El hallazgo no tuvo nada de novedoso en la temática de fondo. Lo que sí cambió fue la historia que se utilizó para estimular la misma fibra de las personas. Ese punto donde se reúnen los dos grandes motores emotivos sobre los que trabaja la derecha en la Argentina y todo el mundo: el miedo y el odio. El tema de la inseguridad permite sintetizar estas dos turbinas emocionales. El temor a ser asesinado en algún hurto menor en la vía pública o a que una esposa o una hija sean violadas, situaciones a las que lógicamente se teme, se reúnen con la base fundamental del odio humano que es el racismo. La narrativa mediática sobre la inseguridad sintetiza de un modo excepcional ambas cosas: el miedo y al odio a “la negrada” se funden. Es una potencia difícil de frenar.   

Esta semana esa narrativa se nutrió de la decisión del Poder Judicial, a tono con lo que ocurre en todo el mundo, de tratar de descomprimir el hacinamiento carcelario ante el riesgo de una explosión de casos de coronavirus en los establecimientos penitenciarios. Los medios de la derecha –es decir casi todos– se encontraron con un picnic para tocar estas fibras y golpear al gobierno del Frente de Todos. No deja de ser irónico porque son los mismos sectores que viven agitando la bandera de la “Justicia independiente” quienes intentaron responsabilizar al gobierno por decisiones de otro Poder, ejerciendo en simultáneo una enorme presión sobre los jueces.

La idea fue crear la sensación de que había una oleada de liberaciones de presos peligrosos. Una situación similar a la que se muestra en la película Batman inicia, en la que en una parte de la trama de Ciudad Gótica se ve asediada por una fuga generalizada de criminales violentos que se escapan de una cárcel de máxima seguridad, situación creada por el súper criminal Jonathan Crane. En el momento actual, Horacio Rodríguez Larreta es el alcalde de la Gótica asediada y también utilizó Twitter para repudiar las supuestas “liberaciones masivas”.

Hubo un personaje que le vino como anillo al dedo a esta construcción. Podría ser candidata al Oscar. Fue la jueza de Quilmes Julia Márquez, titular del juzgado Nº 1 de Ejecución Penal. Uno de los tantos momentos televisivos que protagonizó fue un reportaje que le hizo la dupla de Eduardo Fenimann y Jonatan Viale. La jueza aparecía en el centro de la pantalla por teleconferencia, flanqueada por la imagen de cada uno de los periodistas que la escuchaban atentamente. “Entre el 27 y 28 de abril salieron 172 personas en libertad”, dijo la magistarda. “Y en este período –agregó, sin que quedara claro a qué espacio de tiempo se refería– recuperaron la libertad 2848 personas. Son distintas modalidades, no todas son libertades, también hay arrestos domiciliarios”.

Una figura dispuesta a mezclar todos los datos sin aclarar absolutamente nada, sin ponerlos en contexto desglosando cuántas de esas liberaciones o morigeraciones de las condiciones de detención son motivo de las medidas de prevención por la pandemia, no podía sino transformarse en una estrella de los medios para sembrar el pánico en esta Buenos Aires Gótica.

La cifra concreta es que entre el Servicio Penitenciario Federal y el Bonaerense se concedieron 800 prisiones domiciliarias fundadas en los riesgos del Covid-19. Es decir que el resto de las liberaciones o morigeraciones son parte del trabajo habitual del Poder Judicial. Eso, sin mencionar que la mayoría de los países han excarcelado a un porcentaje mucho mayor de detenidos. Es probable que haya casos en los que algún juez le dio arresto domiciliario a un violador o un asesino y que eso deba ser revisado. Pero la tarea coordinada de la derecha es transformar esa excepción en la regla. Y culpar al gobierno por lo que hacen los jueces. Acusar especialmente a la ideología del gobierno. Armar esa ensalada en la que reivindicar los Derechos Humanos, declaración que surgió luego de los 50 millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial, implica extrañamente defender a “los delincuentes” y descuidar al resto de los ciudadanos.