«El primer castigo fue botánico» dice Clara Obligado en Todo lo que crece (Páginas de espuma) refiriéndose a la pérdida del Paraíso, aunque crea, como Borges, que «no hay otros paraísos que los paraísos perdidos». Y ella sabe de pérdidas, porque la dictadura más cruenta de la Argentina, de la que se salvó por haber dejado el país apenas 24 horas antes de que un grupo de tareas la fuera a buscar, le arrebató, entre otras cosas, la inmensidad de la pampa en la que había crecido. Curiosamente, criada en la inmensidad, hoy es una «militante de lo pequeño». Para referirse al libro que acaba de aparecer en la Argentina, y que la trajo a estas tierras desde España, donde vive desde el primer momento de su exilio, dice «ensayito». El diminutivo no es para ella un adjetivo descalificador, sino una posición filosófica que consiste en partir de la modestia de las pequeñas cosas para pensar la enormidad del mundo.

El «ensayito», en el que habla de naturaleza y escritura, es una fiesta del lenguaje. En él las palabras brotan, crecen y perfuman como si fueran especies botánicas que, aunque diversas, nacen de la única raíz posible: el pasado.

Bisnieta de Rafael Obligado, el autor de Santos Vega, y nieta de Carlos Obligado, el autor de la «Marcha de las Malvinas», elude la carga de la herencia y escribe desde un lugar muy diferente. La patria no es para ella un lugar de espacio de proclamas y bronces, sino el territorio de su infancia.

–En las tres o cuatro oraciones del comienzo de tu libro está condensado lo que vas a desarrollar después. Lo primero es el tratamiento de la pampa como intimidad.

–Eso está bien visto, no lo había pensado, pero es verdad.

Por otra parte, planteás el tema de escribir en un español que no es el del Río de la Plata. Hablás de una maceta a la que en España deberías decirle tiesto.

–Hay otro libro, Una casa lejos de casa, en el que planteo el tema del idioma con mucha claridad .En este, el tema está al principio, en esa diferencia entre maceta y tiesto o entre geranio y malvón. Todo lo que crece dice que yo me manejo en dos registros, pero también dice que el primer registro fue preverbal: la admiración de un niño ante la naturaleza. Yo recuerdo ver los ojos de las mariposas y ahora no puedo ver ni a la mariposa (risas). Esa capacidad de ver lo minúsculo es anterior al lenguaje. En mi obra es fundamental el tema de en qué castellano estoy escribiendo, si en uno o en otro.

¿Y en cuál crees que escribís?

–En ninguno de los dos. Escribo en una lengua híbrida que no se sabe bien qué es. Creo que hoy sería incapaz de escribir en argentino, pero tampoco escribo castellano.

¿Transformás la pampa en intimidad quizá como una forma de diferenciarte de esas voces de tu historia personal?

–Ser bisnieta de Rafael Obligado no es liviano. Yo no quería ser escritora de ninguna manera, justamente por esta tradición masculina, poética, patriótica. Estas son cosas de las que yo carezco. No soy hombre, ni poeta ni patriota, nada de todo eso.

–Supongo que debe haber sido una carga muy fuerte para convertirte en escritora. –Creo el exilio me convirtió en escritora. Yo quería ser profesora de Literatura. Estudié Letras en Argentina, quería enseñar, hacer crítica. Pero ser escritora no estaba en mis planes porque para escribir era necesario ser un hombre de la patria y yo no lo era. Además, tengo cierta hostilidad contra eso. A mi abuelo, Carlos, lo leí de mayor porque antes no estaba dispuesta a leerlo. A mi bisabuelo sí lo había leído. Había versos que me gustaban mucho, como los del Santos Vega y otros que me avergonzaban, que me parecían muy cursis. Esta contradicción hizo que no quisiera ser escritora.

¿Y cómo llegaste a serlo?

–Cuando llegué a España, necesité armar un puente con Argentina. Y ese puente fue de palabras. Me convertí en escritora gracias al exilio. En España muchos creen que el apellido Obligado es portugués. Allí mi identidad no es que fue borrada, fue directamente devastada. Eso me dio la libertad de ser quien soy sin tanto problema. En Argentina es distinto.

Hace unos años, una mujer con un apellido patricio como el tuyo era doblemente discriminada en la literatura. No sucedió lo mismo con Bioy Casares porque era hombre.

