“Con puntualidad bonaerense”, dice Javier Cercas entre sonrisas, cuando llega al encuentro de Tiempo Argentino a la hora señalada.

La jornada anterior, recuerda sorprendido, comprobó el fervor del público ante su última novela, El loco de Dios en el fin del mundo. Una novela sin ficción en la que acompaña al papa Francisco en un viaje a Mongolia, pese a su pública condición de ateo y anticlerical. Una obra que reflexiona sobre las luces y las sombras de la religión, la Iglesia, y del propio Sumo Pontífice. Pero el libro es mucho más que eso: acaso el viaje sea lo menos importante del libro, porque Cercas aceptó el convite para acercarle al Papa una pregunta central: la pregunta sobre la vida después de la muerte, para darle a su madre, en el ocaso de su vida, una respuesta.

Javier Cercas: "Ahora soy más anticlerical que antes"

Javier Cercas

-¿Cómo impacta el fallecimiento del Papa en el libro?

-El libro se publicó tres semanas antes de su muerte y ya era el libro más leído en Italia y en España al mismo tiempo. Pero la muerte del Papa lo dota de un suplemento: encima fue el lunes de resurrección, y la víspera del Día del Libro. No sé qué pasa con este libro, pero está lleno de coincidencias. Todo es raro, desde el principio hasta el final. Si yo fuera creyente, creería que se trata de un pequeño milagro.

-Como hombre y como narrador es ateo y anticlerical. ¿Le atrajo, entonces, el misterio para escribir este libro?

-El libro se ha ido ampliando con las sucesivas lecturas, porque el protagonista de la lectura no es el autor, sino el lector. Los clásicos son libros a los que les hemos añadido centenares de lecturas. El otro día, en Bogotá, pensé una cosa que es exacta: a partir de mis maestros (Borges, Kafka, Poe) yo empecé escribiendo literatura fantástica. Y lo que sigo escribiendo es literatura fantástica.

¿Hay algo más fantástico que la resurrección de la carne y la vida eterna? ¿Hay algo más fantástico que el Vaticano? El libro transcurre en Mongolia y en el Vaticano, y el Vaticano es mucho más fantástico que Mongolia.

Cuando me preguntan por qué me interesé por escribir esto, respondo que cómo no interesarme: la Iglesia ha sido determinante en los últimos dos mil años de historia, desde absolutamente todos los puntos de vista. Soy ateo, pero no soy tonto. Mucho más cuando te dan una oportunidad única, que nunca, nunca le habían dado a nadie.

-Es un libro que se publica en un tiempo de intolerancia a la diferencia de opinión, en el que las posiciones antidemocráticas crecen. ¿Cree que el libro puede funcionar como un antídoto?

-Ojalá. Vivimos una época de sectarismo total. La literatura está hecha para combatir esa posición simplificadora y letal del mundo. Pero hay enemigos, claro que los hay: un terrorista es mi enemigo. Pero si tú no entiendes a ese terrorista, no lo puedes combatir. La literatura, el periodismo, el pensamiento sirven para eso: para entender.

-¿Es un libro sobre nuestras contradicciones?

-Sin dudas. Este libro y todos los libros buscan mostrar las infinitas complejidades de los seres humanos. Y combaten contra la simplificación de lo real. Claro que es sobre nuestras contradicciones, también sobre las de Bergoglio, que no era un personaje sencillo, como nadie lo es. Infinidad de contradicciones que no se resuelven: hay que convivir con ellas.

-Es una verdad de perogrullo decir que un viaje es también un viaje interior, ¿cambió algo en usted?

-¡Total! A mí este viaje me ha cambiado totalmente de pe a pa: mi visión de la Iglesia, mi visión del cristianismo, ni digamos mi visión de Bergoglio, mi visión de mí mismo y mi visión del mundo. ¡Todo! Y es lógico, porque un libro, una novela, es una aventura, y si de una aventura no vuelves transformado, no es una aventura. Te tiene que transformar a ti para que pueda transformar al lector, que es lo que importa. Pero también es una forma de conocimiento, del mundo y de ti mismo. Yo he cambiado en todo, salvo en una cosa: sigo siendo ateo, y anticlerical. Y ahora soy más anticlerical que antes, que es algo  que tenía Francisco, que también lo era.

Javier Cercas: "Ahora soy más anticlerical que antes"

-¿Y qué piensa de la fe, después de este viaje?

-En el libro cuento una conversación con el cardenal Tolentino, que es un gran poeta y yo deseaba que fuera el próximo Papa. Y llegamos a la conclusión de que la fe es una especie de intuición poética. Pero luego Francisco me dijo que no: que la fe es un don. Y yo creo que esos conceptos no son contradictorios: que la fe es un don y una intuición poética. Pero, en cualquier caso, ninguna de las dos es voluntaria: la tienes o no. Aunque yo quisiera tenerla, no la tengo. Me la dieron mis padres pero en algún momento la perdí.

Para un autor que escribió personajes ficcionales en toda su carrera, ¿cómo fue el trabajo sobre Francisco, que era real, pero también parecía de novela? ¿Y cómo fue trabajarlo mientras el Papa seguía vivo, y dando potentes mensajes permanentemente?

-Esto es una novela para mí. Es una mezcla de géneros pero, en definitiva, es una novela sin ficción. Todos los personajes son novelescos, especialmente Francisco. ¿Y cómo se trabajan? Yo no he inventado nada: todos los datos son reales, pero es mi visión, mi interpretación del personaje. Una vez le preguntaron a un periodista del diario La Crónica, donde sucede Conversación en la Catedral, si tal cosa de la novela de Vargas Llosa era verdadera o no. Y él respondió: “Es más verdadero que la verdad”. A mí me gustaría que mi Bergoglio fuera más real que el que fue el Bergoglio real.

