Un 17 de octubre (¿cómo hoy?), el cuerpo de Santiago Maldonado fue encontrado sin vida tras 78 días desaparecido, en un lugar que había sido rastrillado cuatro veces. Uno de los videos de los rastrillajes que las fuerzas de seguridad llevaron adelante en esa parte del río Chubut, muestra a los buzos chapoteando en ese hilo de agua donde sin dudas no se encontraba el cuerpo entonces desaparecido. Uno de los buzos se pone de pie y el agua le llega apenas a las rodillas… Nora Cortiñas, testigo de uno de los rastrillajes y parte querellante desde la Comisión Provincial por la Memoria le hizo notar enfáticamente al juez Lleral la situación. Pero nada podía torcer la dirección que había tomado la causa por presiones del gobierno de Mauricio Macri, según el propio juez le confesó –¿culpógeno o cínico?– a la madre de Santiago.

La desaparición de Santiago Maldonado en el contexto de la represión ilegal capitaneada por Patricia Bullrich y la campaña nacional e internacional resultaban problemáticas para el gobierno de Cambiemos; recordemos la reacción popular, en mayo de ese mismo año, ante el intento por parte de la Corte Suprema de favorecer con el cómputo del “2 X 1” a genocidas de la última dictadura. Contrariamente, la aparición del cuerpo de Santiago, en plena semana electoral, un martes 17 de octubre, la autopsia el viernes 20, dos días antes de las elecciones intermedias, y la apurada versión del gobierno a través de todos los medios de comunicación de que se había confirmado que Santiago Maldonado se había ahogado, revirtieron la racha. Si alguien hubiera novelado la escena insinuando que el cuerpo fue devuelto al río, justo donde cuatro operativos de las fuerzas de seguridad no habían sido capaces de encontrarlo, para destrabar el manto de sospecha social que pesaba sobre el gobierno, nada menos que a pocos días de unas elecciones que finalmente favorecieron a ese mismo gobierno, y que semejante operativo le mojó la oreja a la memoria popular argetina en uno de sus días más importantes, hubiera sido tildado cuanto menos de exagerado.

Lo cierto es que aquella autopsia (ver: https://rededitorial.com.ar/revistaignorantes/santiago-maldonado/)  avalada por sectores del progresismo y festejada por toda la Argentina reaccionaria dejó más dudas que seguridades y que más allá de la pericia de los profesionales que tomaban nota de lo que veían por una pantalla (solo dos peritos tuvieron contacto directo con el cuerpo), el juez presionado omitió un reguero de indicios que abonaban la hipótesis hasta ahora más sustentable: que Santiago Maldonado fue mantenido desaparecido por las fuerzas de seguridad bajo la responsabilidad de Patricia Bullrich, y que fue devuelto al río nada menos que un día en que recordamos –no siempre dejándonos interpelar– el protagonismo popular atravesando el umbral de la política. El tratamiento que el gobierno, los medios de comunicación y el juez dieron a esa autopsia tuvo una eficacia política inmediata: la movilización que se realizó el sábado 21 de octubre no contó con el apoyo del kirchnerismo, más preocupado por la elección del domingo, recordada por la derrota en la provincia de Buenos Aires de Cristinna Fernández ante otro Bullrich, Esteban, de diversos modales a los de su prima, aunque del mismo árbol genealógico político. Primero, desmovilización callejera, luego, derrota electoral. La lectura política de la aparición del cuerpo sin vida de Santiago es inevitable.

Como si las fechas gritaran, en pleno despliegue del G20 presidido por Argentina, a fines de 2018, el obediente juez Lleral cerró la causa por desaparición forzada de Santiago Maldonado. Durante el período en que Santiago estuvo desaparecido y tras la tergiversación de los resultados de la autopsia, fuimos testigos del fervor reaccionario de una parte importante de la sociedad, con enunciados clasistas, racistas, antipopulares como hacía muchos años no se escuchaban. Casi la inversión exacta del 17 de octubre. Energías sociales expresadas en quienes hoy compiten sobreactuando su oscurantismo ante un potencial electorado, mientras el progresismo, como ocurrió ante la desaparición forzada seguida de muerte de Santiago, se ahoga en un vaso de agua. Porque Santiago Maldonado no se ahogó, no corrió hacia el río poéticamente como dice el denigrante fallo de Lleral, porque a los organismos de Derechos Humanos no se les fue la mano como insinúan quienes le sacaron el cuerpo a la pelea, porque no se investigó absolutamente nada, porque la autopsia no conduce a pensar que el cuerpo permaneció 78 días sumergido en el río sino todo lo contrario, porque la causa se reabrió y circuló como una papa caliente entre seis juzgados y una Corte Suprema canalla –aquella de los jueces por decreto y del 2 X 1–, aun negándose a asumir los reclamos de la familia de Santiago, deja en claro que la causa debe continuar, porque no alcanzan los días para enumerar la cantidad de irregularidades que atraviesan de punta a punta la causa, porque incluso hay una nueva testigo cuya voz, sumada a los testimonios anteriores, obliga a retomar con fuerza la hipótesis de la desaparición forzada (ver: https://www.tiempoar.com.ar/politica/santiago-maldonado-un-crimen-de-estado/).

