La última novela de Rodrigo Fresán, El estilo de los elementos (Random House), debería llevar una advertencia en la tapa: “Esto no es  una autobiografía”.

Se evitaría así todo riesgo de acercarla a la autoficción, una clasificación un tanto caprichosa si se tiene en cuenta que toda narración es autobiográfica y, al mismo tiempo, ninguna lo es. ¿Hay alguna posibilidad de no escribir desde la propia experiencia aunque ésta no resulte explícita? ¿Y hay, acaso, alguna posibilidad de narrar, de narrarse, sin ficcionalizar?

En El estilo de los elementos es posible reconocer algunos hechos de la vida del autor pero Land, el protagonista, no es Rodrigo Fresán, ni los padres de Land son sus padres. Conviene, por lo tanto, dejar de lado en la lectura la tentación de tratar de distinguir entre lo “verdadero” y lo “falso” porque en la lectura todo es verdadero, aunque no lo sea en eso que denominamos “realidad”.

La extensa novela se despliega a través de más 700 páginas divididas en tres movimientos distintos que se constituyen a partir de un recorrido por tres ciudades diferentes fácilmente reconocibles como Buenos Aires, Caracas y Barcelona, aunque ninguna de ellas tiene nombre.

Muy  sintéticamente podría decirse que la novela es, entre muchas otras cosas, un homenaje al lector, una exploración en la memoria, el olvido, la relación entre padres e hijos y un viaje al pasado donde habita el fantasma de lo que fuimos. No por casualidad Fresán eligió entre las múltiples citas que hay en el libro, una de John Banville que dice: “El pasado late dentro de mí como un segundo corazón”.

Tu escritura es arborescente, creo que va creciendo en la escritura misma, pero ¿qué tenías en el momento previo a ella?

-No tenía nada, más que mi propia memoria y la imaginación literaria. Sí tenía la necesidad de escribir un libro que no me requiriera más que mirar hacia adentro y hacia atrás.

-¿Pero ése no es un gran trabajo?

-Sí, pero como no me psicoanalicé, tengo una concepción de la memoria más bien juguetona. No recuerdo para analizar ni para superar  algún tipo de trauma o para entender lo que en su momento no entendí. Escribí esta novela como una defensa de la lectura y cuando hago memoria estoy releyendo.

-¿Releés tu propia historia?

-Sí, pero lo hago desde afuera, en tercera persona y con la distancia que da el tiempo e incluso el hecho de saberme escritor. Pero recordar, poner en el libro algunos hechos propios, no quiere decir que haya escrito una autobiografía, sino una ficción.

Sobre el tema de lo autobiográfico en El estilo de los elementos se te ha preguntado mucho, como si se pudiera distinguir entre lo “verdadero” y lo “falso”. ¿Pero la autobiografía e incluso la biografía ajena no son formas de la ficción?

-Sí, obviamente, toda autobiografía o biografía son una ficción. Además, incluso las biografías que se basan en la idea de investigar y reflejar el pasado tal cual fue, con exactitud, son ficcionales aunque haya evidencia documental fotográfica o cinematográfica. El ejemplo más claro es el asesinato de Kennedy que está filmado y al día de hoy se sigue discutiendo de dónde vinieron las balas. Eso no deja de convertirse en una ficción muy atractiva. Lo mismo sucede con la autoficción.

Cuando tratan de acercar este libro a la autoficción yo digo que la autoficción es más bien autocamión o autotren (risas) porque es pesada y avasallante. En todo caso, la autoficción que me interesa es la que hace, por ejemplo, Dickens en David Copperfield, Edward St. Aubyn en Patrick Melrose y Bret Easton Ellis en su última novela, Los destrozos.

Entre las múltiples lecturas que admite tu novela, creo puede leerse como un tratado sobre el tiempo. ¿No postula de alguna manera que la división entre pasado, presente y futuro es una ficción de la gramática?

-Sí, claro. Tanto la idea de presente, pasado y futuro como la idea misma de realidad tiene que ver con la idea de que la realidad no es más que un pacto consensuado que establecemos para no volvernos locos y para que podamos habitar en un espacio común y ponernos de acuerdo en que estamos transitando, por ejemplo, el mes de marzo. Pero en este momento mismo de la entrevista para mí sucede una cosa y para vos, otra.

Foto: Alfredo Garfano

-¿En qué circunstancias escribiste El estilo de los elementos?

-Como todos mis libros, tampoco éste estaba en mis planes. Hace dos agostos me quedé solo en casa porque mi pareja y mi hijo se fueron a pasar un mes de vacaciones a México y mis opciones eran dos: o pasar el tiempo viendo series de Netflix o ponerme a escribir. Y prácticamente escribí la novela en un mes, por lo menos la estructura básica. Luego, claro, trabajé mucho sobre ese material.

Pero es un libro de más de 700 páginas. ¿Cómo pudiste escribirlo en un mes?

-Escribo rápido, con un solo dedo pero rápido.

¿Por qué elegiste el nombre Land para el protagonista? Land tiene que ver con la tierra. ¿Es quizá el contraste del desarraigo que sufre el personaje?

