Agustina Sario, bailarina, coreógrafa, apasionada investigadora del cuerpo, presenta Solo N° 3, un espectáculo que surge no sólo de su maestría corporal, sino también o, sobre todo, de la decisión de escuchar las voces de su propio cuerpo, de sentir su dictado, de abandonarse a sus designios y revelaciones, de someterse a sus mandatos recorriendo el periplo que le indica desde sus profundidades.
Solo N° 3 se creó en el marco de una residencia de Arqueologías del Futuro, un festival independiente que se hace en Buenos Aires desde hace algunos años.

Sario, que actualmente es asistente coreográfica de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, tiene una larga trayectoria en su campo tanto en el país como en el exterior. Ha participado con las diferentes compañías en diversos festivales y teatros de Latinoamérica, Estados Unidos, Asia y Europa incluyendo, Festival de Cannes, 2007, Festival Avignon, 2009, ImPulsTanz, 2009 entre otros.

Ha recibido subsidios de diversas instituciones argentinas y extranjeras para realizar sus trabajos incluyendo Fondo Nacional de las Artes, Prodanza, Instituto Nacional del Teatro, Fundación Antorchas, American Dance Festival. En el 2004 recibe la Beca de la Fundación Antorchas y reside en Europa durante un año donde se relaciona con importantes figuras.

El espectáculo que presenta a las 20.30 hoy, viernes 2 marzo, el 9 y el 16 de este mes y el 13 de abril tiene lugar en el Centro Nacional de la Música, México 564, CABA. La entrada es libre y gratuita hasta agotar la capacidad de la sala. Sobre la gestación de esta travesía escénica dialogó con Tiempo Argentino.

-Quisiera que me contaras cómo fue tu trayectoria en el mundo de la danza.
-Desde 2011 estoy viviendo en Buenos Aires de nuevo, luego de 7 años de vivir en Francia. Cuando me fui a Europa lo hice con una beca de la Fundación Antorchas. En ese momento yo estaba trabajando muy bien acá en un colectivo que se llamaba Krapp. Decidí irme porque era el último año de Antorchas y porque quería tener una experiencia en Europa. Planifiqué un año sabático de estudios que terminó no siendo así porque apenas llegué, me contacté con una coreógrafa alemana, Stephanie Thiersch, que trabajaba con nuevas tecnologías. Me interesó meterme en algo que aquí no estaba tan desarrollado y trabajamos juntos en un solo que ganó un premio muy importante, una plataforma que hace que la obra se muestre mucho tanto dentro como fuera de Europa. 

Luego de eso, a través de mi colega y actual pareja comencé a trabajar con Maguy Marin. Para mí fue una experiencia muy linda porque es una coreógrafa que yo había estudiado en Historia de la Danza en el IUNA a partir de una obra emblemática de los años 80, May B, que gira en torno a personajes de Beckett. En ese momento ella investigaba mucho las relaciones entre el teatro y la danza. Ella me ofreció precisamente incorporarme a esa obra, la que yo había visto en los libros. Con ella estuve trabajando en Centro Coreográfico Nacional de Rillieux La-Pape, Francia, desde 2008 a 2011. 

-¿Qué pasó cuando regresaste a Buenos Aires luego de esa experiencia?
-En algunos aspectos ligados a la danza sentí como un vacío y decidí retomar la creación como autora. En ese momento es cuando surge Solo N° 3. 

-¿Cómo surge?
-A partir de un contacto muy noble, cercano y básico con materiales como la madera.

-¿Cómo es eso?
– Comenzó, como toda creación, desde un lugar bastante lúdico y quizá inexplicable por medio de las palabras. Comencé a juntar palos y me hice una máscara. En ese momento no sabía muy bien qué era lo que me estaba pidiendo la materia. Fui profundizando, viendo qué cuerpo, qué sonoridad, que vestimenta o segunda piel me daba esta máscara.

-¿Y qué fue lo que surgió de esa indagación?
-Un rito, una zona con un ritual muy particular, inventado, que tenía que ver con una línea autobiográfica: qué ofrendaría yo. Cuando me pregunté esto comenzó a surgir todo.. Yo tenía ganas de acercarme a la danza más nuestra. Trabajo en la Compañía Nacional de Danza Contemporánea y durante ocho horas diarias tengo al ballet folklórico zapateando sobre mi cabeza, de modo que al volver hice una inmersión profunda en lo nuestro. A la vez, también sentía deseos de alejarme de la visión eurocéntrica que suelen tener las creaciones cuyos parámetros son estéticas que no nos corresponden. Quería arriesgarme partiendo de un lugar más propio. Entonces surgió un malambo, la idea de ir descubriendo lo que dice el cuepo. Creo que había una idea que está muy ligada a Maguy Marin que es dejar que la materia te pida y ponerte a vos misma en función de eso. Cuando estás en una buena sintonía, el intérprete puede desaparecer y lo que aparece es otra cosa, en este caso, un ritual. Como psicóloga –yo estudié Psicología en la UBA- esto me llamó la atención. Yo veía los consultorios de Freud y Lacan llenos de figuras, de esculturas africanas, algo muy ancestral y pensaba qué densa era esa energía. Creo que eso formaba parte de esos lugares ocultos que hay en uno y que uno rechaza porque te están hablando, te atraen. Son cosas que a uno lo van pulsando y a veces uno no tiene la entereza suficiente para afrontarlo. 

