La situación judicial en la que se colocó la titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, en relación con la causa «Sueños Compartidos», no tiene antecedentes (por lo menos cercanos) en los tribunales. No hay registros de un imputado que, sabiendo de la existencia de una causa en la que está citado a declarar, la haya desconocido a punto tal de ni siquiera nombrar abogado defensor. Pero esa es sólo la mitad de la historia, pues cuando un imputado elude o ignora un llamado a declarar, inmediatamente el juez ordena (y, si lo tiene ubicado, concreta) la detención.

Hebe de Bonafini puso patas para arriba esa ecuación. Y su actitud, claramente rebelde, desnudó una sorpresiva debilidad en Comodoro Py 2002, un ámbito en el que en los últimos meses todos parecen «machos», incluso María Romilda Servini de Cubría.

El juez Marcelo Martínez de Giorgi, quien a raíz de este entuerto habló públicamente como no lo había hecho prácticamente nunca, quedó entrampado por sus propias decisiones: primero, la de llamarla a indagatoria; luego, la de ordenar su detención.

¿Acaso fue un globo de ensayo? ¿Qué otra eventual orden de detención podría generar una movilización que convirtiera a una decisión judicial en un barril de pólvora con la mecha encendida?

La experiencia Bonafini desnudó qué puede ocurrir cuando un juez engrandecido intenta aplicar empíricamente un derecho penal desparejo contra un justiciable de determinadas condiciones. Algo así como aquel reto de la infancia: «metete con uno de tu tamaño y vas a ver». ¿Eso está bien? ¡Claramente no! Pero es necesario ver la película, y no la foto.

La igualdad ante la ley es una garantía constitucional que, en los hechos, no existe como tal. Los propios jueces son un ejemplo: ellos, que están llamados a aplicar la ley, resolvieron que una ley –la del Impuesto a las Ganancias– no los alcanza. Ni los va a alcanzar, según se lo hicieron saber al presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, en una decisión monolítica que no parece muy diferente a la rebeldía de Hebe de Bonafini.

Que la líder de las Madres salga detenida y procesada de Comodoro Py sería algo así como que el Gordo Valor anduviera por las calles señalando con su dedo índice a los «chorros». Peor aun: nadie podría imaginar a Martínez de Giorgi llamando a indagatoria a Sarmiento por supuestas irregularidades en algunas de las cientos de escuelas que fundó. Ni a San Martín porque los uniformes del Ejército de Los Andes no estaban confeccionados en la tela adecuada. Ambos próceres eran, ante todo, humanos. Y falibles. Como cualquier otro humano contemporáneo. «