Diez años después de la mañana en la que un país se despertó con la noticia de que Néstor Kirchner había muerto, la Argentina está -otra vez- sumergida en una crisis. La situación es tan difícil como el hundimiento de 2001. El combo de híper-endeudamiento condicionante para las políticas públicas que dejó el gobierno de Mauricio Macri, fuga sistémica de capital por parte de las elites y escasez de reservas a pesar del reaparecido superávit comercial, configuran un escenario incierto. Es una miscelánea oscura que al mismo tiempo abre interrogantes para la continuidad del proyecto del Frente de Todos. El presente de la Argentina reactualiza un interrogante sobre qué bloque social (expresado en una coalición política al momento de ir a elecciones) está en condiciones de guiar a la castigada sociedad argentina hasta la estabilidad económica, la revalorización de la moneda, la recuperación del empleo y la consecuente mejora de los indicadores sociales que ya orillan el desastre. ¿Qué peronismo hay que ofrecerles a las y los argentinos en este contexto tan duro?

El interrogante habilita discusiones sobre cuál es la agenda de gobierno que debe primar en este tramo de la gestión de Alberto Fernández. En una reciente entrevista realizada por el portal Infobae, el politólogo cordobés Federico Zapata exhortó al espacio nacional-popular a revisar sus posiciones respecto del conglomerado agroindustrial y la zona núcleo de la pampa húmeda para poder acordar “una relación colaborativa”. Las definiciones de ese artículo implican un debate mucho más ambicioso sobre los fenómenos histórico-sociales que hicieron posible la conformación del peronismo como movimiento político y representación mayoritaria de la clase trabajadora (Zapata propone que el peronismo abandone la coalición mercado-internista que promueve la industrialización y el consumo para convertirse en la herramienta electoral del complejo agroindustrial-exportador). De ese planteo se desprende una pregunta inquietante: dado el contexto internacional, ¿el peronismo debe reconfigurarse en torno a un modelo de exportación y salarios bajos en dólares? ¿Es la única alternativa?

Y entonces, Kirchner. El presidente de la reconstrucción (2003-2007) era un lector sensato de las coyunturas internacionales. En eso seguía el modelo de Perón, que había viajado por el mundo, había sido espía y agregado militar en embajadas y había escrito mucho sobre geopolítica, con aquella máxima de que “a fin de cuentas la política, es la política internacional”. En sus primeros años, condicionado por la necesidad de reestructurar la deuda defaulteada, Kirchner ajustaba sus intervenciones en los foros diplomáticos al objetivo primordial. Pero el realismo y la capacidad de adaptación no impedían, al mismo tiempo, coordinar con Lula para ponerle un publicitado freno al proyecto continental del ALCA en la cumbre de Mar del Plata. Fronteras adentro, Kirchner entendía que el único modo de disminuir la pobreza y la indigencia era con el aliento a la producción, la reindustrialización y el empleo. Y en esa tarea, cotidiana pero también estratégica, el santacruceño conversaba permanentemente con grupos empresarios locales, cámaras pymes, trasnacionales con intereses en el país.

En esas lides, cuando se reunía cara a cara o hablaba por teléfono con los rostros del poder permanente de la Argentina, Kirchner se movía con astucia, sin ingenuidad, y con la fortaleza que le aportaba uno de sus principales atributos: la autonomía. “Néstor no tenía intereses vinculados con el poder económico. Él llegó de una manera sorpresiva al gobierno y no era candidato de nadie. Tenía, por lo tanto, un nivel de autonomía y de libertad muy grande, que no tienen muchos gobiernos. Y ese nivel de autonomía lo ejerció plenamente. Era negociador pero con firmeza y autonomía en las decisiones”, dice el sociólogo y encuestador Artemio López. Durante la campaña electoral que lo llevó a la presidencia, algún influyente columnista dominical llegó a definir a Kirchner como “vocero de Repsol” por una manifestación contraria a las retenciones a las exportaciones de hidrocarburos previstas en la ley de Emergencia Económica sancionada en enero de 2002. Pero la historia luego demostró que había llegado libre de ataduras y condicionamientos, o que en todo caso podía y sabía administrar eventuales presiones según la coyuntura y en pos de los objetivos trascendentes.

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Construir la firmeza

Quienes acompañaban a Kirchner en sus primeros meses de gobierno recuerdan de él su incomodidad al hablar en público y no poder escucharse bien al mismo tiempo. El presidente, entonces, gritaba. Se esforzaba hasta el cansancio para tratar de oír su propia voz por sobre el murmullo o los alaridos del ida y vuelta con la multitud. El periodista Miguel Núñez, vocero, confidente y colaborador de máxima confianza de ese tiempo, encontró la solución durante un acto en La Rioja. Instruyó al operador del equipo de sonido para que pusiera al máximo el volumen del parlante de retorno. Cuando se le pregunta por la relación de su entonces jefe político con el poder económico, Núñez elige poner el foco en la “firmeza”. Aunque inmediatamente agrega cuáles fueron las acciones que le permitieron, si se quiere, construir esa firmeza.

“No descubro nada si digo que Néstor era muy firme frente a los poderosos y los grandes intereses. Pero tampoco era un boludo. Que fuera firme no quiere decir que fuera inflexible o que no hablara con todos. Por un lado, si fue firme es porque sabía, como nadie lo supo tan bien en ese momento, la debilidad que tenían esos tipos (los grupos empresariales locales) en aquel contexto (tras la caída de la convertibilidad). Porque por entonces las empresas radicadas en el país estaban con muchas dificultades. Por otro lado, él contaba con un importante respaldo popular que se había tenido que ganar, día a día, en la calle, en toda esa primera etapa, y por eso podía mostrarse tan firme”, remarca Núñez.

