiendo auxilio para la democracia. Parece un libreto de mala calidad. Sin embargo, el hecho existió. Pasó hace dos semanas en la casa matriz de la democracia occidental y cristiana, en Estados Unidos, cuando 54 de los 150 diputados de Texas se tomaron un avión y, ya en Washington, le contaron al presidente Joe Biden lo mal que están las cosas en el estado sureño. Y les pidieron a sus pares federales que votaran una ley que evitara que el gobierno republicano texano fijara límites al voto. Hay mucho negro, mucho caribeño, mucho pobre en ese estado que alguna vez fue México.

Desde que Donald Trump abrió la jaula del Partido Conservador y el 6 de enero quiso dar un golpe de Estado, Biden se repite, plañidero. Pide que le den una mano en defensa del status, para que Estados Unidos –dice– pueda seguir llevando por el mundo la bandera de la democracia. El 31 de mayo habló en el homenaje anual a los caídos de la guerra, “quienes en un último sacrificio dieron su vida por la libertad y la democracia”.

Fue entonces que advirtió que “la democracia está en peligro aquí, en casa, y en el mundo”. Al día siguiente, en un foro de la ultraderecha celebrado en la ciudad de Dallas (estado de Texas), el general Michael Flynn, quien fuera asesor de seguridad de Donald Trump, sugirió que “aquí deberíamos dar un golpe de Estado al estilo de Myanmar”. Una masacre.

Los legisladores texanos habían huido después de que el gobernador estadual los amenazara con “encerrarlos hasta que hagan bien su trabajo”, es decir, hasta aprobar una ley que limita el derecho al sufragio y proclama, como en tiempos pretéritos, el voto calificado. Volver a una falsa democracia en la que sólo voten quienes detenten el poder de la riqueza o del conocimiento. Ellos contaban con que en el Capitolio de Washington finalmente se aprobara la llamada Ley para el Pueblo, en defensa del sufragio a nivel nacional. Pero erraron en el intento. Mal usando la llamada Regla Filibuster –por algo llevará ese nombre– que en ciertos casos exige mayorías especiales, los republicanos impidieron que el proyecto fuera siquiera discutido.

Texas no es un caso aislado. Es solamente el último. El mismo presidente Joe Biden se ha ocupado de resaltar que, durante las últimas semanas, 17 de los 50 estados norteamericanos han promulgado 28 nuevas leyes con el único objetivo de dificultar el voto. Otros 400 proyectos con el mismo propósito aguardan su tratamiento en todo el país. Esas iniciativas coincidentes –hasta podría asegurarse que concertadas desde una misma usina– tienen la marca registrada de representantes del Partido Republicano. Aunque ciertamente no todas, como para probar que no son muchas las diferencias entre los dos viejos partidos. La prueba es que precisamente 14 de esos trabajos puestos a estudio y consideración tienen la autoría de algún diputado del Partido Demócrata.

El proyecto limitante texano hace blanco, siempre de forma discriminatoria, en los negros y los residentes de las grandes ciudades, como Houston, la cuarta más poblada del país. Las nuevas normas buscan suprimir, dificultar o controlar el voto. Van desde imponer nuevos requisitos de identificación y dificultar seriamente el acceso a las mesas de votación, hasta la forma de emisión del voto postal. Otras medidas están “pensadas para otorgar más poder a las cúpulas estatales a la hora de certificar el voto, lo que implica incluso el poder de desechar el resultado”, según reseñó el diario mexicano La Jornada. Los republicanos les llaman “proyectos de integridad electoral”, y dicen que “están pensados para combatir el fraude electoral”.

Simplificando las cosas, muchas veces se ha dicho que Estados Unidos invade y mata por todo el mundo para que Hollywood haga sus grandes producciones. Esta vez, mientras Biden juega el papel del bueno, lo que oculta –y eso es difícil de filmar– es el juego del malo que pretende apagar el incendio propio incendiando a su “patio trasero”. Enviando asesores a Puerto Príncipe para rescatar lo que pudiera haber en Haití de democracia. Preparando los drones portadores de wi fi para invadir el espacio aéreo y hacer que los cubanos tengan una mejor llegada de las redes que agreden su Revolución. Condenando a Venezuela, como a Cuba, con un bloqueo que ahoga la vida de su gente.

Un país con 19 millones de veteranos de guerra

“A la chingada con las guerras. Estamos hartos de desfiles, los ‘muchas gracias por su servicio’ y las promociones del 50%  para los veteranos. Lo que queremos es que la gente viva sin amenaza de balas y bombas estadounidenses”, respondió Veteranos por la Paz al lacrimógeno discurso de Joe Biden en el cementerio de Arlington, con motivo del Día de los Caídos. “Indigna que haya un día que glorifica al nacionalismo y al patrioterismo e ignora el daño y los traumas que el militarismo provoca en todo el mundo”.

“Indigna cuando nos llenan de lugares comunes, elogiando a los soldados mientras siguen mandándolos a la guerra para forrar los bolsillos de los ricos. Estamos asqueados de que se glorifique el militarismo”, señaló por su parte Veteranos contra la Guerra. “Cuando recordamos a los soldados pero no a las víctimas, cuando glorificamos la muerte de millones y presentamos las matanzas como algo noble, no estamos honrando a los muertos de las guerras, estamos incitando a que los vivos se sumen a ellas”, agregó la segunda mayor entidad de militares retirados

En Estados Unidos viven 19 millones de veteranos. Un promedio de 22 se suicida cada día, todos los días, hoy. Más de 300 mil padecen secuelas psicológicas. Casi 1,5 millones de los 3,8 millones que desde 2001 han servido en las fuerzas armadas cargan con alguna forma de incapacidad. El total de muertos desde 1861 es de mucho más de un millón (1.243.826), considerando sólo la Guerra de Secesión, las dos guerras mundiales, Corea, Vietnam, Irak, Afganistán y otras “menores”. Nunca se dice a cuántos mataron en otras tierras en nombre de la libertad y la democracia. A cuántos están matando hoy, ahora mismo.