–Lo mismo pasó con Silvina Ocampo y tantas otras. Bioy, en cambio, era hombre, era riquísimo, seductor y suscitaba muchísima envidia. Es un tema que he trabajado en terapia, que es donde se trabajan estos temas. No creo que porque pertenezcas a un hogar pobre seas mejor. Uno nace donde nace, la cosa es qué hace con su propia historia, y creo que yo no puedo ser acusada de aristócrata porque esa definición tiene muy poco que ver con lo que he hecho en mi vida. Tengo derecho a reconocer mi pasado y a valorar lo que tuvo de bueno. Una gran biblioteca como la que tuve es un regalo y una relación con la pampa como la que tuve, otro regalo. Otra gente tuvo el recuerdo del Piamonte, una abuela que cantaba canciones en idish… Esas riquezas yo no las tuve. No soy una persona aristocrática, ni de derecha, ni tengo la ideología de mi familia. Soy alguien que hizo lo que le pareció y pagó altos precios por eso. Me siento en paz. No creo que le deba nada a nadie en este sentido. Pero es cierto lo que decís y puedo entender incluso los ataques, pero no son justos en mi caso. Siempre digo que yo viví en varios siglos (risas).

–¿Por qué?

–Porque fui educada en el siglo XIX para ser una dama bien casada, viví en el siglo XX y fui lanzada de una patada al siglo XXI. Hoy me siento más próxima a gente muy joven que a gente de mi generación. Siempre he tenido que vivir de manera acelerada porque ser extranjera es bastante complicado.

Supongo que eso tiene una desventaja y una ventaja y que influye en tu escritura.

–La desventaja  es que nadie te acepta. Una amiga española me dijo: «estudiarte a ti es complicadísimo por tu fuente de lecturas, todo es rarísimo». Alguien que quiere hacer una tesis elige un autor más «normal», eso me echa de la academia que trabaja la Literatura a nivel nacional  y yo no pertenezco a ningún país y, además, hago gala de no pertenecer a ninguno. La ventaja es que te da un grado de libertad muy interesante. Todos los grandes dolores –y la pérdida de una patria es un gran dolor– te hacen más sensible y más sensato. Uno deja de pedirle tantas tonterías a la vida. El exilio es una pérdida similar a una mutilación, tiene ese nivel. Eso puede hacerte una persona mejor o mucho peor. Creo que a mí me ayudó a pensar de otra manera, a escribir lo que escribo que son géneros mixtos, a entender el porvenir, por qué el destino hizo que todo el mundo emigrara. La Argentina es un país del que un día todo el mundo se quiere ir y otro día es un país al que todo el mundo quiere volver. En España vivo rodeada de extranjeros. Todo eso me hace ver el porvenir, que creo que no es poco.

Escribir es ser un observador, alguien que mira desde afuera. En tu caso, además, sos extranjera. ¿Eso desautomatiza tu percepción?

–Sí, y además soy mujer. Como decía Proust, deberíamos escribir siempre como si nos tradujéramos. Cuando escribo sopeso todas las palabras. Digo esto se refiere a tal tipo de lector, esto va a ser leído de tal manera en España, de esta otra manera en la Argentina, este registro es neutro…Estoy todo el tiempo pensando en las palabras y creo que para un escritor eso es muy bueno. Estoy siempre afuera, siempre estoy inaugurando. Si pongo la palabra «piscina» en España es una cosa, pero si pongo «pileta» en España es otra cosa y si pongo «alberca» sé que es rara en todas partes. Siempre digo que me veo a mí misma en una versión subtitulada. Mientras hablo tengo otro castellano que va pasando por abajo. 

–Decís que nuestro primer destierro fue botánico. ¿También tu exilio lo fue?

–Sí, fui expulsada  de varios lugares botánicos, pero yo no los vivía como el Edén. Para mí, mi familia era una familia muy difícil y el hecho de estar en la pampa era estar encerrada en la pampa. No era la pampa inconmensurable. Me hace acordar a un cuento de Borges, «Los dos reyes y los dos laberintos», porque lo demasiado extenso puede ser también un encierro.

Lo vegetal es una cuestión  muy actual. Han aparecido diversos libros sobre el tema.

–Sí, tiene que ver con la devastación del  planeta y con la pandemia, pero también es algo muy propio del siglo XIX, sobre todo en los escritores del mundo anglosajón.Pero en los últimos tiempos esto ha explotado y tenemos que mirar la naturaleza porque si no, nos vamos al carajo. Por eso es lógico que la literatura ande por estos derroteros.

Hoy se plantea, además, cómo nos ubicamos en la escala animal. En tu libro hablás de la muerte de una mosca y de la indiferencia ante el sufrimiento de los seres distintos de nosotros.

