Alessandro Forina es antropólogo cultural y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid. Junto con Francesca Ricciardi y José Ariza de la Cruz publicaron un trabajo en la revista española Viento Sur donde definen a las políticas migratorias de Unión Europea y de EE UU como necropolítica. De eso habla en esta charla con Tiempo. «Necropolítica son aquellas políticas de muerte que se ponen en marcha a través de múltiples factores como el cambio climático, los desastres naturales, la violencia y la degradación socioambiental, los conflictos armados, el expolio de recursos y la contaminación ambiental, entre otros», adelanta Forina.

–En tu trabajo señalás las políticas securitarias de la UE y de EE UU en su frontera sur con esa problemática.

–Las políticas securitarias tienen muchos elementos en común y las podemos enmarcar en las hipótesis de Michel Foucault de la micropolítica y del filósofo camerunés Achille Mbembe, que desarrollaron el concepto de Necro-política y el Necro-poder. Esta capacidad discursiva o narrativa de poder definir al otro es el mecanismo que utilizan sobre las poblaciones que emigran de otros lugares (África u Oriente Medio a Europa; Centroamerica y el Caribe a EE UU). Lo construyen desde los sectores del poder, con una industria de la seguridad de las fronteras, en una suerte de filtros que impiden que quienes huyen de situaciones límite puedan llegar a un refugio seguro. En estos intentos de huida, por culpa de esos dispositivos de securización, cientos de miles de personas han muerto. Muchos deben huir del sur a causa de problemáticas originadas o provocadas por el norte.

–Según subrayás en tu trabajo, la necropolítica no se origina en un solo poder soberano excluyente sino que emerge de un laberinto de fuerzas en acción.

–Sí, porque no es sólo de parte del Estado, sino que son múltiples factores, entre ellos las corporaciones multinacionales. El problema de la degradación lenta no es fácil de detectar. Al principio, es una acumulación de problemas, y de repente es la dificultad de poder detectar culpables. Las responsabilidades se difuminan a través de otras decisiones que van mas allá del Estado y que son transnacionales, con diversidad de intereses: armamentísticos o extractivistas que se retroalimentan.

-Según destacás, hay autores que plantean que la promesa de salvación planetaria es una poderosa justificación que alguien podría usar para legitimar una amplia gama de acciones, incluida las violentas.

–El poder puede utilizar las narrativas del ecologismo, que son la preservación del planeta, respetar los recursos de la naturaleza que nos permiten la vida. Grandes corporaciones, filántropos, multimillonarios, con esa promesa pueden justificar el desechar a otras personas por un supuesto bien superior que es la salvación planetaria. Por esa razón tenemos que estar alertas.

–También señalás que en el actual estadio de la globalización neoliberal, el acervo obstaculiza la producción de aparatos normativos, sociales, económicos y culturales para hacer frente a esta lenta violencia climática y ambiental y se dificulta la configuración de políticas públicas de protección a aquellas personas y poblaciones que se ven gravemente afectadas.

–Es uno de los problemas que observamos: cómo proteger a las personas que huyen de contaminaciones, del extractivismo, de explotación de recursos, de los efectos y de los conflictos producidos por el cambio climático. Uno de los problemas jurídicos que tenemos es la dificultad para detectar las responsabilidades. La Convención de Ginebra de 1951 define qué es un refugiado en base a determinados agentes que persiguen a determinadas personas por determinados motivos. Pero el tema de la degradación lenta, de la contaminación lenta y del cambio climático y de los problemas socioambientales es mucho mas difícil de legislar. Está el caso de Kiribati, un país del Pácifico que será inhabitable en menos de 15 años por el crecimiento del nivel del mar. Muchas familias emigraron para ponerse a salvo en Nueva Zelanda, pero no había un marco legal que les podría proteger. Es un caso emblemático.

–Un debate actual es sobre la diferenciación entre los refugiados por cuestiones políticas y los migrantes forzados por otras razones.

-Se vio muy claramente con la crisis de los refugiados por la guerra de Siria. Los que huían de otras regiones, como los sub-saharianos, eran vistos como meros migrantes económicos. Podríamos relacionarlo con el concepto de necropolítica, ya que se aplicaba para todos aquellos que no fueran sirios, efectivizando una separación entre los migrantes forzados según de qué región fueran originarios. La pobreza no era tomada como razón suficiente de una migración forzada, cuando es evidente que las raíces de la pobreza son inducidas políticamente. Se utilizaba el refugio para dividir quién merecía vivir y quién no. El resultado de estas políticas fueroan miles de muertes por ahogamiento en el Mediterráneo, cuando eran personas que merecían protección.

–¿Cuál es el papel que juega el derecho en este caso?

–El derecho viene a ser un dispositivo utilizado por el soberano para imponer su dominación. Pero también desde los Movimientos Sociales, de la Academia, desde las Organizaciones podemos bregar para que el soberano utilice el derecho para proteger. Tenemos que apropiarnos de las cosas que tenemos, como los DD HH, que están pensados para proteger y no para excluir.

–¿Qué futuro avizorás en materia de migraciones?

–El futuro no pinta bien. Estamos observando un crecimiento importante de los desplazados en todo el mundo. En el último informe de ACNUR, ya en el 2021 estábamos batiendo otro récord, con 90 millones de refugiados y desplazados forzados, y las perspectivas del 2022 superarían los 100 millones por la guerra de Ucrania. En EE UU, con Trump, se restringieron mucho mas las fronteras y se profundizaron las narrativas xenófobas. Debemos apropiarnos de narrativas de inclusión, de inter-culturalidad, de DD HH. Este planeta es para todo el mundo y no sólo para algunos.   «