El último libro de cuentos Mariana Enriquez, Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama) corrobora que aquello que se entiende por «horror» no es una unidad monolítica, sino que tiene un amplio espectro de matices que van de la ternura al humor.

Si se acepta la definición de Freud de lo siniestro (algo equivalente a los horroroso, a lo terrorífico) como lo familiar que se vuelve extraño, los cuentos de Enriquez responden sobradamente a ella.

Sin embargo, más allá de este requisito del género, se permite jugar con otros elementos que no responden a los mandatos del relato de horror tal como se lo entiende tradicionalmente.

Lo horroroso no está necesariamente en la oscuridad, sino a la luz del día; lo real que precede a lo fantástico puede incluir la política nacional, no existe el consabido asesino que acecha escondido en la propia casa de la víctima. Ella construye  un horror de factura propia que evade los lugares comunes del género para recorrer otros caminos más sutiles y menos previsibles.

El título Un lugar soleado para gente sombría tiene una doble filiación literaria y musical. Me gustaría que vos misma, Mariana Enriquez, te refirieras a esa filiación.

–En realidad tiene tres, pero de eso me di cuenta después, como suele suceder. Yo escribí una  nota sobre los Rolling Stones con ese título que es una cita de William Somerset Maugham sobre la Riviera francesa. Luego me di cuenta de que la mayoría de mis cuentos responden a esa frase porque transcurren de día y no de noche como es típico en los cuentos de terror.

Están escritos desde América Latina, no desde lo más exótico de esa América, sino desde una América Latina un poco más inesperada, urbana, no con el exotismo clásico. Hay mucha ficción latinoamericana últimamente que es muy de la selva, de indígenas. Yo paso todo por mi experiencia urbana.

No me interesa tanto la mirada demasiado antropológica. No me resulta muy literaria ni me interesa la divulgación antropológica sobre mitos argentinos. Uso lo que están más a mano, como el de la Difunta Correa. Esa es la otra filiación. Estoy fuera del terror tradicional. No hay un norte con frío ni castillos.

–Hay por lo menos dos formas distintas de escribir un libro de cuentos: escribir cada uno en torno a un tema que los una o escribirlos por separado y que, en todo caso, la unidad se dé por la contigüidad. ¿Cómo fue en tu caso?

–Los escribí todos en muy poco tiempo durante el verano de 2023, sobre todo durante la ola de calor. Hasta ese momento, lo que tenía eran algunas ideas que desarrollé. Había tres cuentos que había escrito poco antes, en 2022: «Mis muertos tristes», «Julie» y «Los pájaros de la noche». Esos tres cuentos tenían algo en común que eran los fantasmas. Cuando me senté a escribir tenía en la cabeza eso y algo que se desarrolló después, pero que ya está claramente en «Julie» y es la cuestión del cuerpo. Me di cuenta de que ahí había algo y el primer cuento nuevo que dio cuenta de esto fue «Metamorfosis» que apareció en Página 12, pero en el momento en que ya estaba entrando a escribir el libro de cuentos con la idea doble del fantasma y del cuerpo, es decir con esa dicotomía entre lo ausente y lo presente.

–Suele decirse que la novela es más hospitalaria para el lector porque por un tiempo más o menos largo entra siempre en la misma casa. ¿Cómo es para vos? ¿Sabés a priori qué idea se va a plasmar en un cuento o en una novela?

–Sí, porque la novela me requiere un tiempo de elaboración larguísimo. Cuando me doy cuenta de que una idea se extiende mucho y comienza a pedirme este tiempo de elaboración, ya me doy cuenta de que es una novela. Te diría que es casi una diferencia en el hacer. Cuando pienso en una novela pienso en un mundo bastante complejo al que le voy agregando diversas capas. Eso me pasa incluso en novelas simples como Bajar es lo peor, pero que aun así resulta más complicado.

Nuestra parte de noche tuvo un armado muy grande. A mí me resultan mucho menos hospitalarias que el cuento. Su escritura es un proceso que disfruto muchísimo, pero que no me sale con grandísima soltura. El cuento me permite procesar en poco tiempo ideas, imágenes o referencias que tal vez no son tan amplias como las de una novela. Mis  cuentos son como una rama de una novela, pasan muchas cosas en ellos.

Foto: Nora Lezano

–Son cuentos de acontecimientos.

