“No hace falta jurar que somos una raza triste; la orejas tiesas, la mirada fija, los músculos en tensión, siempre dispuestos a la huida”. Así comienza Auge y caída del conejo Bam, la última novela del escritor español radicado en Argentina, más precisamente en Posadas, Andrés Barba.

Barba no está nunca allí donde se lo busca. Cada uno de sus libros es distinto del otro, como si creara en cada uno una lengua diferente.

Esta vez, con Auge y caída del conejo Bam, retomando la vieja tradición de la fábula animalística se mete en la piel de esos animales orejudos y de ojos rojos que suelen resultar muy simpáticos.

Ésta es la forma literaria que encontró para hablar del presente humano, de los totalitarismos que azotan al mundo, de los líderes que se presentan como salvadores, pero que en realidad son manipuladores que instigan al odio y la violencia.

El narrador de la historia de Bam, líder político de los conejos, es Copito, un conejo fascinado por esa figura carismática cuyo legado defiende a ultranza. 

En el caso de Auge y caída del conejo Bam, cualquier parecido con la realidad no parece mera coincidencia. 

Andrés Barba: “La raza de los conejos tiene el don de la poesía”

Andrés Barba

-¿Cómo se te ocurrió retomar una tradición tan vieja como la fábula en que los protagonistas son animales que hablan?

–Creo que viene un poco de la desorientación general que tuvimos todos tras la pandemia, de esa sensación de que estábamos viviendo en un nuevo mundo. Mientras mi familia estaba acá, yo tuve que ir obligatoriamente a Nueva York por cuestiones de trabajo. Al contexto de la pandemia se sumaba que en Nueva York acababa de ocurrir el asesinato de George Floyd a manos de la policía y se había producido el asalto al Capitolio. Estábamos todos encerrados, Nueva York era como una ciudad fantasma, yo estaba separado de mi familia, de mis hijos, era realmente como una situación de guerra, literalmente.

Me pareció que esa situación tan extraordinaria no se podía contar con las palabras de siempre, que había que buscar otra forma de enunciar la realidad que la representara, que manifestara realmente lo inverosímil de todo lo que me rodeaba, del tipo de política, del carácter de los líderes que estábamos creando, el tipo de neurosis colectiva que estábamos haciendo nacer en ese momento. Y en ese contexto de repente me dije que lo que sucedía no se podía contar con seres humanos y pensé con qué se puede tipo de ser se podía contar todo eso.

Yo suelo tener un cuaderno al lado de la cama y una de esas noches en que no recuerdo muy bien qué es lo que había soñado, por la mañana descubrí que a mitad de la noche había escrito “Un conejo borgiano” entre signos de exclamación. Al levantarme me pregunté qué quería yo decir con esto de un conejo borgiano. Me quedó la idea de poder utilizar animales que hablaran del mundo con una voz analítica. Y así fue como nació la idea de recuperar la fábula política animalística, que es un género muy antiguo, con más de 2000 años, desde Apuleyo y Esopo, y de retomarla en su versión más política, no tanto orwelliana como kafkiana.

–Un gran acierto, me parece, es que lo hayas hecho de manera tan explícita porque, de lo contrario, algún crítico podría haber objetado que se trataba de una fábula moralizante. Sin embargo, vos lo hiciste de una forma tan explícita, te inscribiste de forma tan contundente en esa tradición que esa observación no cabe porque es lo que vos quisiste hacer.

–En realidad, el género de la fábula animalística no es nada moralista. Si tú ves las fábulas de la época clásica de Esopo, de Apuleyo, no son fábulas moralistas. Lo que vuelve moralista al género de la fábula es la tradición francesa de la ilustración cuando reutiliza el género para la pedagogía.

