Sepultado en el silencio de las profundidades océanicas, sin más indicios que esa anomalía hidroacúsica que al cabo fue una explosión –o implosión– y que redujo drásticamente las esperanzas de hallar a los 44 tripulantes del ARA San Juan con vida, el submarino perdido habita un mar de dudas e interrogantes, información retaceada, presuntos ocultamientos y muy pocas certezas, salvo la más urgente y desalentadora: a once días de su última comunicación, todavía no lo encuentran.

El tiempo apremia frente a este drama argentino que concita la atención internacional. Durante una semana, la conjetura de la avería no resuelta y la imposibilidad de emerger activó la sorda cuenta regresiva del oxígeno disponible, pero el “ruido consistente con una explosión” ensombreció la búsqueda, al punto que varios familiares de los submarinistas, atrapados en la agonía de la espera, dijeron lo que los medios sólo se atreven a sugerir y los funcionarios, si saben, callan: que “están todos muertos”, como aseguró el mismo jueves Luis, el papá del teniente de corbeta Alejandro Tagliapietra, uno de los 44.

En medio de las inconsistencias y recelos que más temprano que tarde se llevarán puestos a la plana mayor de la Armada y presumiblemente al “invisible” ministro de Defensa, la búsqueda y el eventual rescate se convirtieron en pocos días en un gigantesco operativo multilateral que congrega los más sofisticados recursos en prospección subacuática de las grandes potencias y en el que el gobierno nacional no parece tomar todas las decisiones. Sin rastros aún, lo que abundan son las incógnitas.

¿Estaba el ARA San Juan en una misión secreta? 

Marta Yáñez, la jueza federal de Caleta Olivia que investiga en la causa provisoriamente caratulada “averiguación de ilícito”, aseguró que la misión que llevaba adelante la nave era “un secreto de Estado”, que podía tener “carácter confidencial”. El capitán de navío Enrique Balbi, quien oficia de paciente y empático vocero de la Armada desde que se reportó la desaparición, lo negó. El submarino zarpó de Ushuaia el lunes 13 rumbo a Mar del Plata. La versión oficial es que participaba de un operativo de detección de maniobras de pesca ilegal en los límites de la Zona Económica Exclusiva. En la operatoria habitual, el submarino es escoltado por la División de Patrullado Marítimo, manteniendo comunicación constante. En el trayecto previo Mar del Plata-Ushuaia, lo acompañaron las corbetas Guerrico y Granville. No estaban allí cuando se interrumpió la comunicación con el submarino, el miércoles 15, ni se les ordenó retomar la escolta luego de reportado el principio de avería o falla eléctrica en el compartimento de baterías. Para la Armada, no era una emergencia. Lo dijo Balbi: “Subsanado e informado por el comandante” el inconveniente, “no tenía por qué estar acompañado por unidades de superficie”. El vocero alegó que la presencia de una corbeta “no hubiese impedido el siniestro”. Pero sí hubiera permitido identificar rápidamente las coordenadas del incidente y resuelto lo que hoy es una infructuosa búsqueda.

¿En qué condiciones estaba el submarino? 

“En perfectas condiciones para navegar”, dijo Mauricio Macri. Y aunque desde los medios oficialistas se intenta poner en duda su reparación “de media vida”, realizada en el Complejo Industrial y Naval Argentino (CINAR), lo cierto es que, tras un período de pruebas en el agua –que incluyó un desperfecto en 2014 que se solucionó en los astilleros– y la llamada “etapa de garantía”, “fue entregado a la Armada Argentina y se encuentra operativo”, tal como suscribió Marcos Peña en un informe de 2016 ante el Congreso. “El submarino se entrega con todo un procedimiento de mantenimiento que tiene que hacer la Armada cada 15 meses. Después de la entrega, desconocemos si el gobierno actual invirtió para hacer el mantenimiento. Ahí ya no responde Tandanor. Si te entregan un coche 0 km y no le cambiás el aceite, se va a romper.  Es como la verificación técnica de un auto”, explicó a Tiempo Mauricio Meliá, secretario adjunto del Sindicato de Trabajadores de Talleres y Astilleros Navales (Sittan).

¿Qué pasó el miércoles 15? 

La última comunicación con el ARA San Juan fue a las 7:30 del miércoles. El “evento anómalo, singular, corto, violento y no nuclear consistente con una explosión” informado por la Organización del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (CTBTO) se registró a las 10:51. La hipótesis más firme, si la avería inicial fue la que divulgó la Armada –una entrada de agua por el snorkel hacia un pañol de baterías–, es que un cortocircuito en las baterías haya producido una reacción explosiva, generando un arco voltaico entre aquéllas y el casco del navío y una onda expansiva letal. Otra posibilidad, igualmente ominosa, es que el cortocircuito haya provocado una reacción química entre el agua salada y el ácido de las baterías, suscitando una violenta nube tóxica dentro del submarino. La explosión echó a rodar otras versiones sin mayor sostén empírico (pero a esta altura no hay evidencias que permitan abonar o desechar enteramente ninguna teoría): que haya sido “torpedeado” por un submarino inglés por entrar en la zona de inclusión dispuesta por el Reino Unido en torno a las Malvinas, o que lo haya impactado una mina de fondo instalada durante el conflicto bélico de 1982. En tren de no dejar de lado ninguna hipótesis, la jueza Yáñez tampoco descartó la de un ataque extranjero. Balbi se apresuró a desechar tal posibilidad.

