Tres maneras de decir adiós (Páginas de Espuma) es el último libro de Clara Obligado, que viajó desde España, lugar al que llegó huyendo de la dictadura cívico-militar argentina, y en el cual reside hasta hoy, para presentarlo en la Feria del Libro de Buenos Aires. En él reúne tres cuentos cuyos personajes pasan de un relato a otro sin que los textos constituyan una novela. Los tres apuntan, cada uno en su estilo, a la pérdida que supone toda despedida, a ese punto de inflexión a partir del cual lo que fue una realidad comienza a convertirse en recuerdo. 

En este proyecto se planteó un gran desafío como escritora: variar ese estilo tan suyo que hace reconocible sus textos para escribir como si fuera otra.

El primer relato es denso, lírico y en él es posible reconocer su escritura. Se llama “El héroe” y, tomando como referencia la Odisea, habla de una mujer que ha perdido a su pareja en la guerra. El segundo, “Tan lleno el corazón de alegría”, es menos denso y menos lírico. En él la prosa de Obligado comienza a tornarse más extraña. Habla de la abuelidad y de la vejez, preámbulo de la gran despedida.

El tercero, “Idioceno”, desorientará por completo a quien esté acostumbrado a leer la prosa tersa de Obligado. “Quería hacer un texto con aire juvenil –dice la autora- en el que todo el tiempo pasaran cosas. Me propuse divertirme y tenía clarísimo que quería algo muy distinto de los otros dos.” Se trata de una distopía. En él se plantea cómo podría ser nuestra realidad dentro de 20 años.

Un libro que afronta uno de los mayores desafíos para un escritor: indagar en lugares por los que no se ha detenido antes y asumir los riesgos de que la escritura se vuelva una impredecible aventura.

-La escritura de Clara Obligado no se reconoce en todos los cuento. Los personajes van de un cuento a otro. ¿Apelás de distintas estéticas para que sean tres cuentos conectados y no una novela?

-Sí, es exactamente así. Recurrí a tres estéticas distintas porque quería escribir tres cuentos conectados y no una novela con los mismos personajes en tres momentos diferentes. Mucha gente me dice que es una novela, pero no lo es, precisamente porque recurro a tres estéticas muy distintas.

Comencemos por las citas que abren el libro. Hay una de James Joyce que dice “¿Qué es un fantasma?, pregunto Stephen. Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable, por muerte, por ausencia por cambio de costumbres”. A continuación, una de Atahualpa Yupanqui, de La Huanchaqueña: “Dicen que no son tristes /las despedidas / decile al que te lo dijo / que se despida”. ¿Es una declaración de principios acerca de la literatura y de la cultura en general?

-Sí, me alegra que lo veas, porque no todo el mundo se da cuenta. Cuando encontré las palabras de Yupanqui fui muy feliz, porque este libro está escrito casi en castellano peninsular. No todo, porque, por ejemplo, utilicé la palabra “manitos” que en España es “manitas” y tiene algunas palabras que son claramente argentinas.

Claro, es una concepción de la cultura que para mí es totalmente mixta. En la cita de Joyce las tres posibilidades de las que habla son, en realidad, los tres cuentos, pero esto está confrontado directamente con el folklore. Me divertía la idea. El libro pudo llamarse Tres historias de fantasmas. Es un título que barajé, pero me gustaba más Tres maneras de decir adiós,  que es como más romántico, hasta un poco exagerado.

-Leí que el título fue tu punto de partida.