La retroalimentación de esa autoridad presidencial, la famosa legitimidad de ejercicio de la que hablan los politólogos, se hizo a base de zambullidas como un rockero sobre las multitudes transpiradas del Conurbano, aumentos por decreto del salario mínimo, desplazamientos de un plumazo de cúpulas militares que hacían lobby para fusionar Defensa y Seguridad, confrontación con la Corte Suprema heredada del menemismo más la denuncia pública, en su primera cadena nacional de radio y televisión, de que Julio Nazareno y compañía querían extorsionarlo (un mensaje que incluyó el pedido explícito a los legisladores para que iniciaran el juicio político al presidente de la Corte).

La pulseada inicial con el máximo tribunal heredado del menemismo permitió que Kirchner pusiera en práctica la política integral de Derechos Humanos que le había acercado en una abultada carpeta el historiador y abogado de presos políticos Eduardo Luis Duhalde. “Cuando Néstor sale segundo y Menem no se presenta al balotaje, queda consagrado como presidente. Entonces le dice a Eduardo (Luis Duhalde, luego secretario de Derechos Humanos): ‘Bueno, vos diseñaste esta política. Ahora hacete cargo de llevarla adelante’”, relata diecisiete años después el abogado Luis Alén. Ex subsecretario de Promoción de DD HH del gobierno kirchnerista y amigo personal del arquitecto de muchas medidas de la política de Memoria, Verdad y Justicia, Alén no deja de mencionar una anécdota previa protagonizada por dos pesos pesados que permitió declarar la inconstitucionalidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.

“Antes de la asunción, el entonces presidente Duhalde le ofrece a Néstor: ‘Bueno, yo puedo hablar con la Corte (menemista) para que resuelvan el tema de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, para que las declaren constitucionales. Así te saco el problema de encima a vos’. Pero Néstor le dice: ‘No, dejame que lo resuelva yo, dejá, no hagas nada’. Yo supongo que Duhalde habrá creído que Néstor iba, efectivamente, a arreglar él con la Corte pero, obvio, lo que hace Néstor es totalmente distinto”, relata Alén, hoy docente en la UBA y la Universidad de Lanús. Las iniciativas en materia de Derechos Humanos, como se sabe, siguieron con episodios de fuerte carga simbólica (como la cesión del predio de la ex ESMA a los organismos de derechos humanos, la apertura de un espacio de la Memoria en el ex casino de oficiales y el retiro del cuadro de Jorge Rafael Videla del Colegio Militar). Dichas acciones se fueron convirtiendo en una saga que, aunque hoy parezca natural y esté bastante incorporada al sentido común, por entonces produjo mucha tensión: tuvo, en particular, un efecto bastante revulsivo en la dirigencia mayoritaria del PJ (que no se sentía cómoda con la agenda “setentista” y había asumido como propia la teoría de los demonios).

La firmeza que mostraba Kirchner a la hora de sentarse a dialogar con los representantes del poder económico provenía, en definitiva, de su permanente búsqueda por asegurar la aprobación del gobierno y la autoridad del presidente: el poder propio radicaba en la relación directa con la sociedad. Lucía Portos, subsecretaria de Políticas de Género de la provincia de Buenos Aires, sintetiza en una frase el modo de conducción y de consolidación del perfil propio que, entre sorpresas de fondo y de forma, fue desplegando paulatinamente Kirchner. “Néstor fue un transgresor que logró plantear temas incómodos para su propio espacio político y lo hizo a partir de una convicción muy fuerte de que la inclusión social y la ampliación de derechos eran la mejor manera y la herramienta para construir un país mejor”, afirma.

La astucia y el poder

Otro rasgo peculiar de Kirchner era que, en su desparpajo, encontraba la forma de atender y al mismo tiempo poner en segundo plano las cuestiones que para él no eran prioritarias pero que para grupos o sectores sociales sí podían serlo. Porque el presidente de la libretita y la birome BIC asignaba especial atención a la marcha cotidiana de la economía: los ingresos, los egresos, el superávit, las reservas, el dólar, la tasa de interés, las inversiones, los precios internacionales, la producción, el consumo, el salario, las paritarias, el empleo, y unos cuantos etcéteras más. “Con Néstor fue la primera vez que escuché a un presidente hablar de economía. Pero no con el manual de vulgaridades neoliberales, sino poniendo sobre la mesa verdades fundamentales: como que la economía crece traccionada por la demanda. Que no era necesario arrastrarse a los pies del poder económico para sacar adelante un país sino que había que mejorarles los salarios a los trabajadores y a los jubilados”, puntualiza la diputada y economista Fernanda Vallejos, titular de la Comisión de Finanzas.

“Néstor –retoma su reflexión Artemio López- leía muy bien la correlación de fuerza de cada etapa. Eso sí, él no la leía desde afuera. Él intervenía en la correlación de fuerza y la modificaba de acuerdo a su criterio en favor de su proyecto. En cada una de las etapas sabía hasta dónde podía intervenir y hasta dónde no. Pero insisto: eso no quiere decir que fuera un lector o un comentarista de las relaciones de fuerza. Las modificaba, no solamente las describía.”

Kirchner pudo ser muchas cosas. Pero sobre todo fue el hombre de Estado astuto, lejos de toda ingenuidad testimonial, con voluntad de poder, que restituyó la autoridad del presidente y que privilegió el interés de la Nación. El negociador que accedía a hablar con todos sin perder la autonomía (porque detrás de cada interlocutor había un interés, legítimo o espurio) y que inició el camino de un proyecto que encontró la fórmula para gobernar y mejorar –en su medida y armoniosamente- las condiciones de vida de las mayorías.