Y ahí es cuando la fábula animalística se vuelve pedante, moralista, pesada, irritante. Ésa es la etapa más fea del género. En realidad, la época clásica de la fábula animalística con lo que está conectada es con la literatura picaresca. El transcurso natural de la fábula clásica es la figura del pícaro que hace del animal alguien que puede hablar del mundo de los hombres y que puede decir cosas de ese mundo sin tener miedo a las repercusiones de decir la verdad. Eso es lo que permiten los animales. A mí lo que más me interesa es la tradición de Kafka y no la de Orwell.

–¿Por qué?

–Porque en un contexto político totalmente saturado que ya no es comprensible, donde la violencia está latente, donde hay muchas cosas que no son fáciles de comunicar en términos realistas, Kafka utiliza un modo de fábula que exonera al mundo moral, es decir que no se identifican los buenos y los malos, sino que realmente utiliza la fábula como un catalizador de emociones que están flotando en el aire.

Por eso Kafka es el que mejor sabe describir ese horror que dará a pie a todas las aberraciones de las guerras mundiales y del Holocausto, entre otras cosas. Él resuelve esa especie de violencia latente a través de esas fábulas animales como La metamorfosis, Informe para la academia, Josefina la cantora o el pueblo de los ratones, en fin, todos esos grandes relatos animalísticos de Kafka.

–¿Y cómo utiliza la tradición animalística Orwell?

–Orwell lo que hace es un policial animalístico porque su idea es hacer una fábula donde el lector sea capaz de identificar a los personajes reales. Sabe que ese cerdo es Stalin, sabe que el otro es Roosevelt, sabe que… Pero yo no quería una fábula policial con animales. Yo quería una estructura narrativa al estilo de Kafka, que me permitiera hablar de todos nuestros miedos y males contemporáneos: el populismo, la posverdad, la confusión con la identidad, la obsesión con la seguridad, el miedo al otro… 

En fin, todas esas cuestiones que son la estructura, la semántica de nuestro tiempo sin hablar de ningún líder en particular. No quería hacer un retrato velado de Trump, de Milei, de Berlusconi ni de nadie. Quería hacer más bien una especie de génesis de nuestros políticos contemporáneos, populistas, desde su nacimiento hasta su decadencia, hacer todo ese giro, abrir todo ese abanico.

Algo muy interesante de Auge y caída del conejo Bam es una escritura poética que no noté en tus libros anteriores. El narrador, Copito, siempre dice cosas muy líricas.

–Es que la raza de los conejos tiene el don de la poesía. Cambiar en cada libro para mí es una cuestión de necesidad de supervivencia. Mi relación con la literatura tiende a reinventarse en cada libro. Cada vez tengo que renovar el contrato desde cero y hacer un aprendizaje total de lo literario, porque, si no, no tiene sentido.

Esa política de autor de tierra quemada no sé a dónde me va a llevar, si al suicidio o a dónde. Utilizar este tono que, efectivamente, nunca había trabajado tanto, necesitaba que fuera un tono en el que la enunciación fuera tan importante como el contenido. El tono muy poético está relacionado con un grupo de autores que a mí me fascinan mucho, que son los autores centroeuropeos del principio del siglo XX, que es un siglo que políticamente en su inicio comparte muchas cosas con el nuestro.

–¿Qué tienen en común?

–Es el inicio de los totalitarismos, unos totalitarismos distintos de los actuales, pero todos esos autores, Robert Musil, Hermann Broch, el propio Stefan Zweig, dan cuenta de que hay un todo, un flujo verbal de la conciencia que tiene que ser manifestado en la literatura, muchas veces eso nos acerca la poesía, que es lo que dices tú.

El otro día leí algo de Enrique Vila-Matas que decía: “La novela del siglo XXI será poética o no será, se acercará a la alta poesía o no será”.

–¿Y coincidís con lo que sostiene Vila-Matas?

–Creo que hay, es verdad, un punto de confluencia en el que la narrativa está regresando a la lírica, después de este arduo desierto de la autoficción del que estamos todos hartos. Hay un regreso a los géneros literarios como las fábulas, las novelas de terror, un regreso a la ficción pura, digamos. Estamos cansados de realismo, yo creo. Y entonces esta apuesta por la ficción es una apuesta doble al género y al tono, a un tono cada vez más sofisticado, más fino.