–Sí, son cuentos de acontecimientos y, en este sentido, son muy norteamericanos porque los cuentos norteamericanos son bastante sinuosos. Estoy leyendo en este momento un libro de cuentos de Richard Ford, que lo mismo que Alice Munro y que Faulkner (en sus cuentos), grandes nombres con los que, por supuesto, no me comparo, escriben cuentos en los que suceden muchas cosas. En cambio, en los más tradicionales pasa una sola cosa que empieza y termina y no tengo ganas de escribir eso. Por otra parte, me sucede que también puedo escribir cuentos mientras estoy escribiendo una novela.

–¿Y cuándo te diste cuenta de que tenías un libro de cuentos para publicar?

–Mis libros anteriores tenían 12 cuentos. Por lo menos por ahora, me interesa la simetría, por lo que quería que también éste tuviera la misma cantidad. Esa cuestión de la simetría quizá es un poco obsesiva, pero hasta el momento es así. No sé si será distinto en el futuro y a lo mejor en el próximo libro de cuentos rompo con esto.

–¿Cuál creés que es la diferencia entre los cuentos de Un lugar soleado para gente sombría y tus libros de cuentos anteriores?

–Me parece que tiene temas distintos, son como una vuelta de tuerca sobre los otros. Son más sutiles, un poco más melancólicos, no tenía ganas de salir con los tapones de punta porque no es ése el proceso escritural en el que estoy en este momento, que es más lento. Dejé afuera los que no respondían a la idea de lo físico y lo fantasmagórico. Hablo de lo físico incluso desde la violencia, porque en un cuento como «Los himnos de las hienas» aparece claramente un campo de concentración, aparece la presencia afantasmada del torturador que le pega al personaje. De la misma forma, en otro cuento aparece un lugar en el que venden ropa, las mujeres se prueban los vestidos y los vestidos las contaminan. Estas cosas se dan dentro de un ámbito aparentemente muy apacible. Tenía ganas de trabajar con la tensión de otra manera. Lo fantasmal irrumpe aunque los personajes hayan superado un determinado trauma. Lo fantasmal lo revive y se vuelve a vivir el padecimiento. El fantasma es aquello que no se va, que te recuerda algo que pasó.

–Aunque se te clasifica dentro del género de terror, mientras te leía pensaba que incluso muchos cuentos como el primero, «Mis muertos tristes», no son de terror. Ese cuento me pareció hasta tierno. ¿Quién no dialoga con sus muertos queridos, con sus propios fantasmas? Pero también es un cuento político. Quizá esto suceda porque tus cuentos se prestan a una lectura metafórica, pero hay algunos que yo calificaría de fantásticos, no de cuentos de terror.

–Yo quería que ese cuento tuviera los tropos del terror como la casa embrujada, el monstruo, las apariciones fantasmales, pero tratar de torcer el terror hacia otro lado. Leo mucho terror contemporáneo y veo que va más hacia lo cruel. Yo no quería que los cuentos fueran hacia allí. Quería algún momento de terror y de asco como tiene que tener el género, pero que hubiera cierta ternura, tal vez a la manera de las historias más clásicas del siglo XIX. Creo que pensaba más en Dickens y su Cuento de Navidad. Quería usar los tropos del terror, pero no necesariamente para dar miedo. Quería que fueran un poco más suaves y ésa fue una decisión bastante consciente. Yo estaba leyendo muchas cosas radicales porque me gustan mucho, sobre todo en lo referido a la ficción de horror del cuerpo que es algo sobre lo que trabajé bastante en este libro. Pero «Metamorfosis» que es uno en los que más aparece la ficción de horror del cuerpo, es casi un cuento de humor.

–Justamente te iba a decir que en muchos de los cuentos de Un lugar soleado para gente sombría hay destellos de humor, lo que no es algo muy frecuente en un libro de terror clásico.

–En un libro clásico no, pero tal vez en versiones más recientes sí. Lo que pasa es que el género terror sigue estando bastante afuera de la literatura en cuanto a las traducciones. De todos modos, no es lo más típico. «Metamorfosis» es un cuento claramente loco, desagradable, pero simpático. Es muy explícito en cuanto a la cirugía, la sangre, el mioma; usa imágenes que perecen de terror pero, finalmente, no se trata de eso, sino de una mujer de unos 50 años que se toma con todo el humor que puede un cambio muy radical en su vida. Las mujeres de 50 años como yo, en los ’90, cuando éramos jóvenes, estábamos todas tatuadas (yo no), estábamos todas en bandas de rock, entonces ya no somos señoras al uso. Mi especie era la rockera, etcétera.

