Este año, el Día Internacional de la Mujer, en el contexto de la pandemia de Covid-19, celebra los esfuerzos realizados por mujeres de todo el mundo para definir una vida más igualitaria.

El machismo implica el abuso del cuerpo de las mujeres, y el neoliberalismo el descuido y desprotección de los cuerpos. El anudamiento entre machismo y neoliberalismo trajo como consecuencia el aumento de las desigualdades sociales, del odio y de los cuerpos excluidos, violentados y asesinados.

Las mujeres comprendieron antes que el resto del campo político que machismo y neoliberalismo constituyen un dispositivo de poder que se expandió por todo el planeta y se apropió de la vida. Que sólo habrá democracia si somos capaces de emanciparnos del machismo, el patriarcado y de toda forma de concentración del poder.

El feminismo se convirtió en un nuevo agente político, una potencia que comenzó a interrogarse sobre asuntos que la política hasta ahora no tuvo en cuenta: el cuerpo, el amor, el deseo, la sexualidad, la relación con el otro, la igualdad, la maternidad como una opción y no una obligación. El movimiento feminista afecta los “patrones” mismos del orden social, porque se dirige contra la jerarquía, la sumisión y toda forma de abuso, sea económica, sexual o de otra índole.

El feminismo es un colectivo de mujeres que designa varias significaciones simultáneamente. Por una parte, refiere a las reivindicaciones concretas de la mujer: rechazo a la violencia hacia el género, ley de aborto, igualdad salarial, reconocimiento del trabajo de las mujeres por fuera del mercado, etc. Sin embargo, ellas no están del todo representadas allí, algo desborda y excede el locus de las reivindicaciones.

El salto del feminismo, la rebelión de las que no contaban, produjo un límite que operó como un “ajuste de cuentas” en las relaciones entre igualdad y comunidad, inaugurando una novedad en el espacio político y una nueva realidad. El movimiento feminista vino a reconfigurar un orden social naturalizado y promete una nueva forma de hacer comunidad basada en vínculos horizontales, amistosos, solidarios y democráticos.

El feminismo muestra un camino en la ruta emancipatoria orientada por la politización del deseo, ocupa el lugar de una causa que hace que nos preguntemos: ¿cómo librarnos del patriarcado? ¿Cómo deconstruimos el fascismo y el machismo incrustado en nuestro cuerpo y en nuestros actos?

La lucha del movimiento de derechos humanos por memoria, verdad y justicia, a lo largo de la democracia, construyó las bases para el proceso iniciado por Néstor Kirchner en 2003, que tuvo la osadía de transformar esas demandas en políticas de Estado. Alberto Fernández, iluminado por el faro orientador de Néstor Kirchner como él mismo siempre expresó, en continuidad con esa política asumió una decisión fundamental. Propuso en su discurso de apertura del año legislativo, el 1o de marzo, que convirtamos a la

lucha contra la violencia de género en una política de Estado y una política de la sociedad toda. Afirmó: “Lo hicimos con Memoria, Verdad y Justicia. Ahora vamos a hacerlo también con la intolerancia a estas violencias”.

Por la potencia del movimiento de mujeres y la trascendencia que tiene la afirmación presidencial inferimos que nos encontramos en un momento de inflexión, que constituye un punto de partida y una apuesta política: la feminización del Estado y la construcción de una democracia opuesta a la lógica machista del abuso y a la lógica neoliberal del despojo.