Cuesta hacer una reflexión sobre un premio tan desprestigiado como el Nobel de la Paz. En los últimos años galardonó a figuras, por lo menos, muy cuestionables. En 2012 premió a la Unión Europea de los ajustes, la represión a los inmigrantes y que se preparaba para expulsar refugiados. Y en 2009, a Barack Obama, quien sólo llevaba nueves meses en el gobierno y fue reconocido más por sus promesas de campaña -de las que no cumplió ninguna, al menos en lo que se refiere a su pacifismo- y que días antes del anuncio desplegaba miles de tropas adicionales en Afganistán.

Tras ocho años de mandato, la ignominiosa prisión de Guantánamo sigue abierta y Obama se convirtió en el único presidente de la historia de Estados Unidos sin tener un solo día sin guerra en alguna parte del mundo.

Otros eran los tiempos en los que la Academia Real noruega premiaba sin tener en cuenta el marketing o conceptos políticamente correctos, como el galardón de 1980 para Adolfo Pérez Esquivel en plena dictadura cívico-militar en Argentina, un activista de Derechos Humanos que era un desconocido a nivel popular y que dio un fuerte espaldarazo a los movimientos que resistían con denuncias esas épocas de feroz represión.

El Nobel al presidente de Colombia Juan Manuel Santos representaría una burla si no se lo ubica en el contexto de los Acuerdos de Paz logrados en las últimas semanas y que no hubieran sido posibles sin la dedicación y el esfuerzo puestos por las FARC, representados por Rodrigo Londoño, alias Timochenko.

Entre julio de 2006 y mayo de 2009, Santos fue ministro de Defensa del ex presidente Álvaro Uribe, cuando estalló el escándalo de los “falsos positivos”, un código para describir el asesinato de civiles inocentes, haciéndolos pasar como guerrilleros muertos en combate.

También fue el cerebro de la «Operación Fénix» en el que la fuerza aérea colombiana violó la soberanía ecuatoriana, y bombardeó el campamento del comandante de las FARC Raúl Reyes, quien precisamente estaba avanzando en la idea de abrir negociaciones entre las FARC y el gobierno.

Para dar un ejemplo, es como si en 1994 se hubiera premiado sólo a Isaac Rabin y Simón Peres por los acuerdos de paz de Oslo entre israelíes y palestinos dejando afuera a Yaser Arafat, líder de la Organización para la Liberación Palestina y quien, a la postre, hizo que la OLP abandonara definitivamente las armas.

Lo mismo que ahora lograron Londoño y otros líderes de las FARC. «