En la historia argentina hubo múltiples funerales vinculados con personalidades deportivas. Sin embargo, algunos se destacaron –y fueron destacados– por encima de otros. Entre las razones de la visibilidad de ciertas exequias como la del famoso boxeador Oscar Natalio “Ringo” Bonavena (1942-1976) es posible mencionar la extraordinaria cobertura mediática ofrecida, la significativa cantidad de personas que asistieron al evento mortuorio, el tipo de muerte sufrida, el impacto internacional generado y las discusiones sociales, culturales y políticas suscitadas a partir del funeral. Explorar la muerte y el funeral de Bonavena, como hace el libro compilado por Pablo Scharagrodsky y César R. Torres denominado «Muertes, funerales, biografías póstumas y deportes en la Argentina (siglos XX y XXI). La invención del panteón deportivo (Tomo I)» ha permitido cartografiar los imaginarios sociales culturales, sexuales y políticos de la Argentina, más allá de la propia lógica agonística del famoso boxeador.

Bonavena y su funeral: oda a un panteón hedonista, activo sexualmente y autónomo

El asesinato de Bonavena en Estados Unidos fue tapa en la mayoría de los medios de prensa de mayor circulación en la Argentina. El posterior funeral del ídolo deportivo, realizado en la capital argentina, se convirtió en uno de los eventos mortuorios con mayor asistencia de público en el país del siglo XX. Ríos de tinta producidos por la prensa describieron e interpretaron lo acontecido durante semanas y, en algunos casos, durante meses. Ambos sucesos abordados por la prensa condensaron un conjunto de problematizaciones que excedieron lo ocurrido con el boxeador, su carrera y su estilo de vida.

Por un lado, las narrativas hicieron foco en la masculinidad y las normatividades de género que supuestamente expresó y avaló Bonavena. Su biografía póstuma fue construida a partir de retazos de su carrera boxística y su estilo de vida suntuoso ponderando, jerarquizando o excluyendo algunos elementos en particular. Con algunos matices, los tonos dominantes fabricaron el estereotipo masculino fundado en algunas características kinéticas y morales cuyo eje central fue la guapeza. Este supuesto atributo fortaleció la visibilidad pública hacia el boxeador como un hombre viril con múltiples facetas: la valentía, la fuerza, el honor, y la ausencia de miedo durante las peleas. Este estereotipo masculino se articuló con modos de lenguaje (bravuconadas, afirmaciones agresivas y excéntricas declaraciones) que reforzaron, en el espacio público, un tipo de identidad masculina agresiva, pendenciera, provocativa, segura de sí misma y comercialmente rentable. A estos aspectos se sumaron algunos elementos que ubicaron a Bonavena como una figura rebelde que cuestionó a las autoridades del mundo del boxeo y a sus empresarios más importantes, reivindicando la autonomía relativa de su figura y la maximización de ganancias en el espectáculo deportivo. La moralidad sexual que circuló desde la prensa ligó imaginariamente a Bonavena con el ideal de máquina masculina sexual ultra-potente, donde hubo solo dos universos posibles sobre cómo concebir a las feminidades: las mujeres respetables, forjadoras del hogar y madres de familia y, por el otro, las mujeres de dudosa moral, libertinas y sexualmente autónomas. En ambos casos la violencia física del verdadero macho argentino estuvo asegurada por una jerarquización de las relaciones sexo-afectivas. En el relato de la prensa, en parte apoyado por sus afirmaciones, la figura de la madre y la del “niño grande” intentaron morigerar el grotesco estereotipo masculino construido. Para un sector de la prensa, este modelo viril fue sinónimo de éxito, reconocimiento, celebración y ascenso social. 

Bonavena y su funeral: oda a un panteón hedonista, activo sexualmente y autónomo

Por otro lado, el funeral y la biografía póstuma de Bonavena generadas por la prensa no solo transmitieron y, al mismo tiempo, ponderaron un modelo masculino moralmente específico, sexualmente pro-activo, económicamente autónomo, excéntricamente hedonista, forjador de su destino y comercialmente exitoso, sino que incardinaron sobre el cuerpo y las competencias de Bonavena un tipo de ligazón imaginaria con la nación, el pueblo y con un barrio emblemático de la gran metrópoli argentina. Los sentidos sobre la argentinidad y la identidad nacional atravesaron buena parte del funeral. Los mismos fueron producidos y transmitidos de diferentes maneras a partir de la selección de ciertos objetos, momentos y exclamaciones populares. Banderas, cánticos y espacios fueron definiendo en el relato del funeral, al Bonavena de pura cepa “argentina”, incluyendo la identidad barrial “quemera” y su supuesto e inconfundible tono porteño. Bonavena no solo era el arquetipo del típico macho moderno, sino que era un macho argentino, porteño y “quemero”. Su permanente exposición pública, su fanfarronería, su pedantería, su alarde sobre sus habilidades físicas, estéticas y sexuales, su hedonismo individualista y su afán de lucro configuraron un particular estilo masculino. Todo lo contario a los modelos masculinos que apelaron a un discurso y una estética cuyo objetivo central fue, en la particular coyuntura sesentista y setentista, la liberación, la lucha contra la opresión y el individualismo, la reivindicación de la solidaridad y la búsqueda de justicia social.

Bonavena y su funeral: oda a un panteón hedonista, activo sexualmente y autónomo

Entre afirmaciones y exclusiones, el funeral y la biografía póstuma de Bonavena narrada y producida por la prensa de mayor circulación, configuró un conjunto de sentidos donde el tradicional estereotipo masculino argentino, porteño y barrial, interpeló y confrontó a otros modelos corporales circulantes en dicha época. Las peleas de Bonavena fueron más simbólicas que físicas y sus huellas aún se pueden ver –y escuchar– en el presente, siendo el universo social y cultural el gran cuadrilátero donde se dirimieron –y se siguen dirimiendo– las disputas de género, sexuales, de clase y grupo social. «