El primer acto de gobierno del flamante presidente del Consejo de la Magistratura, Horacio Rosatti, fue asegurarse de que jueces, funcionarios y empleados judiciales cobrarán el sueldo de abril en tiempo y forma.

El jueves por la tarde, cuando la actividad en los tribunales porteños languidecía, el también presidente de la Corte Suprema Rosatti recorrió junto con dos de sus colaboradores las cuadras que separan el Palacio de Tribunales del edificio del Consejo de la Magistratura. Ese acto simbólico, lejos de la presencia de periodistas y eventuales manifestantes, marcó el inicio formal de su gestión. Se reunió con el administrador general del Consejo, Claudio Cholakian. En la construcción permanente de poder interno, Rosatti sabe que si la audaz movida por el Consejo tenía como primera consecuencia que se demorara el cobro habría arrancado con el pie torcido. Una muestra más de que el órgano institucional más importante en la Argentina, la mayor garantía de gobernabilidad, es el bolsillo lleno.

Rosatti se tranquilizó cuando le informaron que el Consejo que la semana anterior se convirtió en calabaza había dejado todo ordenado para que, al menos durante los siguientes dos meses, no hubiera problemas para cobrar los salarios.

Zanjada esa cuestión, persisten los interrogantes sobre qué pasará en el Consejo a partir del lunes próximo.
Rosatti será un presidente presente y activo. Según explican sus allegados, se involucrará en los expedientes, participará en los plenarios y marcará con su impronta. Uno de sus primeros objetivos será desmitificar que el fallo de la Corte paralizó al Consejo. “Ya estaba paralizado”, embisten, y para ejemplificarlo muestran que en 2021 solo fueron aprobadas cinco ternas de candidatos a ocupar cargos de jueces. “Se olvida que en 2020 hubo pandemia y los exámenes presenciales se volvieron a tomar hace un año”, le responden los viejos consejeros.

En tanto, la Corte es hoy una troika gobernante con un solitario díscolo, Ricardo Lorenzetti. El expresidente del tribunal eligió correrse de esta escena en la que considera que se está afectando la institucionalidad de uno de los poderes de la República. Él, que ejerció y construyó poder con voracidad durante los once años de su presidencia, parece hoy un moderado ante la impronta de Rosatti. “Ricardo discutía poder con todos; ahora son empleados del poder y solo hacen lo que les indican”, desafían desde su entorno.

De cara a lo que viene, la Corte Suprema ya recibió los planteos (que también tienen secuelas en juzgados en lo contencioso administrativo federal) sobre las designaciones del senador Martín Doñate y la diputada Roxana Reyes como consejeros. El máximo tribunal evalúa dictar una resolución para posibilitar la asunción de ambos pese a los cuestionamientos para uno y otra. Asumirían con cierta provisionalidad; al final del camino, en definitiva, la decisión sobre la validez de sus mandatos la tendría la Corte. Otra vez, juez y parte.

La mitad de los consejeros que ya están en funciones sostienen que para comenzar a funcionar, el nuevo Consejo debe tener completos todos los casilleros. Para evitar que ocurra lo que le sucedió al destituido camarista federal Eduardo Freiler. La ausencia de un consejero y la demora deliberada de la jura de su reemplazante le permitió al gobierno de Mauricio Macri conseguir una mayoría circunstancial para sacarse de encima a un juez que le molestaba. Para voltear a Freiler argumentó que no podía justificar su patrimonio, pero el excamarista afrontó un juicio penal en el que fue sobreseído, y esa declaración de inocencia tiene hoy fuerza de cosa juzgada. Es decir que Cambiemos aprovechó una mayoría forzada y ocasional para echar a un juez por una causal que la propia Justicia descartó. Algo así como el ataque preventivo del expresidente estadounidense George W. Bush a su par iraquí Saddam Hussein so pretexto de que tenía armas químicas que nunca aparecieron. Irak quedó devastado y Saddam murió en la horca. A Bush, como a los que guillotinaron a Freiler, ni siquiera se le escuchó decir “mala mía”.

La Corte repuso solo parcialmente una ley que fue derogada hace casi 16 años. No es la primera vez que el máximo tribunal despedaza una norma; ya lo hizo, por ejemplo, con la de la “democratización de la Justicia”, a la que le podó todo aquello que afectaba el sesgo de casta que tiene el Poder Judicial.

El fallo que entronizó a Rosatti volvió para atrás con la conformación del Consejo pero no dijo ni mu sobre el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados. La explicación es que la parte de la demanda que cuestionaba la conformación del jury fue rechazada y el Colegio de Abogados de la calle Montevideo (el ala más derechizada de la abogacía porteña), que promovió la acción, lo consintió.

Es extraño, porque hasta la reforma que la Corte declaró inconstitucional el Jurado estaba perfectamente equilibrado: tres jueces (uno de ellos, el vicepresidente de la Corte), tres legisladores y tres abogados. La reforma de 2006 alteró ese esquema y lo dejó con dos jueces, cuatro legisladores y un abogado. No parece muy equilibrado; sin embargo allí no hubo marcha atrás.

La inconstitucionalidad de la ley que rigió durante tres lustros consideró que se había alterado el equilibrio. En el Consejo están representados los estamentos de diputados, senadores, jueces, abogados, académicos y el Poder Ejecutivo, bajo la presidencia de la Corte Suprema. Los primeros cuatro tienen cuatro representantes cada uno, los académicos dos y el Ejecutivo, solo uno. Para el fallo, eso es equilibrio.

La resurrección de la ley derogada implica, además, que funcionarán separadas las comisiones de Acusación y Disciplina, que hasta ahora eran una sola. Si una denuncia contra un juez cae en Disciplina, eso significa que no será destituido y, a lo sumo, tendrá una sanción económica. Pero si cae en Acusación, entonces pueden ser sus últimos tiempos como magistrado. Esa diversificación también es parte del disciplinamiento interno que denunció esta semana el exjuez de la Corte Raúl Zaffaroni.

Todo lo relativo al funcionamiento del Consejo se deberá resolver en los próximos días, primero en la Comisión de Labor (para organizar una situación actualmente caótica) y luego con un primer plenario. El cuerpo tiene un costado ciertamente religioso: solo Dios sabe qué saldrá de allí.