El libro está sostenido por la pregunta que el narrador quiere hacerle al Papa: si su madre, al morir, se reencontrará con su padre, ya fallecido. ¿Un libro como una pregunta sobre el sentido, sobre la existencia?

-Si no hubiera existido esa pregunta, no hubiera existido ese libro. Es una pregunta infrecuente pero general, obvia y urgente, porque mi madre se está muriendo, y mi madre era una persona muy religiosa, de una manera íntima. Ella creía que, cuando muriera, iba a encontrarse con mi padre en el cielo. Lo sabía. Y yo, cuando me traen esta propuesta, pienso en que yo, que soy un loco sin Dios, quiero ir a preguntarle esto al loco de Dios, que fue Francisco. Lo que sucede es que esa pregunta que iba a hacer es el sentido del cristianismo: si quitas esa pregunta, no hay cristianismo. Esto no lo digo yo, lo dice San Pablo.

Yo, que soy viejo, me he dado cuenta de que las preguntas más importantes son las que hacen los niños. Y me he dado cuenta de que mis libros siempre parten de las preguntas elementales.

Javier Cercas: "Ahora soy más anticlerical que antes"

-¿Y la literatura da las respuestas?

-La novela nunca da respuestas unívocas, claras ni taxativas. Las respuestas de las novelas siempre son ambiguas, poliédricas. En el fondo, la respuesta es la búsqueda de una respuesta a aquella pregunta. La propia pregunta, el propio libro: eso son las novelas. Por eso los fanáticos odian las novelas. Don Quijote está loco como una cabra, pero también puede discurrir sobre los temas más complejos, más filosóficos que existen. Y por eso es un objeto de conocimiento tan fundamental, y un objeto tan importante para la democracia, tanto como la ciencia. Pero nunca da respuestas por sí o por no.

-Decíamos que es un libro en busca del sentido. ¿Y qué se escribe después?

-Está muy bien lo de la búsqueda del sentido. Porque hay un loco de Dios, pero hay un loco sin Dios. Y soy yo, y tantos, tantos y tantos, que nos hemos quedado sin Dios. Y esto alude al fragmento de Nietzsche, que señala que Dios ha muerto y lo hemos matado.

Pero la gente que no lo ha leído cree que el loco está eufórico: es mentira. Todo indica que está desesperado. Porque si Dios está muerto, todo pierde sentido.

En el arte del siglo XX se habla permanente de la ausencia de Dios: Kafka, Bergman, Camus, y otros, hablan de eso. Y el narrador de este libro -que soy yo y no soy yo- tiene una nostalgia de Dios, de notar ese hueco de cuando se va Dios.

En mi caso, la literatura vino a sustituir las certezas de la religión, pero no lo ha sustituido, por que la literatura no proporciona certezas pero, de algún modo, eso está ahí. ¿Y ahora qué pasa? No tengo ni la menor idea. Bueno, algunas ideas tengo.

-Para terminar, ¿qué recuerdos le quedan del encuentro con Francisco?

-Mi madre me pregunta, al final del libro, cómo es el Papa. Y yo le digo: como Don Florián, el párroco de su pueblo. Era su consejero espiritual. Y no me parece inexacto.

Al principio, tenías en claro que era el Papa, pero luego se me olvidaba. Su respuesta a mi pregunta, que no puedo revelar, lo tendría contento a Aristóteles, que decía que los finales tienen que ser inevitables y sorprendentes. Y esta respuesta lo es. Pero mi sensación era la de hablar con un cura de pueblo: un cura con mucha cultura, pero un cura de pueblo, con el que se podía hablar, como hablamos, incluso de cosas personales. Pero la impresión que te llevas es de que es un hombre. Que era un hombre de carne y hueso, que se presentaba como tal, con sus defectos -que no ocultaba- y sus virtudes.

Este hombre ha sido un hombre en lucha consigo mismo. Lo mejor que se puede decir de él, nos lo que dijo Hannah Arendt sobre Juan XXIIII: “Un cristiano sentado en la silla de San Pedro”. 

Una llamada desde el Vaticano

«Todo empezó el 21 de mayo de 2023, en Turín. Aquella tarde estaba firmando ejemplares de mis libros en el Salone del Libro que cada año se celebra en esa ciudad, tras haberme pasado una hora hablando en público sobre la maldita figura del intelectual, cuando mi editora italiana me advirtió que un representante del Vaticano estaba aguardando para hablar conmigo. «¿Del Vaticano?», pregunté, extrañado. Mi editora se encogió de hombros y señaló a un hombre que aguardaba a su espalda. De golpe recordé.

Dos semanas atrás había recibido una llamada desde un número de teléfono oculto y, llevado por mi afición a la ruleta rusa, la había contestado. Una voz cavernosa sonó en mi móvil. Dijo que llamaba desde el Vaticano, se presentó como oficial del Dicasterio para la Cultura y la Educación de la Santa Sede, explicó que el 23 de junio iban a cumplirse 50 años desde la apertura de la colección de Arte Moderno y Contemporáneo en los Museos Vaticanos y que, para conmemorar la efeméride, el papa Francisco deseaba reunir a un puñado de creadores en la Capilla Sixtina. Crecí en un país católico, una familia católica y un colegio católico, de modo que, por muy descreído que sea, una invitación semejante es casi irresistible; pero, mientras la voz de ultratumba del oficial del Vaticano seguía sonando en mi móvil y yo hojeaba mi agenda, pensé que me iba a resistir a ella: me pareció excesivo viajar hasta Roma solo para escuchar unas palabras del papa Francisco.

 

Fragmento de El loco Dios en el fin del mundo, de Javier Cercas.