Michel Foucault nos enseñó que el control de las sociedades no sólo se efectúa mediante la conciencia, la cultura o la ideología, sino también en el cuerpo y con el cuerpo. Lo biológico, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una entidad biopolítica, decía, y la medicina es, por lo tanto, en este marco, una herramienta biopolítica.

Estamos hoy ante el coronavirus, y la sensación generalizada es que se está saliendo de control. Pánico, psicosis y escenarios distópicos cuasi apocalípticos nos acompañan desde las pantallas y generan más allá de la obvia emergencia sanitaria, una sensación de crisis económica global impredecible. Un aspecto imprescindible del debate es entonces, intentar discernir si el inicio de la pandemia en la lejana Wuhan, ha sido casual o causal. Wuhan no es cualquier lugar, es un punto estratégico del desarrollo chino, una especie de Silicon Valley en la República Popular China.

El sentido común “políticamente correcto”, nos incita a desechar cualquier conspiración sobre el inicio de la pandemia, sin observar que estamos en presencia de una lucha geopolítica central, donde Estados Unidos pelea por su supervivencia como organizador mundial unipolar, tratando de impedir por todos los medios el surgimiento de un mundo multipolar donde China y Rusia sean sus pares. Por lo tanto hipótesis de explicación y motivos para una conspiración hay, y de sobra.

Se cumplen 20 años del documento “Reconstruyendo las Defensas de América”. Aquella “guía de trabajo” elaborada por el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC), el think tank dirigido por Dick Cheney, Donald Rumsfeld y el “viejo nuevo conocido” Elliot Abrams. Ahí podía leerse textualmente: “Dado que la paz de hoy es el producto único de la preeminencia estadounidense, el hecho de no preservar esa preeminencia permitirá a otros la oportunidad de moldear el mundo de manera antitética a los intereses y principios estadounidenses”. Luego señalaba: “Las formas avanzadas de guerra biológica, que pueden apuntar a ciertos genotipos, pueden transformarla de un reino de terror, en una herramienta política útil”.

Probablemente todavía dé vueltas por el salón oval de la Casa Blanca una copia de aquel documento. La política exterior de Trump se parece mucho a aquellas ideas, a pesar de la indeseable declaración de emergencia que tuvo que anunciar este viernes último, bajo la sospecha de 50 mil infectados de coronavirus, en suelo estadounidense. Mientras esto sucede en la superficie, en las placas subterráneas de la geopolítica global, se observan ganadores y perdedores de esta situación.

En primer lugar y más allá de lo que repiten múltiples análisis occidentales, la baja sustancial del precio del petróleo tiene una primera víctima clara: el petróleo no convencional de Estados Unidos, el que por su técnica de fracking tiene costos de producción que inviabilizan su extracción a estos valores. Por otro lado hay un beneficiario directo: China, principal consumidor de petróleo importado, y que en los precios actuales reduce a la mitad sus costos de importación energética, previsionados hace apenas 30 días.

Por otro lado, las bolsas del mundo expresan su pánico con caídas masivas de las acciones en todos los rubros y con estados nacionales usando sus recursos “públicos” para salvar empresas “privadas”, en un nuevo capítulo, de la ficción llamada libre mercado.

No sabemos si la premonición de Fredic Jameson cuando decía, “resulta hoy más difícil de imaginar, el fin del mundo que el fin del capitalismo” se cumplirá. Lo que parece claro, es que la globalización capitalista financiera está dispuesta a mantener sus “paradigmas civilizatorios” aun al costo de una pandemia mundial, de final absolutamente incierto. «