El presidente Mauricio Macri miraba el altar con singular atención, sentado con extrema firmeza y con su mano derecha apoyada sobre el bastón presidencial. El Cardenal Mario Poli trascurría su homilía iniciada unos pocos segundos antes y el silencio en la Catedral Metropolitana era impecable. El arzobispo de Buenos Aires, en un momento, mencionó la palabra Zaqueo. Por supuesto que nadie se inmutó. Por supuesto que no se refería directamente a los saqueos, a las apropiaciones violentas, sino que el sacerdote había optado para su discurso en el tedeum, por la lectura de un pasaje del evangelio de San Lucas que narra el encuentro de Jesucristo, en su ingreso en Jericó, con Zaqueo, un publicano muy rico, un alto cargo entre los recaudadores de impuestos de los romanos. 

La referencia elíptica, como otras varias que se registraron en el discurso de Poli  no causó la mínima reacción inmediata del mandatario nacional, ni de su comitiva, aunque no pasó inadvertida, fundamentalmente por su grado simbólico.

Poli explicó que el de Zaqueo “era un oficio despreciable porque la mayor parte del dinero que recaudaban iba a para a las arcas romanas no sin retener una buena parte de los impuestos, de modo que se enriquecían notablemente”. Poco después advirtió sobre “la indiferencia y el egoísmo de los ricos frente a la miseria de los pobres no pasan inadvertidos a los ojos del Dios que sí se acuerda de los pobres y no olvida su clamor”.

Los párrafos de la homilía de Poli respecto de Zaqueo fueron los siguientes: :

En varios pasajes de los Evangelios, existen muchos encuentros de Jesús con hombres y mujeres de su tiempo como el que acabamos de proclamar: ocurrió cuando el Señor y sus discípulos se dirigían a Jerusalén, donde debía cumplirse todo lo que anunciaron los profetas acerca de Él (cfr. Lc 18,31b). En el camino, entran a la milenaria ciudad de Jericó, y como la fama de Jesús corría delante de Él, no tardó en verse rodeado por una multitud: querían conocerlo y escuchar su palabra, pues «todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad» (Lc 4,32). Los gritos y aclamaciones de la gente no impidieron que el Señor reparase en una persona subida a un árbol, y a él se dirigió: «Zaqueo baja pronto porque hoy tengo que alojarme en tu casa» (Lc 19,5).
El personaje aparece por única vez en los Evangelios y San Lucas lo presenta como un hombre muy rico y jefe de los publicanos, lo cual significaba un alto cargo entre los recaudadores de impuestos al servicio de los romanos, que en ese tiempo habían invadido Judea, convirtiéndola en una provincia del Imperio. Cuando Jesús se invita a la casa de Zaqueo, la gente murmura con razón, porque era un oficio despreciable, pues el dinero que recaudaban de sus conciudadanos iba a parar a las arcas romanas, no sin retener una buena parte de los impuestos, de modo que se enriquecían notablemente. Sin sentimientos religiosos, los publicanos eran indiferentes al patriotismo de sus conciudadanos que luchaban por obtener la libertad de su pueblo humillado; estas y otras actitudes les valieron el desprecio popular y eran considerados grandes pecadores. Pero todo eso no detuvo al Señor, quien superando los prejuicios humanos, fue en busca del hombre. Jesús entra en la casa del publicano porque allí hay algo que salvar. Es decir, no porque ahí se practiquen las buenas obras y haya que recompensarlas, sino porque «también este hombre es un hijo de Abraham» (Lc 19, 8) y por lo tanto no está excluido de la fidelidad y del amor de Dios.
Lo que llama la atención en el texto es que apenas entra el Señor, el dueño de casa manifiesta una singular sensibilidad por los pobres con quienes compartía la mitad de sus bienes. No había aislado su conciencia y tenía claro que su oficio generaba excesos y era causa de injusticias, y eso lo llevaba a reparar los perjuicios cometidos dando cuatro veces más a los damnificados. Zaqueo sabía que tenía muy mala fama entre la gente a pesar de ser una persona honesta. El encuentro personal con Jesús hizo que su deseo profundo de «ver quién era» se cumpliera muy por encima de sus expectativas.
Pero ¿qué nos dice este encuentro hoy? Aquel cobrador de impuestos parecía tenerlo todo, pero al recibir la inesperada visita de Jesús le dio un nuevo horizonte a sus días. El evangelista San Lucas nos da una advertencia con este ejemplo: la indiferencia y el egoísmo de los ricos frente a la miseria de los pobres no pasan inadvertidos a los ojos del Dios que sí «se acuerda de los pobres y no olvida su clamor» (Salmo 9,13). El caso de Zaqueo nos muestra que siempre hay un camino de redención si abrimos la mano para compartir lo que la vida nos ha dado, cuánto más sin con ello reparamos las injusticias cometidas. Hay muchas personas que desean subirse al árbol de su vida para ver quién es el Dios de la vida que pasa y siempre se deja encontrar.