El taxista le baja el volumen a la radio y la voz de Fioravanti, por LT3, apenas queda de fondo. Acaba de subir un pasajero.
—Buenas noches.
—Buenas noches.
—¿Adónde lo llevo?
El pasajero, hombre flaco, alto y melenudo, le dice la dirección y el taxista acelera.
—Ah, barrio Belgrano…
—Ajá.
Cuando avanza unas pocas cuadras, el taxista comprueba que su cliente es además un hombre de pocas palabras: no será un buen interlocutor. Por eso se toma el atrevimiento de subir el volumen de la radio.
De todos modos el taxista se larga al diálogo por más que el otro, el pasajero, le devuelva apenas monosílabos.
—¿No estaba escuchando el partido?
—No, no…
—Rosario le está pegando un baile bárbaro a la Selección en un amistoso. Acá nomás, en la cancha de Ñuls…
El taxista ya no necesita siquiera de los monosílabos de su pasajero para seguir charlando. Habla y se responde solo si es necesario.
—Ahora, el segundo tiempo viene más tranquilo porque lo sacaron a Carlovich, que es el 5 de Central Córdoba. Hasta Fioravanti quedó impresionado. Y claro, el tipo juega en el ascenso, no lo conoce nadie y dice que les pegó una milonga bárbara a estos porteños, que son los mismos que ahora en un par de meses van a jugar el Mundial…
El camino es rápido, como es habitual un miércoles a altas horas de la noche.
—¿Es por acá, no? —dice mientras frena.
—Sí, acá nomás.
El pasajero se baja y se pierde en la oscuridad.
Tomás Felipe Carlovich, alias el Trinche, le reveló a su amigo Luis Berazain que ese 17 de abril de 1974, cuando el Combinado de Rosario venció 3 a 1 a la Selección Argentina, no se quedó a mirar el resto del partido una vez que fue reemplazado. “Creo que sí se quedó en el vestuario, un rato, y que después fue al banco con nosotros”, contrapone Andrés Rebottaro, exjugador de Newell’s y suplente de los rosarinos en aquel amistoso.
Esa noche de hace medio siglo en la que chocaron el esplendor del fútbol rosarino y el ocaso de la Selección nacional está plagada de este tipo de versiones contradictorias. La verdad, la ficción, los personajes de carne y hueso y los seres sobrenaturales se mezclan en el mismo lodo, todos manoseados.
Si este libro pasó de la idea a la materialidad fue por el afán de contar algo distinto a lo que inclusive nosotros mismos sabíamos del partido, que era poco y de dudosa veracidad. Hay alrededor una narrativa construida que se profundizó y se repitió, recreando escenas de situaciones que nunca sucedieron, pero que se afianzaron como verdades históricas. Y como les ocurre a las buenas anécdotas que perduran, el tiempo le fue agregando matices.
Por eso empezamos a jugar nuestro partido en archivos y entrevistas, nos entusiasmamos con sus historias, nos sorprendimos de sus secretos y nos reímos de sus curiosidades, pero sobre todo comenzamos a preguntarnos: ¿Carlovich jugó tan bien como se dice, o se exagera? ¿En qué momento del partido lo reemplazaron y por qué? ¿Es verdad que fue en el entretiempo y por pedido de los rivales? ¿Fueron a la cancha todos los hinchas que dicen que fueron?
Además, mientras trabajábamos en la investigación surgieron otros cuestionamientos: ¿de qué color era la camiseta del combinado rosarino? ¿Cómo fue la cobertura de los medios: le dieron importancia o pasó rápidamente al olvido? ¿El diario La Capital no lo cubrió?
Un interrogante nos hizo parar la pelota: ¿un libro sobre un partido amistoso?
La condición de amistoso de un partido de fútbol en principio le baja el precio. Se miran (si es que se miran) de reojo, sin sacar grandes conclusiones. Aunque también, hay que decirlo, son pasados al olvido gran cantidad de partidos por los puntos. Para unos y otros, sin embargo, hay excepciones.
Entre victorias memorables de La Máquina de River, del Boca de Carlos Bianchi y gestas de Estudiantes de La Plata, Chacarita Juniors, Rosario Central, Newell’s y más, el libro 50 impactos del fútbol argentino de Daniel Dionisi le hace un lugar a ese triunfo de Rosario ante Argentina. Una nota del portal de TyC Sports, en tanto, va más allá e indaga entre los 100 partidos más importantes. Su curador, el periodista y escritor Andrés Burgo, también lo incluye.