-Yo llevo muchos ejercicios al taller que dicto y, por ejemplo, Tres veces Laura resultaba muy exitoso para trabajar un comienzo, por ejemplo. Creo que Tres maneras de decir adiós ya propone una historia en sí mismo. Se lo dije al editor y le encantó. Pensó que yo tenía un libro, pero no tenía ningún libro. Sólo tenía un título. El primer cuento lo venía pensando hacía muchos años, pero los otros dos tenían que terminar en despedida, entonces eso me daba un punto de partida y un final, es decir, me daba el gozo del escritor que es saber dónde va. Pero también me obligaba a forzar cosas: de qué se despiden, por qué se van …

Con lo cual pensé en los finales mucho antes que en  los cuentos mismos. En realidad, nos estamos despidiendo todo el tiempo, de nosotros mismos, de cuando éramos niños, de parejas, de gente que muere, del árbol que me talaron en la puerta de mi casa… Es un gran tema el despedirse. Todos los seres estamos hechos de despedidas. 

Quizá el presente que somos es la gestión de muchas despedidas, de cómo las encajamos en nuestras vida, de cómo nos siguen los fantasmas. A la edad que tengo, los que ya no están me acompañan todo el tiempo. 

Creo que los fantasmas son más numerosos a medida que uno envejece. Lo digo por experiencia propia.

-Claro, en estos días en que estoy en Buenos Aires, por ejemplo, estoy en una zona de la ciudad que era mi zona y había mucha gente que vivía ahí. Ahora no hay nadie, veo las casas y recuerdo a la gente, veo sus fantasmas, pero ya no hay nadie viviendo ahí. Es curioso,  sobre todo si vivís afuera como yo y volvés a un territorio de fantasmas.  No hay un tiempo continuo, sino que hay cortes y esa circunstancia lo marca mucho más.

-Todos estamos marcados por despedidas, pero en tu caso vos sufriste una despedida enorme como el exilio.

-Sí, eso es una amputación más que una despedida. Yo me despedí absolutamente de todo, menos de mi cuerpo, menos de la vida. Me despedí del cielo, del olor de la comida, de los amigos, de mi familia, de un nivel social, de  una casa, de mi pareja… o sea, de absolutamente todo, Y sí que he dedicado muchos años a gestionar las despedidas, a entenderlas. Entonces quizá ahora es el momento de hablar de eso, aunque no hablo de eso, excepto en el primer cuento.

Ese primer cuento comienza diciendo: “¿Habrías venido conmigo, te hubieras dejado arrastrar hasta este pueblo, donde nunca pasa nada?”. Ese diálogo con el ausente es con tu pareja real de ese momento?

-No. Nada es real real, real, real, pero la sensación del diálogo con el desaparecido yo la conozco. Este libro tiene muchísimo de ese tipo de diálogo no sólo con una persona determinada, sino con muchas, con mis amigos, por ejemplo. El libro se nutre de un sentimiento muy auténtico, pero mi pareja no era un fotógrafo de guerra, yo no soy esa mujer…

Foto: Prensa Feria del Libro

En el ’76 te fuiste por razones políticas.

– Sí, en el ’76 me fui al exilio y no pude volver de visita en seis años.

Tu pareja  había desaparecido.

-Sí, no estábamos siempre juntos, pero es tremendo lo que se siente. Luego, en mi entorno también había mucha gente desaparecida, entonces no es sólo un mundo que se fue porque lo deje atrás, sino que desapareció en serio. Y desapareció como desaparecen los muertos de esta historia: sin tumba. Éste es un tema que me parece que une a España con Argentina, aunque las gestiones son muy diferentes. De eso también me interesaba hablar.

-Aquí la palabra desaparecido tiene un significado, una contundencia que quizá no tenga en otros países en que también los hubo.

-Sí, siempre pienso que si hay algo que Argentina puede aportar a España es, justamente, el trabajo sobre la memoria, que no es cualquier tontería, no es cualquier cosa. Entonces, como argentina, insisto en volver sobre ese tema pero sobre la historia española, no sobre la historia argentina, que creo que ha tenido su voz, ha podido decir, ha hablado, ha trabajado sobre el tema. En España no es así.

Foto: Pedro Pérez

-El desaparecido es un fantasma. De ahí la frase de Joyce que es uno de los acápites del libro.