-Volvamos al rito que surgió.
-Bueno, es rito tiene una estructura performática porque yo vengo de la danza contemporánea y me muevo mucho en el aquí y ahora, en lo que está sucediendo en el momento con los espectadores-testigos que tengo. La performance tiene que ver con el modo en que se va desarrollando la energía. Lo que surgió en el proceso de creación es a la vez algo muy propio y muy ajeno porque demanda que me ponga en función del rito que apareció. Fue un trabajo muy demandante y quedó muy claro qué era lo que formaba parte del proceso y lo que no. 

-¿Cómo se conforma el espectáculo?
-Hay dos hombres, energía masculina periférica, dos músicos que están en escena conmigo. Uno hace sonoridades con la voz y el otro sostiene lo rítmico que tiene mucho que ver con la esencia del trabajo porque la pulsación es fundante. Yo me metí un poco con un malambo, con el zapateo, con el deseo de volver a lo propio, de explorar el ritmo que llevamos dentro. Les pedí a los músicos que traten de generar sus propios rituales desde lo sonoro, de inventar una materia sonora que tenga que ver con este encuentro en particular. 

-¿Son tres personas en escena?
-Sí, en escena sí, pero hay una cuarta persona, Leandro Egido, que es un diseñador textil que trabajó con las telas, los colores y las materialidades que nutre mucho el trabajo. Están los palos, la polenta y las telas.

-¿Qué lugar ocupa la polenta?
-Es una ofrenda. Me pregunté qué era lo que yo debía devolver  a la Tierra y así surgió esta materia. Yo vengo de la provincia de Buenos Aires y recordaba los campos de maíz de mi infancia. Ya no hay campos de maíz, sino de soja. Quizá la elección de la polenta tenga que ver con ese recuerdo tan viejo de mi infancia que cuenta mucho. 

-¿Cómo definirías lo que haces?
-Es un espectáculo que tiene una sinergia que está entre la danza y la performance. Para mí es muy difícil pensar desde otro lado que no sea el cuerpo. En este momento, sin embargo, estoy en contacto con otras ramas de arte como las artes plásticas porque tengo necesidades que no podría satisfacer apoyándome sólo en el cuerpo. El espectáculo es una combinación de lo sonoro, lo visual y la sinergia entre la danza y las artes plásticas. Lo sonoro hace posible que el ritual suceda. Entiendo lo que pasa como un rito de pasaje que se da a través de  mi cuerpo. A través de él se da una transformación. Una materialidad muy concreta pasa a otro plano. 

-Tu cuerpo de mujer, lo femenino, tiene una función protagónica.
-Creo que no podría haber hecho lo que hago desde otro lugar. Elegí pintarme los pechos de negro porque para mí es mantener  algo de lo prohibido. El cuerpo de la mujer ha sido tomado por el marketing y sirve para vender casi todo. En el espectáculo yo estoy casi desnuda y elegí ponerme en un lugar vedado que va mutando a lo largo del proceso. Elegí usar el dorado en la cara y en la zona genital sobre todo para reforzar ese lugar que es el de lo sagrado sin que tenga que ver con ninguna religión ni ningún credo, sino simplemente porque es el origen del mundo. Ese lugar que usamos para vender dentífrico es el origen del mundo, todos venimos de ahí. Entre las piernas, en el espectáculo, tengo una piel de visón porque es a través del cuerpo de la mujer que nos transformamos, que la sociedad se sigue transformando. Dicho parecen sólo palabras, pero hecho es otra cosa. Yo parí dos hijos, el cuerpo de la mujer tiene dentro la humanidad. En el espectáculo las piernas simulan estar ensangrentadas, lo que tiene que ver con el cambio y la transformación del cuerpo de la mujer. Para mí tiene el sentido de adueñarse de la potencia que tiene nuestro cuerpo, pero no adueñarse con un sentido rival, sino con un sentido humano. Tengo 43 años, sigo bailando y creo que el cuerpo puede abordar otros campos porque es muy potente. Vivimos en un mundo utilitario y hasta nuestro cuerpo es utilitario. Creo que hay que mostrar su otro costado, su otra posibilidad. El cuerpo es un lugar de sentido.