Cuando al escritor italiano Primo Levi, sobreviviente del campo de concentración de Monowice, le preguntaban cómo era posible que hubiera sucedido Auschwitz, su contestación desorientaba al auditorio. Lo que él se preguntaba era por qué no ocurría más seguido, dada la facilidad con que se propagan y encuentran aceptación algunas ideas irracionales. 

La escena protagonizada este lunes por Baby Etchecopar en la puerta de Radio 10 le daría la razón a Levi. No sólo maltrató de la peor manera y discriminó a una representante del Movimiento Evita valiéndose del poder que le otorga el micrófono, sino que acudió a sus oyentes para que lo defendieran. Fue así que algunos seguidores, entre ellos varios taxistas, acudieron en su ayuda para “defenderlo” de la pacífica protesta de las compañeras de la mujer denigrada. Según parece, siempre hay gente dispuesta a defender lo indefendible.

No es la primera vez que Etchecopar actúa de esta manera. Por el contrario, no construyó su fama en base a ninguna virtud periodística, sino a través del maltrato a sus oyentes, la discriminación y la proclamación de un odio profundo hacia los sectores populares. Es su odio explícito, que muchos toman por inocuo pintoresquismo en la construcción de un personaje mediático, la característica distintiva de su discurso. Sin embargo, Etchecopar ha dado sobradas pruebas, tanto en su vida privada como pública, de ser un violento. Luego de haber matado al ladrón que entró a su casa, se produjo una cierta moderación en su discurso tendiente quizá a demostrar que no era realmente el monstruo que parece ser. Pero le duró poco. ¿Por qué habría de moderarse cuando el Presidente y la ministra de Seguridad elogian el accionar de un policía que mata a un ladrón por la espalda y lo visitan en la cárcel?

También podés leer: “Lo escrachamos para defender a una compañera violentada por ser mujer y pobre”

Resulta curioso que las entidades periodísticas que se rasgan las vestiduras por la situación de la prensa en Venezuela jamás hayan señalado que el discurso de Etchecopar constituye una permanente instigación a la violencia y acepten de buen grado su arengas discriminatorias en las que ni siquiera recurre a eufemismos.

Igualmente curioso resulta que sus oyentes lo sigan aun cuando les corta el teléfono y los denigra al aire  poniendo en juego un autoritarismo repudiable. ¿Tienen sus seguidores una matriz masoquista o están afectados por el síndrome de Estocolmo? ¿Por qué quienes instituyeron la muletilla “la grieta” no se manifiestan contra quien proclama a los cuatro vientos su odio de clase y hace de la denigración una forma de ejercer el periodismo?

Es terrible que exista en los medios un personaje tan violento que al lado de él hasta Micky Vainilla resulta un discriminador moderado. Pero más terrible aún es que la sociedad lo tolere y una parte de ella lo aplauda otorgándole de este modo patente de corso.

Sería lógico preguntarse si Etchecopar más que un violento con micrófono que actúa por cuenta propia no es una muestra de parte de un país empeñado en dispararse en los pies yendo en contra de sus propios intereses, de una parte del país un tanto amnésica que a la hora de decidir no tuvo en cuenta la historia reciente, de parte de un país que ve la corrupción en el ojo ajeno y no la ve en el propio, de una parte del país para la que el problema son los planes sociales y no la fuga de capitales, ni las empresas off shore de los funcionarios, ni la piratería de guante blanco que impone el hambre con la promesa de un futuro paraíso. Ya sería hora de reflexionar y preguntarse quiénes son los violentos y quiénes son los ladrones.