Pese a los agoreros del fin del libro tradicional, este no solo perdura sino que también, a veces, deslumbra con maravillosas ediciones ilustradas. Tal es el caso de El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde y de Historias de mujeres samuráis de Sebastien Perez,
ambos libros ilustrados por Benjamin Lacombe. Esta dupla creativa está acostumbrada a trabajar junta ya que llevan varios libros hechos a dúo.
Ambos viajaron desde su país, Francia, para estar presentes en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en una visita organizada por Edelvives, el sello que ha editado ambos libros.
El retrato de Dorian Gray tiene un prefacio de Xavier Giudicelli y un posfacio de Merlin Holland, nieto de Wilde. Además, incluye fragmentos ilustrados de De Profundis, la epístola que Wilde escribió en prisión luego de ser condenado por “indecencia grave” debido a su condición de homosexual. El texto, además, se publica completo, sin los fragmentos que fueron censurados en su época por aludir al homoerotismo.
Historias de mujeres samuráis, por su parte, reivindica a las mujeres japonesas que se rebelaron con valentía contra los roles que les imponía la sociedad.

Ambos libros sorprenden por la exquisitez de su edición que se evidencia en las ilustraciones de Lacombe y en cada detalle como, por ejemplo, los magníficos papeles de tapa y contratapa que remedan los papeles marmolados de viejas ediciones que constituían la puerta de entrada y de salida de esa gran casa hospitalaria que son los libros.
De tapa dura, sus dimensiones y su peso no son datos menores, ya que obligan a volver al viejo ritual de la lectura que exigía el tiempo de buscar el libro, colocarlo sobre una mesa o escritorio para recién entonces disponerse exclusivamente a la lectura sin las continuas interrupciones que imponen hoy los celulares. De esta forma, ambos libros recuperan algo del pasado y lo traen al presente. Hoy se diría que estos libros permiten una lectura “inmersiva” que envuelve de tal manera al lector que lo arrastra hacia el corazón mismo de las historias.
Mientras se suceden preguntas y respuestas, Lacombe toma sus herramientas de trabajo y en la primera página en blanco pinta al personaje del libro, lo dedica al entrevistador o entrevistadora y pone su firma al pie.
De esta manera permite asistir a su taller de hacer maravillas y regala un pequeño original.

Benjamin Lacombe y Sebastien Perez
–La ilustración suele asociarse a libros dedicados a chicos, pero los libros de ustedes demuestran que no necesariamente es ése su destinatario
Benjamin Lacombe: –Es cierto que se suele asociar la ilustración con los libros para niños pero es una idea errónea que ha cundido, aunque está cambiando. La ilustración para niños nació recién en el siglo XX. En sus orígenes eran grandes ediciones muy bellas en las que se ilustraban textos excepcionales. Hubo grandes maestros de la ilustración desde Gustave Dore al propio Dalí. No fue sino hasta los años cuarenta del siglo XIX que comenzó la ilustración de libros para niños con un gran éxito.
–¿Cómo se compite desde la ilustración en la era de la imagen?
B.L.: -Vivimos en una sociedad capitalista, de consumo y estamos bombardeados por imágenes incluso provenientes de la inteligencia artificial que inundan todos los planos, que están en las redes, en todas partes. La ilustración me lleva un tiempo enorme, que es lo opuesto a ese frenesí. Ese tiempo que me insume me obliga a la reflexión. Son imágenes que no se consumen en un minuto. Son imágenes que continúan estando aunque cerremos el libro, que permiten ir y volver, son referencias visuales, son imágenes que pueden acompañar el texto u oponerse a él, es una imagen que nos interroga.
–Justamente iba a preguntar por la relación entre el texto y la imagen. ¿Un texto de Wilde deja más libre al ilustrador que un libro con texto de Sebastien, quien puede marcar ciertos límites?
B.L.: -Eso depende de los autores. En nuestro caso, que ya hemos hecho varios libros juntos, empezamos los dos desde cero. Además, nos conocemos mucho. El texto le provee a la ilustración varios elementos pero luego, la ilustración va más allá para lograr transmitir lo que el texto quiere decir. Texto e imagen conviven, son una construcción que arranca desde los cimientos como una casa y que va creciendo con el trabajo de a dos.
La imagen y el texto dialogan, se responden, se necesitan. Cuando se trata de ilustrar un texto ya hecho, la ilustración debe encontrar su lugar. En cambio, en los libros que hacemos juntos es distinto. Sebastien puede, por ejemplo, sacar una parte del texto porque le parece que con la imagen ya es suficiente. La idea es construir juntos.