Las Madres nos enseñaron que un desaparecido no deja de desaparecer y que la consigna “Aparición con vida” se ubica a la altura de ese crimen de crímenes, forzándonos a perseverar en la lucha, a imaginar transformaciones, a experimentar en presente las vidas posibles que entonces fueron impedidas. Tal vez, la aparición del cuerpo sin vida de Santiago y, por qué no, su resonancia con la aparición del cuerpo muerto de Facundo Astudillo Castro en la provincia de Buenos Aires, muestren un pliegue más de la violencia estatal que, incapaz de sostener sin excesivos costos la desaparición, embarra la cancha devolviendo los cuerpos a un mundo de pistas falsas y noticias incomprobables, a un fango que agota la percepción presente y congela la memoria lo más lejos posible de nuestra experiencia concreta. Madres de Plaza de Mayo es una nueva institución, cuya legitimidad no proviene del pacto según el cual deponemos algo de nuestra libertad para obtener algo de seguridad, sino de la singularidad de una experiencia de dolor, lucha y práctica ética que se universalizó, que se volvió disponible para cualquiera. ¿Qué ocurre cuando el Estado, último custodio del pacto de convivencia basado en una antropología negativa según el cual “el hombre es el lobo del hombre”, aparece desnudo bajo la luz de la luna llena? ¿Qué nos queda cuando el Leviatán, monstruo del orden interno, se convierte en el hombre lobo? Nora Cortiñas no deja de recordarnos que las desapariciones a manos de aquella dictadura genocida y las muertes, torturas y desapariciones en democracia son un límite absoluto, crimen de crímenes, que nos deja fuera del régimen de obediencia a las instituciones. Madres de Plaza de Mayo es una nueva institución cuya legitimidad proviene de la desobediencia.

Tal vez, la desobediencia popular fue el aspecto políticamente más potente del 17 de octubre de 1945, cuando aquellos que debían permanecer por fuera de las decisiones sobre los asuntos comunes tomaban por asalto la ciudad, la recorrían con una paz cargada de rabia y orgullo, abriendo un nuevo tiempo político en nuestro país. ¿Cómo se enlazan esas historias en nuestro presente de discursos gastados y luchas alicaídas? Un peronismo sin mística ni creatividad, apostando solo a la autoconservación; un kirchnerismo que destila frases patéticas como “el pragmatismo es para sobrevivir” en un país con la mitad de su población a límite de la reproducción material de la vida; una izquierda cerrada sobre sí misma, iluminada solo por su autocomplacencia… El 17 de octubre de 2017 significó un golpe del cual aún no nos recuperamos, mientras que este lunes frío de una primavera que se esconde, evidencia la dispersión de lo que inflados de un optimismo inexplicable llamamos “campo popular”.    

En la fragilidad de la familia Maldonado, que persiste en la búsqueda de justicia contra viento y marea, propios y ajenos, resuena la fragilidad de esas Madres que inventaron una forma de luchar, una forma de estar en el mundo, una astucia política desde abajo, una sabiduría sobre la espiral de violencia de la que somos capaces cuando inventamos monstruos cuyo objetivo oficial no es otro que el de erradicar ¡definitivamente! la violencia. Pues no, la violencia que institucionalizamos no nos viste de ciudadanos civilizados, nos desnuda aun más. Por eso, a veces solo nos queda la desobediencia.

Y solo a la desobediencia popular, al amor confuso que nos encuentra en la calle, a la fragilidad de la desobediencia cuando quienes la sostienen se quedan solos, podemos ser leales…   

* El autor es ensayista, editor, docente. Enseña e investiga en la Universidad Nacional de José C. Paz y en la Universidad Nacional de las Artes. Es autor de Nuevas instituciones (del común) (2022) La globalización. Sacralización del mercado (2001), Papa negra (2011) y Co-autor de El anarca (filosofía y política en Max Stirner) y Filosofía para perros perdidos. Variaciones sobre Max Stirner (junto a Adrián Cangi, 2018, 2021), y compilador y autor de Linchamientos. La policía que llevamos dentro (junto a Adrián Cangi, 2015). Codirige Red Editorial y Revista Ignorantes junto a Rubén Mira. Conduce y coproduce el programa “Pensando la cosa” en Canal Abierto. Integra el Instituto de Estudios y Formación de la CTA A y el Grupo de Estudios de Problemas Sociales y Filosóficos en el IIGG-UBA.