¿Hubo ocultamientos de parte del gobierno y la Armada? 

“Son unos desgraciados, nos mintieron”, estallaron los familiares el jueves, en la Base Naval Mar del Plata, cuando desde la fuerza les informaron que el ruido era una explosión. Llevaban ocho días sin noticias. “Nos tuvieron acá una semana cuando ya sabían de la explosión”, gritaba Itatí Leguizamón, esposa del cabo Germán Suárez. Todavía no está claro cómo se llegó al dato entregado por el CTBTO, y si el gobierno lo supo antes, como sugiere en este diario la especialista Elsa Bruzzone (ver página 4). Rafael Grossi, embajador en Austria y especialista en temas nucleares, lo solicitó al organismo con sede en Viena. La Argentina es uno de los países que suscribió el Tratado y tiene tres estaciones de monitoreo (en Tolhuin, Bariloche y en la terraza de la Autoridad Regulatoria Nuclear, en Núñez), pero ninguna es hidroacústica, como las de las islas Ascensión y Crozet, que detectaron la explosión. Los países miembros reciben un boletín con la data procesada en el centro vienés, pero que sólo informa los episodios sísmicos, radiactivos o sonoros sospechosos de actividad nuclear. Si la gestión ante el CTBTO no fue motivada por un reporte previo, resta saber por qué, puesto que la única hipótesis que se manejaba hasta entonces era la de una avería en las baterías y la consecuente imposibilidad de emerger, la indagación se dirigió a buscar un “ruido”. De hecho, días antes la Armada ya había instalado la versión de un “ruido”, desechado luego como de origen “biológico”.

En cualquier caso, la misma noticia de la avería reportada en el sistema de baterías y supuestamente subsanada tampoco se supo de inmediato, y fue el primer capítulo de las suspicacias que ya no tienen retorno entre el Ministerio de Defensa y la Armada. Desde el entorno del ministro Oscar Aguad siguen lamentando haberse enterado por los medios. Su actvidad en Twitter se detuvo torpe e infortunadamente el domingo pasado, con las “siete señales de llamadas satelitales que provendrían del submarino San Juan. Estamos trabajando arduamente para localizarlo y transmitimos la esperanza a las familias de los 44 tripulantes: que en breve puedan tenerlos en sus hogares”.

Operativo con apoyo ruso y de EE UU

El último parte de la Armada reportó novedades sobre el operativo de búsqueda que se desplegará con el apoyo de Estados Unidos y Rusia. Mientras que el buque Sophie Siem fue adaptado especialmente en Comodoro Rivadavia para poder trasladar un minisubmarino estadounidense a la zona de búsqueda, el viernes aterrizó en Comodoro Rivadavia el avión carguero ruso Antonov, con un grupo de rescate

El vocero de la Armada, Erique Balbi, adelantó que, «si Dios quiere, y las condiciones meteorológicas acompañan, (el Sophie Siem) podría estar zarpando hoy (sábado) por la noche con submarinistas argentinos». Ese viaje «demandaría unas 24 horas», advirtió el vocero de la Armada y aclaró que las condiciones climáticas hoy «volverían a complicarse».

El avión carguero ruso Antonov que aterrizó ayer en Comodoro Rivadavia con un grupo de rescate y un vehículo sumergible teledirigido denominado Pantera Plus puede alcanzar hasta 1000 metros de profundidad. Ese equipamiento y su personal serán transportados desde Ushuaia –hacia donde fue el avión tras tocar tierra en Comodoro Rivadavia y cargar combustible– hasta la zona de operaciones, por el ARA Islas Malvinas y la corbeta Rosales. En la búsqueda también intervendrá otro buque ruso que, sin embargo, no estará disponible en lo inmediato. Según informó Balbi, «el (buque oceanográfico ruso) Yantar estaría llegando a principios de diciembre al área de operaciones» y cuenta con equipamiento de «alta tecnología de inspección subacqua hasta 6000 metros».

Por lo pronto, el operativo cuenta con «siete buques en el área con capacidad de sonda multihaz mapeando el fondo», explicó Balbi, quien agregó que también participan, en otra zona, «dos destructores y una corbeta sonares».

Balbi afirmó que hubo un tripulante número 45 que se bajó del submarino en Ushuaia, con lo que logró escapar del drama de la embarcación perdida. «