-Pero existe la creencia de que la imagen debe subordinarse al texto.
B.L.: -Sí, esa concepción es cierta pero creo que es una idea que deberíamos dejar en el pasado. La idea del ilustrador decorador puede existir hoy, por ejemplo, en revistas o libros escolares. Si hablamos de Oscar Wilde, su obra ya nació ilustrada. Él era una persona muy sensible a la ilustración, sabía cómo quería que se ilustrara su obra. Para él los ilustradores fueron más colaboradores que sujetos ejecutantes. Creo que la relación entre texto e imagen debería ser una colaboración sin subordinación. Por ejemplo, su libro Salomé nació ya para ser ilustrado.
Sebastien Perez: -Fue Aubrey Beardsley el artista que ilustró Salomé.
B.L.: -Yo ilustré otro libro clásico que fue Alicia en el país de las maravillas y pasó lo mismo que con Wilde: todas las ediciones estaban ilustradas. El autor, Lewis Carroll, la ilustro él mismo. Pero esa ilustración no tenía la calidad suficiente para salir al mercado. Se lo dijeron y contrataron a un ilustrador profesional, John Tenniel. La relación entre ellos fue muy mala porque Carroll le indicaba todo. Carroll era profesor de Matemática.
Un día, cansado, Tenniel le escribió que él no le decía cómo debía enseñar matemática, por lo que él no debía indicarle cómo ilustrar. A partir de allí Tenniel hizo lo que quiso. El libro se imprimió y fue un éxito. En el segundo libro, Alicia en el país del espejo, Carroll volvió a contratar a Tenniel, la relación no mejoró y pasó lo mismo.
Tenniel hizo lo que quiso y el libro fue un gran éxito. La historia se repitió con un tercer libro. Esto demuestra que la ilustración tiene una cierta independencia del texto. Hay incluso libros que están hechos sólo de imágenes, pero eso lo hemos vistos desde las cuevas de Lascaux, los papiros y los bajorrelieves. A mí me parece más interesante la relación entre texto e imagen.
Lo que nos ha traído la modernidad es la mezcla entre el texto y la imagen que creo que interpela de otro modo al lector. Antes de la invención de la imprenta los libros tenían texto pero eran en su mayor parte ilustrados. La relación con la imagen no es la misma para todas las generaciones, lo que explica la cantidad de ataques que hay contra ella. Esto sucede porque la imagen tiene infinitas posibilidades de interpretación y eso la hace difícil de controlar. Fijate lo que pasó con Charlie Hebdo, la reacción que generó.

Las caricaturas eran consideradas peligrosas, eran subversivas, daban lugar a muchas interpretaciones. Si nos remontamos a la Revolución Francesa, el cuadro de Delacroix es lo más elocuente que hay para mostrar lo que pasó en ese momento. Pero la imagen puede ser una respuesta contra los totalitarismos y a la vez, los totalitarismos pueden usar la imagen para asentar su poder. Ha sido utilizadas como propaganda en Rusia, en la Alemania nazi.
-Bajemos la relación entre texto e imagen a algo concreto. Cuando trabajan juntos en un libro, qué discusiones se plantean.
S.P.: -Más bien lo que hay son intercambios, contribuciones, ingredientes para construir algo. Lo que uno le dice al otro resuena, repercute. Confío en las devoluciones que me hace Benjamin. Incluso cuando escribo y trabajo con otro ilustrador a la primera persona que consulto es a él y a veces reescribo en base a eso. Básicamente confío en lo que me dice porque sé que son comentarios bien intencionados.