-Creo que hay algo de eso. No recuerdo exactamente cómo se me ocurrió, pero sí recuerdo que cuando se me ocurrió inmediatamente me di cuenta de que tenía que ser ése. Quizá tenga algo que ver con La Chanson de Roland. La verdad es que no recuerdo el mecanismo que me llevó al nombre Land. Trabajo con ficciones y me gusta tener el control del libro porque creo que hay que tenerlo.  Mientras escribo, me gusta, además, no renunciar a mi parte de lector de mi propio libro y también de libros de otros.

Por ejemplo, la idea de hablar del Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein surgió de una ficción, de  una película, no de que haya sido un lector de Wittgestein.  Tampoco es  una pretensión académica, no soy fan de él ni su filosofía me quita el sueño.  Imaginate que para las leyes argentinas soy alguien que no terminó el colegio primario. Tuve una especie de educación académica natural.

Recuerdo que en algún momento necesité poner en la novela un libro que fuera algo así como un manual de instrucciones de supervivencia y se me ocurrió que el Tractatus era últil en este sentido.

Para las leyes argentinas no terminaste el primario porque durante dos años engañaste a tus padres y en vez de ir a la escuela religiosa que habían elegido porque era la más cercana y podías ir caminando, te ibas a un  shopping de Caracas a leer. También te convertiste en ese momento en casi un experto en el robo de libros.

-Sí, mucha gente que leyó mi novela me dijo que esa historia era inverosímil, que era imposible que mis padres no se dieran cuenta de lo que sucedía. Sin embargo, ese dato es rigurosamente cierto. Todos los días me vestía para ir al colegio, salía a la hora indicada y volvía a la hora prevista. Yo mismo me preguntaba cómo era posible que no se dieran cuenta. Hasta que un día mi padre llamó a la escuela y preguntó por mí porque necesitaba mi número de documento para un trámite y en ese momento se enteró de que hacía dos años que no iba. En las horas que eran supuestamente horas de clase, me dedicaba a leer. Creo que nunca aprendí tanto como en ese momento.

-Tu libro es toda una reivindicación del lector un poco borgeana, en el sentido de que Borges decía que para él era más importante lo que había leído que lo que había escrito.

-Sí, Land, a diferencia de mí, no quiere ser escritor, quiere ser lector. El estilo de los elementos exalta la figura del lector sobre la del escritor.

Y además, creo pone en evidencia que no se es lector porque una autoridad diga que leer es bueno. Se lee por una necesidad concreta que en el caso de Land es la necesidad de defenderse de una realidad hostil. En nuestro país leer es casi un imperativo moral. Yo descreo un poco de las campañas de lectura porque no se lee porque se prescriba como un remedio.

Javier Marías me dijo una vez que todas las campañas a favor de la lectura estaban completamente erradas, que una buena frase de campaña podría ser “Usted no es digno de leer este libro». (risas).

Ahora que lo mencionás a Javier Marías, creo que aunque tu escritura no se parezca a la de él, ambos tienen algo en común que es trabajar con la digresión. En una larga frase de 15 líneas él hace muchas asociaciones, abre mundos distintos. Ambos tienen una escritura arborescente.

-Totalmente de acuerdo. Quizá tengamos un punto en común aunque nuestras escrituras no se parezcan. Igual, o a pesar de las diferencias en nuestras escrituras, estoy seguro de que si nos hubiéramos tratado más, habríamos descubierto otra cosa en común: una admiración compartida por ciertos y determinados escritores: Vladimir Nabokov, William Faulkner, Henry James…

Estoy segura de que no tenía una estructura previa de la novela al sentarse a escribir, sino que iba descubriendo qué estaba escribiendo en la escritura misma. Diría que ambos también tienen en común una escritura de averiguación.

-Sí y, además, tenemos en común que ambos escribimos con la biblioteca. No nos interesa el testimonio, no es una escritura didáctico-evangélica.

Foto: Alfredo Garfano

En tus libros se mencionan muchos autores, muchas películas y también hay mucha música. El estilo de los elementos a tiene una estructura musical, está dividida en tres movimientos. Me pareció interesante porque la música tiene todo que ver con el tiempo. Un músico me dijo que esa división es propia de la forma sonata.

-Bueno, la música está muy presente en Proust. En En busca del tiempo perdido con la misteriosa sonata de Monsieur Vinteuil. También en Henry James está presente la música. Los movimientos de El estilo de los elementos tienen que ver con el pasaje de una ciudad a otra. Son tres ciudades de las que nunca se menciona el nombre.

¿Por qué nunca mencionás el nombre de las ciudades aunque son absolutamente reconocibles?

-Quizá porque Land olvidó su nombre (risa). El ejercicio de la memoria está relacionado con el olvido. Me pareció que mencionar Buenos Aires, Caracas y Barcelona era acotar mucho las posibilidades imaginativas del lector. Me gustaba mantener cierta niebla, quería que fuera una novela con niebla. La suerte de pandemia que se produce hacia el final del libro, por ejemplo, no queda del todo clara.

No se sabe si ocurrió realmente o es una especie de coartada porque Land no quiere acordarse de ciertas cosas. El recuerdo es nebuloso, como los sueños.

-Además, el recuerdo no es memoria absoluta, sino también construcción.

-Claro, el recuerdo también es una forma de la ficción.