«En esa época, 1975, no teníamos ni idea de que en ese lugar había detenidos, para nosotros era la Brigada, era como una comisaría más.» El testimonio pertenece a Lila Mannuwal, pareja y compañera de militancia de Ricardo Morello, miembro de la Juventud Peronista, desaparecido en su barrio, Quilmes, en marzo de 1977. El mismo se encuentra incluido en el libro Quilmes, la Brigada que fue Pozo, una investigación realizada y escrita por la periodista Laura Rosso sobre las atrocidades cometidas en el centro clandestino de detención conocido como El Pozo, que funcionaba en la Brigada de Quilmes y que se mantuvo operativo durante todo el período que duró la última dictadura cívico-militar que usurpó el poder político en la Argentina. Aunque, como se desprende de lo transcripto, ya desde los años anteriores cumplía con esa aterradora función. Abarcativo y vital a pesar de su tema, el libro tiene un origen que merece relatarse.

«La historia del libro se remonta a mi infancia, a una imagen que se me quedó en la memoria como una foto», cuenta la autora. «El edificio de la Brigada donde funcionó El Pozo está ubicado en una zona residencial, de casas muy lindas, en el barrio de Quilmes. Yo soy quilmeña, nací ahí y ahora vivo muy cerca del lugar. Cuando era chica, mi familia vivía un poco más lejos, pero mis padres tenían unos amigos que estaban a media cuadra. Solíamos ir seguido a la casa de ellos en los años 1976, 1977, y en el trayecto que teníamos que hacer para llegar hasta ahí se repetía una escena, en la que la policía nos paraba en la esquina, justo antes de llegar, hacían que mi papá apagara las luces externas del auto y le pedían que encendiera las internas. Después lo hacían avanzar muy lentamente por la calle mientras un reflector enorme nos iluminaba a medida que nos acercábamos a la casa de nuestros amigos», continúa. «Yo estaba en primer grado y era una escena intimidante, que me daba mucho miedo. Mis hermanos y yo bajábamos del auto agarrados bien fuerte de la mano de mamá. Fue ahí que me empecé a preguntar ‘¿qué habrá ahí dentro?’. Esa es la pregunta que retomo, tantos años después, como periodista pero también como vecina de Quilmes, para tratar de contar qué es lo que hubo ahí, aunque ya todos lo sabemos», concluye Rosso.

–Vos decís «ahora todos sabemos». Y es cierto que cuando te preguntabas «qué habría ahí» eras una nena, pero tus padres no. Cuando creciste y supiste lo que pasaba en esa esquina, ¿nunca te preguntaste si tus padres lo sabían entonces? ¿Se lo preguntaste a ellos antes de escribir el libro?

–Cuando llegábamos a la casa de estos amigos, recuerdo que el dueño le decía a mi papá: «¿Viste que bien la policía?». Porque había mucha gente que creía que la policía nos estaba cuidando de un supuesto y posible mal. Sí, muchos años después les pregunté y su respuesta fue la misma que la de tanta gente: que en ese momento no sabían lo que sucedía. Porque por ahí la gente más vinculada a una militancia política sí estaba informada y sabía, pero había mucha gente que no tenía ni idea. Por eso, ante esa ignorancia decido retomar aquella pregunta para conocer aunque sea una parte de la historia. Aunque confieso que cuando tomé la decisión de investigar y escribir un libro sobre esto, no sabía cómo ni qué iba a resultar de eso.

–Pasaron casi 40 años entre aquella pregunta y tu impulso de responderla. ¿Hubo algún disparador en particular que te llevó a la acción de escribir?

–Mi vida entera. Todo mi recorrido e interés desde el inicio de la democracia de saber lo que había sido el terrorismo de Estado. Yo leí el Nunca Más con una compañera del colegio en 1985. Crecí queriendo conocer esa historia que había sido tapada, silenciada. La dictadura y los Derechos Humanos siempre fueron temas por los que me sentí tocada, aunque no tengo familiares desaparecidos, pero sí historias conocidas de gente cercana.