Hay además otros partidos que, aun amistosos, han quedado guardados en la retina de las y los hinchas. Su naturaleza “anticompetitiva” o de “exhibición”, con tintes de práctica formal, no resulta una característica suficiente para condenarlos a la irrelevancia. El 5 a 4 de River a Polonia con la chilena de Enzo Francescoli en el final; las giras por el país del Santos de Pelé en los 60 y su derrota ante Colón en Santa Fe que empezó a moldear aquello de “Cementerio de los Elefantes” como mote del estadio sabalero; el Argentina-Inglaterra del 53 con gol de Ernesto Grillo que –aunque suene exagerado– le dio por mucho tiempo al país su Día del Futbolista; el 4 a 1 del seleccionado femenino de Argentina a Inglaterra en el Azteca en 1971 (por el que se celebra el Día de la Futbolista), en un mundial no reconocido por la Fifa; el 8 a 0 de la Sub 20 a Paraguay en 2004 con el que la AFA se aseguró a Lionel Messi y echó por tierra las aspiraciones de su par española de nacionalizarlo; los viejos torneos de verano en Mar del Plata, ya caídos en desgracia, que en enero eran escenario de los clásicos. Cada uno, con sus matices, guarda algo bajo la manga. El partido que se narra en estas páginas ocurrió cinco décadas atrás, sin transmisiones televisivas de testigo.
Por eso, nuestra primera gran batalla fue contra el paso del tiempo. La desmemoria de los protagonistas principales y los de reparto, quienes lo jugaron y quienes lo vieron desde las tribunas o en sectores de prensa, dificultaron la reconstrucción. “Es que estamos en época de fecha de vencimiento”, se ríe Mario Killer, aquella vez titular en la formación local.
Quizás 20 años no es nada, como dice el tango, pero 50 sí. Gabriel García Márquez nos hubiese advertido que este amistoso no es el que uno vivió, sino el que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarlo.
A diferencia de momentos en los que somos conscientes de estar presenciando un hecho histórico (una final o un clásico, por ejemplo), este partido no tuvo tales características y su trascendencia duró poco más de una semana. Días después, el recuerdo del encuentro comenzó a combatir contra la indiferencia durante largos años sin resultado hasta que la leyenda empezó a hacer de las suyas y lo rescató.
Al periodista y escritor Alejandro Wall le ocurrió al reconstruir la vida y obra de Oreste Osmar Corbatta, ex Racing, Boca y la Selección: su investigación “se transformó en una lucha personal contra los falsos recuerdos. O contra los recuerdos que se impusieron por sobre lo que efectivamente sucedió”.
Varios futbolistas de aquella noche agradable de otoño se empaparon tanto del relato construido alrededor del partido y se les impregnó de tal modo que no lograron diferenciarlo de la vivencia personal. Como lo planteó Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, repetir es una manera de recordar. El mito le fue ganando a la realidad igual que el Combinado de Rosario le ganó a la Selección Argentina.
La reconstrucción del pasado, al servicio de la leyenda.
El olvido liso y llano, por su parte, también tuvo un papel tan preponderante como el de Carlovich en esta historia. A tal punto que, por ejemplo, se disputó un partido preliminar que nadie recuerda, ni siquiera quienes lo jugaron.
Ocurrió, inclusive, con el enfrentamiento estelar de la velada. “Te digo la verdad, no me acuerdo nada. Y andar buscando cosas que yo mismo no me acuerdo, me parece una tontería”, se disculpa Mario Kempes al ser consultado para este libro. Y, así, varios de los contactados se excusaron en su frágil memoria. Otros borraron (o se les borró, bah) ese hecho como quien elimina una carpeta de un disco rígido. Y no faltó aquello que canta Joan Manuel Serrat: hay recuerdos que “se amoldan al viento” y “se tiñen de gloria”. Pero el archivo acudió a nuestro auxilio para que las voces de los que ya no están se sientan fuertes y claras.
Esta historia suele moverse al ritmo de un péndulo, que oscila entre la mitología urbana y la realidad empírica. Por eso es que tiene, como en las Crónicas del Ángel Gris de Alejandro Dolina, a sus Hombres Sensibles –encarnados en las y los devotos de Tomás Carlovich, que alimentan la versión de caños, doble caños y mantienen viva la llama de su figura legendaria–, y los Refutadores de Leyendas –que niegan o siembran de dudas ciertas proezas y narraciones extravagantes–.
El Trinche fue el eje que movió el engranaje y las piezas de este partido. Su nombre fue recogido y llevado como bandera, remera, tatuaje, estatua, libro, documental, canción, poema, pintura, mural, obra de teatro y hasta la denominación de una calle. Pero el miércoles 17 de abril de 1974 era apenas uno de los once titulares del Combinado de Rosario que asomaban por la boca del túnel del estadio de Newell’s para medirse ante la Selección Argentina.