La potencia que tiene la palabra choripán sólo se puede equiparar con la potencia que tiene el sabor de un buen ídem. Esa combinación perfecta de un pan bien horneado, crocante por fuera y tierno por dentro, con un chorizo asado a conciencia, sin que se queme ni quede demasiado jugoso, es uno de los inventos gastronómicos mejor logrados. Es un símbolo de la argentinidad, un orgullo nacional, un motivo para enamorar turistas extranjeros ávidos de conocer el alma de estas tierras al sur del mundo. Es, además, medianamente barato y fácil de hacer. Tiene una multitud de seguidores y un buen número de especialistas. Aunque algún cardiólogo podría excluirlo de una dieta sana por su alto contenido graso y todos los nutricionistas lo desaconsejen por las casi 800 calorías que aporta, no debe existir un solo argentino mayor de cinco años que no haya disfrutado de un buen choripán. Y ahí la cuestión es absolutamente transversal. Atraviesa edades, clases sociales, gustos gastronómicos y estilos de vida. Entonces, ¿qué les pasa a esas señoras mayores que marcharon el sábado a la noche rumbo a la Plaza de Mayo para manifestar semejante encono contra el choripán?, ¿qué lo llevó al presidente de la nación a remarcar como algo positivo la falta de este símbolo nacional en la marcha a su favor?, ¿qué comen los integrantes del gobierno nacional y sus adláteres cuando se juntan a deglutir un asado?

No todas las preguntas tienen respuesta, pero estas de acá arriba quizás sí. Es muy posible que los manifestantes macristas que el sábado a la noche salieron a patear la calle asocien al choripán con el peronista o con cualquier manifestación popular. Y todo lo que tenga que ver con el peronismo (excepto Santilli y Ritondo) es feo, sucio, malo. “Soy democrática y buena”, decía el cartel que sostenía una sexagenaria vestida de seda y con peinado reciente de peluquería. “Sin choripanes y sin micros”, decía otro cartel rodeado de banderas argentinas sostenidas por manos que podrían servir para una propaganda de una joyería de la calle Libertad. La idea es diferenciarse, sentirse superior. Si ellos comen choripán, yo como sushi o cualquier ensalada que tenga rúcula entre sus ingredientes. No importa que el choripán sea más rico. No. Nada importa. Si los feos, sucios y malos comen eso, yo como otra cosa.

El 3 de febrero de este año, en la Ciudad Cultural Konex, reducto cool por excelencia de la oferta de entretenimientos que ofrece Buenos Aires, se hizo el primer festival dedicado íntegramente al choripán. Se llamó Buenos Aires Chori y contó con una gran cantidad de porteños que se mezclaron con turistas de todo el mundo para saborear diferentes preparaciones de choripanes, desde el famoso “mariposa al pan francés” hasta las más diversas propuestas de los asadores allí reunidos. En Córdoba se viene haciendo desde hace varios años el festival Mundial del Choripán. Y allí, la provincia en la que Macri obtuvo uno de los porcentajes a favor más significativo de las últimas elecciones presidenciales, sostienen que son los inventores de este sánguche. Además, cada uno de los festivales que cada fin de semana se hacen a lo largo de todo el país cuenta con una enorme parrilla en la que se asan cientos de chorizos para servir dentro de un pan. Los chori son un símbolo del campo. Sí, ese campo que con tanto énfasis defiende las medidas que toma el gobierno y que se llena de esperanzas ante cada promesa. Bueno, pero esos choripanes no son malos. Algunos son cool, otros son fashion, otros son autóctonos.

¿Entonces hay muchos tipos de choripanes? No. El choripán es uno solo. Lo que hay es un dogma enarbolado por el porteño tilingo medio que pretende mirar por encima del hombro al que está del otro lado de la grieta. Tanto es así que a alguno de ellos se le ocurrió el adjetivo “choriplanero” para expresar su desprecio hacia el que piensa diferente. Y el presidente abona a ese dogma con declaraciones que agrandan la grieta, estigmatizan a todos los que se manifestaron en marchas multitudinarias a lo largo de todo marzo y privan a sus seguidores de saborear uno de los manjares más exquisitos de la gastronomía popular.