Por una cuestión natural, le tomó unos años a Luján dimensionar el valor de aquella camiseta. Era de Huracán y la usaba su tío abuelo en ocasiones especiales, pero cuando era muy chica le resultaba desconocida. Tenía botones como si fuera una camisa y un Globo distinto al que estaba acostumbrada, que junto al cuello, además, era lo único rojo de una prenda prácticamente blanca a sus ojos. Era una manera de decir, se había amarillentado un poco por el paso del tiempo, pese al riguroso cuidado del tío Negro. Le había pertenecido a Herminio Masantonio, máximo goleador del club, que era un viejo amigo de la familia.
Luján entendió que se trataba de una reliquia cuando tenía ocho años, durante los festejos por el ascenso del 2000. Fueron varios los hinchas que a medida que el Negro pasaba, se quedaban maravillados comentando sobre la camiseta. Algunos hasta le pedían fotos. En ese momento ella también empezó a observarla con admiración y preguntar recurrentemente por Masantonio. Le encantaba que el Negro le mostrara sus viejas revistas de El Gráfico y le leyera las crónicas de los partidos como si fuera un cuento. “Goleador y guapo como ninguno. No sabés cómo defendía a los compañeros, se arremangaba y se agarraba a piñas contra tres si hacía falta”, le contaba mientras alzaba sus brazos con los puños cerrados mostrándole cómo se plantaba el ídolo.
El Negro compartía con Luján lo que no podía con sus dos hijos, a los que no les gustaba el fútbol. “Cuando me vaya de este mundo, quiero que te quedes con esta camiseta de Masa. Sé que la vas a cuidar tanto como yo”, le dijo un día. Luján, ya adolescente, le juró que así sería.

Poco tiempo después el Negro falleció. Luján lloró desconsolada, nunca había perdido a un ser querido. Le costó mucho ir al Ducó incluso los primeros partidos. Pasaron las semanas y no tuvo noticias de los hijos del Negro. Sus papás le recomendaron que no se apresurara, que el duelo tiene sus tiempos. Que una llamada suya podía resultar incómoda. “Ya va a surgir un encuentro familiar en el que puedas hablar de la camiseta, no lo fuerces porque es peor”, le dijo su mamá. Un mes después se jugaba el clásico con San Lorenzo. Ella ya estaba un poco inquieta. “Es una ocasión especial”, pensó y decidió escribirle primero a su tía Cecilia y después a su tío José. Ninguno le contestó.
El fin de semana siguiente, coincidieron todos en un cumpleaños. Sintió que ambos la saludaron con frialdad. Se mensajeó con su amiga Laura para juntar coraje y repasar una vez más cuál sería la manera adecuada de preguntar por la camiseta. “Deciles que lamentás mucho molestar, que seguramente estarán con cosas más importantes en este momento, pero que para vos sería muy lindo poder tenerla para ese día”, le repetía.
-Tíos, perdón, sé que fueron muy duros estos meses para ustedes y tendrán mucho de qué ocuparse. Pero vieron que el Negro me había dejado un regalo…
-Sí, te leí el mensaje – primereó Cecilia a su hermano para contestar.
-Mirá, no sé qué te dijo mi papá pero a nosotros no nos transmitió nada. Él no tenía objetos de valor. Me parece raro.
Luján estaba incómoda, sintió que se le helaba la sangre.
-No, obvio. Es que sí. A ver, el tío me había dicho y creía que lo había hablado con ustedes o algo. Perdón – balbuceó de los nervios y se alejó.
Luján volvió a la otra punta de la mesa y no cruzaron más palabra en todo el almuerzo. Un par de días más tarde, recibió un mensaje de Cecilia: “Me quedé mal de la charla en el cumple. Todo este tema nos tiene muy alterados, perdón. Venite a lo de mi papá cuando quieras”. Esa misma tarde, Luján se acercó más aliviada.
-Quedan algunas cosas por revisar. ¿Qué fue lo que te dejó? Mirá que no hay nada de valor acá – reafirmó Cecilia.
–Una camiseta.
-Ah, ¿una camiseta? Fijate por ahí si aparece mientras yo hago unos llamados que me quedaron pendientes.
El departamento había cambiado por completo, como si se preparara una mudanza. Lo estaban vaciando rápidamente para ponerlo en alquiler. Luján se sintió rara. Ya no era la casa del tío Negro. Repasó cada caja y armario varias veces sin encontrar la camiseta. Cada vez más nerviosa. Al rato, apareció su tía.
–No encontré la camiseta y tampoco unas viejas revistas deportivas que él tenía guardadas en su segundo estante, ¿sabés si pueden estar en otro lado?
-Uy, las revistas las tiramos todas. Creo que eso lo separó José. Lo llamo y le pregunto.
La confirmación no tardó en llegar. Efectivamente, habían descartado las reliquias del Negro desconociendo el valor sentimental que incluso tenían para su padre. Luján rompió en llanto entre la impotencia y el dolor. Desde entonces, cada vez que juega Huracán besa una vieja foto de su tío Negro con Masantonio que sus padres pudieron rescatar.