Aunque casi cuatro de cada diez niños paraguayos de hasta 17 años vive en situación de extrema pobreza y la mortalidad infantil alcanza a 23 de cada mil menores, nada cambia cuando el gobierno de Asunción y sus dependencias especializadas recuerdan solemnemente, con la publicación de las más espantosas estadísticas, que cada 16 de agosto se celebra el Día del Niño. Los números se repiten, o empeoran. Ese día, fijo, inamovible, a contramano de lo que las cámaras empresariales de los otros países del Mercosur mueven y remueven cada año –primer, segundo, tercer domingo de agosto, va y viene– según sus intereses comerciales, los paraguayos anteponen la memoria a cualquier interés mercantil.

El 16 de agosto recuerda aquella jornada de 1869, cuando en las planicies de Acosta Ñu se celebró uno de los últimos enfrentamientos del genocidio de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Ese día, Paraguay enfrentó a las tropas profesionales de Argentina, Brasil y Uruguay con todo lo que le quedaba, un ejército improvisado de 4000 niños de entre 4 y 14 años. En sólo ocho horas los soldados dirigidos por el coronel Luis María Campos (un mandadero de Bartolomé Mitre), el príncipe francés Louis Philippe d’Orléans, conde d’Eu (un sirviente del emperador portugués Pedro II) y una partida de uruguayos enviada por Venancio Flores perpetraron una de las matanzas más repugnantes de la historia militar: 3800 niños paraguayos fueron asesinados, murieron unos 40 soldados invasores.

Actualidad devastadora

Según las estadísticas oficiales, Paraguay tiene hoy una población de 7,3 millones de habitantes, de los cuales el 34% (2,5 millones) corresponde a niños y adolescentes de entre 0 y 17 años de edad. Es en la observación de los integrantes de esta franja etaria donde empiezan a aparecer las diferencias. Del total del sector, sólo el 22,5% cuenta con asistencia médica. Por zona de residencia, algo más de tres de cada diez niños tiene seguro de salud en el área urbana, pero sólo uno de cada diez lo tiene en el área rural. En materia educativa la situación empeora. De un total de casi dos millones de niños y adolescentes en etapa de escolaridad, el 6,5% no concurre a la escuela. El mayor número de éstos se agrupa en el área rural y la tasa asciende al 16,1% en el grupo de 15 a 17 años.

Aunque escasos países adhieren a las disposiciones de las Naciones Unidas, el organismo multinacional celebra el Día Mundial de la Infancia el 20 de noviembre de cada año, día en el que la Asamblea General aprobó, en 1959, la Declaración Universal de los Derechos del Niño. Pese a que en esos tiempos el mundo se desangraba en feroces guerras, la ONU insistió en que el 20/11 era una «celebración global que tiene como objetivo recordar que todos los niños del mundo tienen derecho a la salud, la educación y la protección», más allá de su lugar de nacimiento, de su etnia o de su religión. Ya sea en alguno, cualquiera de los domingos de agosto, en noviembre como lo dispuso la ONU o en otros momentos del año, en ninguna parte se cumple con los preceptos y la igualdad de tales derechos no pasa de ser un enunciado.

En Paraguay –donde el día tiene ese profundo sentido de dignidad–, como en Argentina, en Brasil o en Uruguay, la celebración no es más que un bombardeo publicitario. La igualdad de derechos proclamada por la ONU no va mucho más allá de la sorpresa de una bolsita de caramelos, aunque la oferta no deja rubro sin citar: el telefonito que filma y saca fotos, la tablet, algún sofisticado software para jugar a lo que venga, las zapatillas que corren solas o la camiseta con el 10 de Román, del Enzo, del Único, de Messi o la roja rojita del Bocha Bochini.

Criaditos

En 2015, cuando el papa Francisco visitó Paraguay y se reunió con grupos juveniles, el mundo conoció otra desgarradora realidad, la de los llamados «criaditos». Varios de esos jóvenes relataron al pontífice cómo habían sido separados de sus familias pobres del medio rural y entregados a «señores» pudientes que prometieron garantizarles vivienda, comida y educación. Un estudio de la Organización Internacional del Trabajo, superado ya, señaló en 2017 que el 2,5% de los niños paraguayos de entre 5 y 17 años han sido entregados como criaditos. Y sentenció: «No son chicos llevados a la ciudad por caridad o solidaridad con sus familias de origen, la gente que los lleva lo hace porque no quiere pagar un servicio doméstico, por eso no les interesa que vayan a la escuela». Ningún gobernante ha abordado el tema de ninguna forma, y la figura del «criadazgo» está plenamente institucionalizada.

Tampoco en Paraguay, donde la conmovedora historia de Acosta Ñu se relata año tras año, el Estado tiene una actitud positiva que vaya más allá de recordar lo pasado un 16 de agosto de hace 154 años y de repetir la realidad que gritan sus estadísticas. Sus gobernantes nada intentan. En el cierre de la campaña que lo llevó a la presidencia, el 27 de marzo de 2018, Mario Abdo Benítez hizo una única referencia a la situación de la niñez. Tras asegurar que el 80% de los jóvenes delincuentes son de familias disgregadas, de madres solteras, dijo que «deposito mi fe en el servicio militar para poder educar a los niños y jóvenes, (por eso) vamos a utilizar los cuarteles para tender una mano contenciosa hacia ellos, que canten el himno y recuperen el orgullo de ser paraguayos».

Este martes 15 finaliza su mandato y las madres podrán seguir viviendo en paz, sin escuela ni trabajo pero lejos de los cuarteles.