¿Cómo se forma un escritor/a? ¿Cuáles son los libros que lo marcan y, en cierta medida, van modelando su futura escritura. Archipiélago da la respuesta particular de Mariana Enriquez a esas preguntas.
Suele suponerse que siempre es el libro, objeto de la cultura por antonomasia, el que atrae al futuro escritor/a y lo guía hacía a otros libros hasta llegar a una determinada formación por acumulación de lecturas. Sin embargo, no siempre es así. Hay muchos objetos capaces de iniciar a un escritor/a en la literatura. Y esas lecturas, pueden adoptar formas distintas de la sucesión como bien lo demuestra Archipiélago.
En el libro de María Moreno perteneciente a la misma colección, la escritora cuenta que su abuela era la encargada del conventillo en que vivían y, como tal, la responsable de repartir entre los inquilinos las cartas que llegaban. La afición por la lectura de Moreno nació, precisamente, de esos sobres que contenían vaya a saber qué mensajes. Puede decirse que su vocación lectora tiene en sus orígenes más de correo postal que de biblioteca.
En el caso de Mariana Enriquez hay un libro que constituye una marca indeleble en su formación lectora. “La historia interminable (de Michael Ende) -dice la autora de Archipiélago- es en mi vida, la explosión de las posibilidades y una especie de texto sagrado”.
“Cada vez que lo releo o lo repaso –dirá más adelante-, me doy cuenta de cuánto influyó en mi educación estética, y me sorprende que lo leído en la infancia deje semejante cicatriz”.
Sin embargo, habrá elementos menos ortodoxamente literarios en la formación de Enriquez: las revistas de rock que también forman parte de ese Archipiélago de veintinueve islas en que se organizan sus lecturas.
“En mi formación lectora –afirmará la autora- nunca hubo, y no hay bibliotecas públicas, librerías o libreros con quienes haya establecido una relación especial o memorable. Mis lecturas comenzaron en la biblioteca de casa, siguieron con las lecturas institucionales en la escuela y la universidad y continuaron con una red de recomendaciones por fuera de los lugares tradicionales del libro, entre amigos, revistas no literarias como Caín y Cerdos y peces, o entrevistas a mis músicos favoritos, que mencionaban qué leían o llevaban remeras con, por ejemplo, la cara de Poe”.

Archipiélago
El Archipiélago de lecturas de Maríana Enriquez tiene por lo menos dos características distintivas que alientan la lectura. Una es que lo libros que menciona no aparecen aislados y analizados sin tener en cuenta el contexto. Por el contrario, siempre tienen que ver con una circunstancia vital y el dato no es menor porque, en realidad, es así como se recuerdan los libros leídos, por lo menos aquellos que han dejado marca: la lectura aparece así como el verdadero hecho vital que es como ese objeto “culturoso” cuya cita está más al servicio de quien lo menciona que del libro mismo.
Las islas son, precisamente esa circunstancia, ese interés por un libro determinado, las preocupaciones literarias de un determinado momento de la vida.

La otra característica distintiva es que las islas están escandidas por pequeños islotes de texto que tienen todo que ver con la lectura, aunque suelen no ser tenidos en cuenta a la hora de hablar de ella.
Por ejemplo, las dedicatorias y epígrafes de los libros que como en el caso de Enriquez, la llevan a buscar al escritor mencionado. “Si Stephen King le dedicaba un libro a Shirley Jackson, yo iba por ella”. Estos pequeños detalles no son en realidad tan pequeños porque dan cuenta de cómo lee un lector determinado y todo lo que puede suscitar una lectura.
Estos detalles forman parte de Archipiélago y también otros que parecen aún más ajenos a la lectura en sí misma: “No puedo leer en autos, me mareo hasta el vómito, de modo que no puedo aprovechar viajes largos como copilota”; “Subrayo los libros con lápiz, nunca con tinta: la sola idea me escandaliza”; “Antes leía horas antes de irme a dormir, Ahora me llevo a la cama libros aburridos para justamente, poder dormirme”; “Yo no llevo libros al baño…”.
Mientras en nuestra sociedad se afirma que cada vez se lee menos, se hace de la lectura un culto, casi un deber moral que todo ciudadano de bien debería practicar con regularidad. Por eso suele creerse que un escritor, o por lo menos una escritora conocida como Mariana Enriquez, leyó todo lo que “hay” que leer y supo compenetrarse a fondo con la esencia de esos libros imprescindibles.

En Archipiélago, Mariana Enriquez tiene la sinceridad de destruir ese mito haciendo uso de varios de los diez derechos del lector establecidos por Daniel Pennac en 1992: 1) El derecho a no leer, 2) El derecho a saltarse páginas, 3) El derecho a no terminar un libro, 4) El derecho a releer, 5) El derecho a leer cualquier cosa, 6) El derecho al bovarismo (aspirar a ser como lo héroes o heroínas de los libros leídos), 7) El derecho a leer en cualquier parte, 8) El derecho a picotear, 9) El derecho a leer en voz alta, 10) El derecho a callarnos.
Dice Enriquez en Archipiélago: Uno de mis grandes fracasos es En busca del tiempo perdido. Durante muchos años la edición absoluta era la de Editorial Alianza, traducción de Pedro Salinas. Otros decían la de Estela Canto. Intenté ambas y nunca pude terminar Por el camino de Swann. Me destruye de desinterés (…) No se trata de libros famosamente largos. Tampoco pude terminar El Entenado de Juan José Saer”. Los libros consagrados llevan implícita la obligación de que nos gusten, de que reconozcamos en ellos talento que reconocieron miles de otros. Sin embargo, parece decir Enríquez, el gusto literario es absolutamente personal. “Creo que el gusto literario no se elige –afirma- Ignoro de dónde viene, es una conexión esotérica y estética que no podría explicar”.