-Sí, un desaparecido es un fantasma para siempre. Y menciono el fantasma porque es una historia de fantasmas. Yo realmente tuve una casa en ese pueblo de España, Guadalajara, cerca de Soria, que aparece en el primer cuento. Eso es totalmente autobiográfico, Es una zona muy muy bonita.

Además había allí una zona donde se jugaban al fútbol. Mi marido, que es mi pareja desde hace 30 años, jugaba al fútbol con el cura del pueblo que vestía su sotana larga. Cuando luego hice una investigación sobre el pueblo, me enteré de que allí abajo estaban  los fusilados de la guerra.  La gente juega al fútbol encima de sus cuerpos que no tienen lápida. Todo el mundo lo sabe  y, al mismo tiempo, nadie lo sabe. Eso es España.

-Hablás de otra historia muy terrible que la historia de “las peladas”.

-Sí, en el pueblo donde compré esa casa tienen una figura que se llama la mediera que, por lo general, es una mujer anciana que media en las transacciones. La mediera de ese pueblo era una señora gordita, bajita, muy linda, con ojos claros. Alguien me contó que durante la guerra la habían pelado. No entendí bien en el momento, pero luego, investigando entendí que ella y otras mujeres eran las que llamaban “las peladas de la guerra”. Las hacían correr por el pueblo con ropa de verano cuando era invierno, pisando la nieve descalzas. Era una forma de tortura. Las degradaban dándoles aceite de ricino como un purgante.

Eso no se olvida nunca más. Habían pasado 70 años y esa mujer seguía viviendo con ese peso y el de ver diariamente la cara de los enemigos, de los verdugos. La gente que perdió la guerra vivió en silencio. Cuando yo llegué la gente del pueblo me contaba la historia que nunca había contado. Se rompía el  silencio cuando aparecía yo que era como un taxista, o sea, alguien que se va a ir porque es extranjera, que no despierta rencor porque no es de ninguna familia.

Pensé que si me lo contaban era que para que yo, por mi parte, también lo contara porque soy escritora. Es muy duro guardar eso para siempre en silencio. El trasfondo éste del que hablo en el libro es real. Incluso los fantasmas son reales. 

La era de los idiotas

“Pienso, realmente, que estamos frente al peligro de la era de los idiotas –dice Obligado—. Por eso, el tercer cuento se llama ‘Idioceno’. Ya no hay casi ni seres humanos, sino más bien productos. Ya no pueden hablar con frases subordinadas, sino que dicen cosas a medias. Usan sólo oraciones simples y hacen un uso del idioma que no tiene ni pies ni cabeza. Transmiten algo como amenazante, pero no se sabe qué están diciendo. Me interesa mucho el uso bufo del poder.

También aparece Airbnb porque me preocupa el tema del turismo en Europa, que dicho así parece una banalidad, pero no lo es.

Hay una idea de que uno puede alquilar y tomar cualquier cosa, sin ningún problema, es decir, abusar. ¿Dónde está el dueño? No hay dueño, no existe, es un capital. Los sujetos desaparecen y entonces no tenés ni la posibilidad de quejarte ante nadie.

Si yo tengo un problema con mi vecino, no tengo un dueño ante quien protestar, tengo un fondo buitre.

No sé quiénes lo integran, no hay cómo escribirles, cómo quejarse.

Lo que impera el poder de los objetos».

Minibiografía

Clara Obligado nació en Buenos Aires, pero se exilió en España en 1976 y desde entonces vive en ese país. Se licenció en Literatura y dirigió los primeros talleres de Escritura Creativa que se crearon allí. Con sus antologías 1 y 2 de microrrelato, Por favor, sea breve, ha sido pionera en la instalación del género en España. Se dedica a la escritura de ficción y al ensayo. Colabora con medios periodísticos. Ha recibido numerosos premios y ha sido traducida a diferentes idiomas.