Siempre parece prematuro preguntarse si el manejo de la pandemia es o ha sido bueno o malo. Como el virus, las variables en juego mutan todo el tiempo, se presentan rebrotes inesperados como el del fin de año y la mucha o poca relajación de la población, la percepción del riesgo en baja, pueden desnudar flancos débiles por donde el contagio vuelva a manifestarse. El éxito relativo de las medidas solo se sabrá cuando la pandemia sea un trágico recuerdo, y falta mucho para eso.

Se señalaron como aciertos de la gestión epidemiológica el haber ganado tiempo para reconstruir un sistema de salud vaciado, multiplicando los respiradores y las camas de terapia intensiva, y la estrategia de apuntar a todas las vacunas disponibles, más allá de su procedencia, atendiendo a su eficacia y su pronta disponibilidad.

Dos datos de coyuntura suman para una evaluación positiva. En el transcurso de esta semana que empieza arribarían al país otros 2 millones de dosis de las vacunas rusa y china, lo que obliga a redoblar el desafío de desplegar una logística de vacunación masiva, herramienta clave para dejar atrás la crisis sanitaria.

El otro dato es la situación relativa del país en un mundo asolado por el coronavirus. Al principio del aislamiento el gobierno había dado pasos en falso en comparaciones difusas con países de la región y hasta con Suecia. Cuando la curva de casos parecía descontrolada, le pasaron factura por esas inconsistencias discursivas, y dejó de hacerlas. A mediados de noviembre, los medios corporativos no cesaban de subrayar que la Argentina estaba sexta, quinta, cuarta en el ranking de muertos por millón. Hoy está en el puesto 26.

¿Fue buena la gestión de la pandemia? Aún no se sabe. Pero es innegable que la torpeza mayúscula revelada este viernes, y que provocó la inmediata eyección del ministro de Salud, opacará buena parte de lo que se haya logrado hasta aquí.

La nómina de amigos y favorecedores beneficiados con la vacunación exprés, o VIP, como de inmediato la bautizaron los medios alineados con la oposición, tiene todavía claroscuros e incongruencias que falta precisar. Cuántos y quiénes será motivo de investigación. Pero la pregunta más importante es por qué, con qué necesidad.

Lo único cierto es que el gobierno, y en particular uno de sus ministros más destacados, el sanitarista que blandió los preservativos frente a la cúpula de la Iglesia, los genéricos frente a la voracidad de los laboratorios y el protocolo de aborto no punible contra la asonada antiderechos, defraudaron a una ciudadanía que espera el maná de la vacuna para dejar atrás esta pavorosa peste.

No hay otra salida, ahora, que gestionar con eficacia la peor crisis sanitaria que haya vivido el planeta. Y gestionarla, sobre todo, con transparencia y responsabilidad.  «