–¿Y qué otras reacciones provocó en tu vida el impulso de escribir este libro?

–Apareció la posibilidad dentro de un colectivo de organizaciones sociales y políticas de Quilmes en el cual participo en redactar una ley para declarar ese espacio un centro de memoria. Ambas cosas se fueron gestando casi en conjunto, paralelamente. El proyecto fue presentado en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires por la diputada Evangelina Ramírez y en un contexto políticamente muy adverso, a fines 2016, eso ocurrió. Esa fuerza también fue un impulso para seguir escribiendo. 

–Desde lo emotivo, exponerse a escribir un libro como este equivale a meterse de cabeza en el infierno. ¿Cómo resultó la experiencia de bajar vos misma a ese «Pozo»?

–Si bien se trata de un lugar en el que, como en todos los centros clandestinos, reinaba la muerte, lo que pude ver a través de las entrevistas que hice y los testimonios que tomé, es que quienes cayeron ahí buscaban los resquicios para hacer que apareciera la vida en ese tiempo y en ese espacio tan poco propicio, que es el de la desaparición, en el que no se saben ni la hora ni el día ni el lugar. 

–Se suele pensar el concepto de la desaparición desde el lugar de los que seguimos estando, porque en la desaparición es el otro el que deja de estar en los lugares que antes habitaba. Pero quienes estuvieron desaparecidos y consiguieron sobrevivir pueden dar cuenta del otro lado de la desaparición, en el que ellos quedan atrapados y es el mundo el que desaparece.

–A ellos no les gusta ser tratados como sobrevivientes, sino que prefieren definirse como exdetenidos desaparecidos, justamente por eso que vos decís: porque son ellos quienes reaparecen ante el mundo. Nilda Eloy, que murió hace poco y estuvo detenida en El Pozo en octubre de 1976, me dijo que estar en alguno de estos «pozos» era como entrar en «un limbo» donde perdías la relación con el tiempo y el espacio en el que estabas. El hecho de estar tabicados o de ser trasladados de un centro clandestino a otro, tapados con frazadas en el asiento de atrás de un auto, son sensaciones que desbordan todo marco lógico.

–¿Por qué creés que es útil seguir contando este tipo de historias?

–Porque cada testimonio puede ayudar a echar luz sobre otras vivencias. Lo que a mí me interesaba buscar en estas vivencias fueron estos espacios en donde aparecía algo del orden de la vida. Historias como la que me contó Miguel Schell, quien junto con otros detenidos hicieron un pesebre con miga de pan y saliva durante la Navidad de 1977. Pero aunque la historia termina con un guardia pisoteando y destrozando el pesebre, lo que me resulta interesante es la forma en que a partir de ese trabajo artesanal de construir con lo que se tiene a mano, esas personas conseguían mantener la conexión con el mundo que les habían arrancado. Son detalles como ese, que los ayudaban a atravesar ese tiempo de desaparición, lo que me interesó buscar en los testimonios.

–¿En qué lugar quedó hoy aquella nena que se preguntaba «¿qué habrá ahí?», luego de atravesar el proceso de escribir este libro?

–Siento que fue un trabajo que me atravesó, que me modificó porque implicó un grado de compromiso y responsabilidad. Después de casi todas las entrevistas que les realicé a exdetenidos desaparecidos en la etapa e investigación, ellos me decían «espero que te sirva esto que hablamos». Y esa esperanza de ellos signó mi trabajo, porque de alguna manera me había convertido en depositaria de sus relatos, de su memoria. Fue una responsabilidad que me ayudó a continuar, a querer llegar al objetivo de plasmar esas historias. Porque dar testimonio es en algún punto ponerse en el lugar de quienes ya no pueden hacerlo, en nombre de los que hoy no están. «