Foto: Nora Lezano

–¿Qué entra en ese «etcétera»?

–Drogas, alcohol, música de rock, noche, periodista de rock, mucho look de pelos, muchísima información, cine, shows de rock, poesía, tatuajes, piercings, viajes, vidas intensas. Yo estoy casada pero no tengo hijos, entonces siempre viví de una manera bastante suelta, bastante desprendida. También hay chicas de ese momento que eligieron otro camino. Yo tengo amigas que se casaron muy jóvenes y que hoy tienen hijos de 25 años y voy a visitarlas y podemos tirarnos en un sillón a fumar marihuana. Cambió totalmente lo que es una mujer menopáusica de 50 años. Y la mujer de «Metamorfosis» es un poco así.

–Claro, el tatuaje y el piercing son intervenciones en el cuerpo y también una forma de creación de ese cuerpo.

–Sí, totalmente.

–Otra característica de tus cuentos es que partís de lo real. Un lector o lectora argentinos saben bien a qué te referís. En ese clima de realidad, aparece lo fantástico. Creo que también eso contribuye a que puedan ser leídos en clave metafórica. ¿Es deliberado o algo que sucede?

–Creo que es algo que sucede. Cuando trabajo en el mundo de mis cuentos, las cosas que pasan son reales dentro de ese mundo. No son metáfora de algo. Son lo que son. La mujer del primer cuento ve fantasmas, no es una metáfora de la clase media. La clase media facha no está metaforizada, está contada. Cuando aparecen los fantasmas, no son una metáfora de su fascismo, su fascismo ya existe. Es más, ese cuento es lo que le pasó a Matías Berardi: lo mataron porque aunque pidió auxilio, nadie le abrió la puerta. Luego, se puede leer metafóricamente, porque la lectura es algo distinto de la escritura. Pero cuando escribo nunca pienso que tal cosa va a ser una metáfora de tal otra.

Un paseo por el cementerio

–Alguien me contó que cuando viajás y llegás a una ciudad que no conocés, lo primero que hacés es ir a visitar el cementerio. ¿Es cierto?

–Sí, es cierto.

–¿Y por qué te gusta ir a conocer los cementerios como si fueran lugares de paseo?

–Porque me parecen lindos, me parecen lugares que tienen muchísimas posibilidades narrativas.

–¿Cuáles?

–Todos los cementerios tienen su santito que cura, pero en todos son santitos diferentes. Todos tienen su tumba espectacular y son todas distintas. Hace poco visité el Cementerio central de Catamarca y comprobé que allí no está enterrada María Soledad, ella está enterrada en el cementerio de su pueblo, pero sí están en el central todos los Saadi, lo cual ya te habla de cómo se manejan ciertas cosas. En la parte de atrás, se popularizó hacer murales. Contratan artistas y en la parte de los nichos pintan la cara del muerto como era cuando estaba vivo. Es algo hermoso, un homenaje muy lindo que le hace la familia. Esto no lo vi en ningún lugar del mundo. Debajo del mural ponen el celular del artista para que lo llamen en caso de necesitar un mural de este tipo. A mí me interesa ver cómo se relaciona la gente con la muerte. En los sectores populares esa relación es muy fuerte y, a veces, estéticamente muy linda.

El origen de los cuentos

-¿Qué elementos te disparan un cuento?

–Puede ser algo que me contaron, una imagen…»Los himnos de las hienas», por ejemplo, tiene que ver con el palacio Sans Souci, de las afueras de Tandil, que era de una familia tradicional de la zona. Fue construido por un miembro de esa familia para su mujer. La familia pierde el dinero, él lo dona al Estado y se convierte en una escuela para estudiantes de magisterio. Después pasó al área del Ministerio de Cultura y tuvo diferentes destinos. Hay diversos palacios Sans Souci, pero éste está inspirado, creo, en el que está en Alemania, no en Francia. Cosas de la alta burguesía argentina. Como pertenecía al Estado, durante la dictadura se usó como centro de detención. No es un sitio de memoria porque creo, aunque no lo tengo muy claro, que se está recopilando información sobre lo que pasó allí. Lo que sé es que no se lo puede tocar. Los cuentos también pueden venir de otras fuentes distintas de la realidad.  El cuento  de los chicos de «Ojos negros», por ejemplo, parte de una leyenda urbana de los Estados Unidos.