Lo saben todos. Sus compañeros, sus amigos, sus aliados circunstanciales y los más estables, y por supuesto también lo saben sus adversarios políticos. Axel Kicillof, el economista y docente universitario que cautivaba a sus alumnos y reclutaba a sus futuros ayudantes de cátedra al promover la lectura directa de los textos de los clásicos –Adam Smith, David Ricardo, John Maynard Keynes- y no las reseñas didácticas escritas por otros para facilitar la compresión, se convertirá en pocas horas en uno de los protagonistas más importantes de la política argentina. En términos de ranking, se podría decir que Kicillof tendrá a partir de hoy un lugar indiscutido en el top de la dirigencia del espacio nacional-popular.

Por supuesto, el gran nombre que emergerá a partir del probable triunfo será Alberto Fernández. También está claro que Cristina Fernández, compañera de fórmula y clave para la estrategia electoral, apuntalará al gobierno desde el Parlamento y mantendrá un rol de liderazgo político sobre un ala significativa del Frente de Todos. Y después estará Kicillof. O, mejor dicho, “Axel”, una palabra más simple, un nombre común y fácil de pronunciar, que desde el lanzamiento de las candidaturas acompañó a su imagen sonriente en la cartelería del peronismo de la provincia de Buenos Aires. El objetivo, cumplido a todas luces, era transmitir cercanía. Construir una relación afectiva y de confianza con los votantes, elemento central de todo nuevo liderazgo que pretende arraigarse en el tiempo.

En suma, ese top del peronismo más aliados estará constituido a partir de hoy por Fernández, CFK y Kicillof. Por roles internos, representatividad social y peso territorial en regiones específicas de la Argentina, también serán importantes el primer candidato a diputado nacional por Buenos Aires, Sergio Massa; y el fundador de La Cámpora y también candidato en la PBA, Máximo Kirchner.  

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(Foto: Kicillof (Twitter))

Predicador de pueblo 

En la cultura política del peronismo, los dirigentes acumulan poder propio por su representatividad personal –lo que en la ciencia política se suele llamar electorabilidad, la potencialidad propia como candidato- pero también por la influencia sobre el funcionamiento de sectores de la estructura económica: por ejemplo, un gremialista suele representar a toda una rama de trabajadores, como Hugo y Pablo Moyano en el rubro de la logística y el transporte, por citar un caso. En definitiva, al concluir estas elecciones, Kicillof habrá demostrado a propios y ajenos que reúne electorabilidad por sí mismo. Y eso vale tanto en esta coyuntura como para el futuro no tan lejano (aunque para eso deberá convalidarlo con su gestión).

La aparición de Kicillof como nuevo actor central del escenario es un dato insoslayable. El propio Fernández, a lo largo de la campaña, llegó a decir que el ex ministro de Economía y actual diputado era “una de las pocas novedades de la política argentina”. La anécdota podría quedarse en la forma que se eligió para hacer campaña: las giras con un equipo reducido a bordo del Renault Clio del ex secretario de Relaciones Económicas de la Cancillería, Carlos Bianco. Kicillof, en cualquier caso, se ganó su candidatura por decantación. Cuando una parte del PJ dudaba sobre la conveniencia de confrontar abiertamente y sin vacilaciones con el macrismo –incluso se hablaba de la posibilidad de un ciclo político de 8 o 12 años-, el último ministro de Economía del kirchnerismo salió a recorrer las plazas de la ciudad, las localidades de la provincia y las ciudades del país con un mensaje muy crítico. Así se convirtió en una suerte de predicador de pueblo que advertía cara a cara -y cuando pocos lo hacían- sobre los riesgos del futuro inmediato: sobre la insustentabilidad de las políticas de Mauricio Macri.

Claro, a Kicillof también lo favoreció la estrategia que terminó optando CFK. Sucede que un sector del kirchnerismo se preparó durante un tiempo para una candidatura personal de CFK, para ella como candidata presidencial, y entonces había iniciado tratativas con los intendentes para darle equilibrio a la estrategia: si Cristina encabezaba la fórmula presidencial, la fórmula para la gobernación quedaría en manos del PJ territorial con un alcalde en primer término.

 Pero el enroque de CFK por Alberto Fernández derivó en que el kirchnerismo, identidad potente y con mucho peso en el ámbito nacional-popular, necesitaba un contrapeso y un resguardo tras la bendición de Fernández como primero de la fórmula presidencial (y, eventualmente, presidente electo). Estas evaluaciones, más los números que mostraban las encuestas, fueron claves para que Kicillof se quedara finalmente con la postulación a gobernador. Aunque también tuvo influencia la opinión de Cristina.

Cinco meses después de los anuncios de candidaturas, está claro que Kicillof consolidó su nuevo perfil –de candidato en distrito clave- con acción y con resultados. Vecino del barrio porteño de Parque Chas, con la experiencia de haber transitado una casa familiar en el partido de Merlo en sus años más jóvenes, el candidato a gobernador fue inicialmente visto por la dirigencia como un out-sider. Como un recién llegado. Alguien ajeno a ‘la provincia’, y sobre todo el conurbano. Tiempo atrás, Kicillof había cambiado el domicilio a Pilar, a una casa heredada por su esposa Soledad Quereilhac. Fue una decisión estratégica y que al principio mantuvo con cierta discreción.

Sin embargo, la resistencia de algunos sectores de la dirigencia no pudo frenar la postulación.  Y los resultados que se asoman en la PBA –si se confirman en unas horas- ratificarán que ajenos a toda tensión interna los votantes bonaerenses del Frente de Todos adoptaron con entusiasmo la figura del porteño Kicillof. En los focus group que se hicieron durante la campaña se detectó que los votantes, al ser consultados, le atribuían carisma, conocimiento técnico,  simpatía, valores, simpleza y cercanía. El graduado de Economía y organizador del centro cultural Morán, en el barrio de Agronomía, se valió de todo eso para atravesar un último tramo de campaña en el que sus rivales optaron por el ataque.

Pero la estrategia duranbarbista no resultó.

Y Kicillof ya se siente en el top 3 de la etapa que se abre. Lo que viene ahora es otra historia: la gobernación que le espera el 10 de diciembre estará en bancarrota, con emergencia financiera, mientras los indicadores de pobreza, indigencia, atención sanitaria e infraestructura escolar exigen intervención inmediata.