-Sí. Yo me ubico como una especie más que puede desaparecer como los dinosaurios ante la indiferencia absoluta del planeta. Desde el Renacimiento nos sentimos el centro del planeta y eso es un error. Somos frágiles y la pandemia lo demostró. Somos depredadores. Vemos  una mosca y damos un manotazo, pero también somos un bicho.

–Les ponemos veneno a las cucarachas sin culpa.

–O las pisamos. Todos somos asesinos de cucarachas. Creo que somos depredadores y que todos fuimos otro animal en la escala. Creo que ese pensamiento está en nuestra corteza cerebral. Me parece importante también reconocernos como seres intuitivos porque ese instinto nos lleva a la guerra, a cosas disparatadas.

–¿Qué es el pasado para vos?

–Lo único que se puede transformar. Al contrario de lo que parece, es el único tiempo verdaderamente dinámico de nuestra biografía. El presente es muy difícil de cambiar y el futuro es imposible. Yo releo permanentemente el pasado y lo transformo. Donde hubo rencor puedo poner caridad, donde hubo caridad puedo poner rencor. Así logro contarme una historia tan cierta como cualquier otra.

Hablás del origen mítico de Adán y Eva y del origen de las palabras, de la etimología. ¿Qué relación hay para vos entre una cosa y otra?

–Para mí son lo mismo. Hubo un momento en que balbuceamos y aprendimos a decir y en esas palabras está escondida nuestra historia. Me fascina la etimología. Me levanto a la mañana y leo diccionarios etimológicos. El Corominas es un vicio.

–Una etimología lleva a otra y esta a otra. Tu libro tiene esa estructura digresiva.

–Sí, creo que es un ensayito femenino en el sentido de que es el modo que tenemos de pensar las mujeres. Vamos de aquí para allá y no queremos cerrar la idea. Por eso es fragmentario y no llega a ninguna teoría. No tiene, a diferencia del ensayo tradicional, ni una verdad de salida ni una de llegada. Sor Juana y Natalia Ginzburg también son digresivas y son mis modelos. Me gusta mezclar lo doméstico, la cocina con la filosofía. Me gusta pensar de lo muy concreto hacia lo abstracto. Si hay algo interesante en el pensamiento de las mujeres es justamente esto. Mientras preparás el pan estás pensando en cosas que son más importantes. Para mí es tan importante hacer un plato de garbanzos decente para mi familia como tener una buena idea. Incluso creo que para el mundo son más importantes los garbanzos. Mi punto de partida siempre es lo pequeño y eso lo hago de manera militante. Es como dice Sor Juana: «Si Aristóteles hubiera guisado, mucho mejor hubiera pensado». 

Un castillo en las barrancas del Paraná

–¿Es cierto que tu bisabuelo Rafael hizo construir un castillo en las barrancas del Paraná porque a tu bisabuela, le gustaban los libros de Walter Scott?

–Es verdad.

–Qué idea tan loca.

Para mí no era loca. Quizá te resulte loca porque no es tu historia. Yo vivía en ese mundo que, cuando lo mirás de afuera, pensás «qué disparate». Desde 1600 en adelante en mi familia hay una voluntad masculina de ser escritor. Pero también una voluntad femenina de ser pintora. Ahora, por ejemplo, se está trabajando la figura de María Obligado, la hermana de mi bisabuelo. Hay un cuadro hermosísimo de ella en el Bellas Artes y en mi casa también había uno. Lilian Obligado, por su parte, hizo su primera exposición a los 80 años. Era una de las figuras más conocidas en Estados Unidos de ilustración infantil. Hay una tradición de mujeres artistas en mi familia, pero yo adhiero a la tradición masculina que fue con la que me dieron palos en la cabeza desde el día que nací. Y no me arrepiento, porque los libros son maravillosos.

¿Ese castillo se puede visitar?

–No. Pertenece a mis primos. De chica yo pasaba algún tiempoallí.

¿No es también tuyo?

–No, yo no tengo nada que ver son esa historia. No quiero tener un castillo. Mi padre y su hermana lo heredaron, pero mi padre vendió su parte. No tengo que ver con eso, pero no deja de ser un lugar precioso, de remembranza. Tengo un libro que se llama La quinta de los naranjos que remeda un poco lo que fue para mí el castillo de chica.

¿La Vuelta de Obligado se llama así porque son terrenos de tu familia?

–Mis antepasados compraron campos allí que luego se fueron dividiendo. Había muchos Obligado y por eso el lugar se llama La Vuelta de Obligado. Todo el mundo se posiciona a favor o en contra de su familia. Yo me he tenido que posicionar toda mi vida porque, aunque fui educada en una escuela de elite, mi penoso destino era casarme con un hombre rico.