–Supongo que se te debe haber planteado cómo hacer hablar a un animal como el conejo. ¿Fue así?

–Evidentemente un conejo no puede hablar en otra lengua que no sea nuestra lengua, pero, a su vez, este tipo de lengua para mí se hizo propia de los conejos. Eso es algo muy kafkiano, porque una de las cosas maravillosas de Kafka, que realmente renueva el género de la animalística, es que no hace que los animales sean humanos disfrazados de insectos, sino que los animales piensan literalmente como animales.

No ves en su ficción a un tipo disfrazado de perro o de asno, sino que realmente ves a un animal verdadero, ya sea una cucaracha, un escarabajo, un mono, cada uno habla en su lengua. Ésa es una forma de huir del pensamiento antropocéntrico que habilita a hacer cosas con el estilo que de otro modo no funcionarían.

Y entonces, dices, “Bueno, ¿cómo es naturalmente un conejo?” Neurótico, acelerado, inmóvil, cargado de terror. Bueno, hagamos un lenguaje que sea igual: neurótico, inmóvil, ensimismado e histérico al mismo tiempo y que tenga una velocidad propia de conejo.

–Es muy conmovedor realmente el relato de Copito porque es una persona fascinada por Bam.

–Su fascinación, que es un gesto de amor, es al mismo tiempo un gesto político parecido en términos viscerales o sentimentales a lo que mucha gente siente por nuestros líderes contemporáneos que tantas veces se presentan como salvadores como pretexto para la destrucción, como catalizadores de nuestro desánimo, catalizadores de nuestra violencia, de nuestras emociones más profundas. Entonces esa relación es sentimental, no sólo es política. 

Ventajas de largarse a escribir sin red

-¿Tenías un plan para esta novela?

-No, la propia narración no tenía un plan más que su propio título. Sí tenía claro que tenía que haber un auge y una caída, que tenía que ser una especie de ciclo cerrado que acabara con la decadencia del líder, pero no tenía ni idea de cómo iba a ser esta decadencia, ni de qué iba a ocurrir. Acepté ese ciclo de decadencia porque es un ciclo natural, histórico, no por nada más. Pero todo lo demás lo fui descubriendo sobre la marcha, era un libro sin plan, sin ningún tipo de plan. Una comunidad de conejos permite vernos mejor a nosotros mismos. Me ayudó mucho el propio Spiegelman y el cómic que escribió sobre el Holocausto, Maus. Él utiliza a ratones y a gatos para contar la historia de su padre en el Holocausto. Dijo que la primera vez que intentó escribir ese cómic lo hizo con seres humanos y que no le salió porque su conexión mental con el imaginario humano era demasiado fuerte.

 

Escritura e ideología

-En algún momento, creo que al final, decís que la novela no está contaminada por una ideología. Creo que no tiene una ideología partidaria, pero la ideología es inevitable porque es la forma en que te parás ante el mundo.

-No hay una toma de posición con respecto a la realidad distribuida en buenos y malos. No había ninguna intención de demonizar tampoco ni siquiera la versión totalitarista del conejo Bam, porque la responsabilidad de un Bam totalitario, como acaba resultando en el libro, es compartida por la sociedad de la gran madriguera y por el propio Bam. No es el único responsable de su deriva decadente, sino que es una responsabilidad compartida y en eso no es una novela ideologizada o ideologizante, no sé cuál sería la palabra exacta, como sí lo es, por ejemplo, Rebelión en la granja, donde están distribuidos claramente los papeles de buenos y malos en términos morales con respecto a la sociedad. Ésta es más bien una novela con animales que recoge todo el género de la fábula animalística clásica cuya intención es más bien descubrir cómo funcionan los mecanismos de la política populista. El objetivo que me propuse era crear una maquinaria en la que pudiera verse claramente cómo funciona el artilugio de la retórica política.