Como hace regularmente cada más o menos un año, César Stroscio anduvo por Buenos Aires y dio un par de conciertos con el Trío Esquina.ar, como lo llama irónicamente, para diferenciarlo del .fr, que tiene en Francia, donde reside con algunas breves interrupciones desde los años ’70.
Bandoneonista que fuera del Cuarteto Cedrón desde sus orígenes, exalumno de Física en Ciencias Exactas de la UBA, comparte la pasión por la música tanto como por la poesía. Y por esas cosas del destino, en el efímero café-concert Gotán, compartió momentos claves para la cultura argentina con Juan Gelman, Paco Urondo, Eduardo Rovira y hasta aquel Astor Piazzolla que alarmaba a los puristas del tango. En esta charla en un rincón perdido del barrio porteño de Villa Pueyrredón, Stroscio cuenta sus proyectos del otro lado del Atlántico y recuerda algunas de sus andanzas.

César Stroscio
-¿Cuándo surge el Trío Esquina porteño? (que integra con el guitarrista Pino Enríquez y el contrabajista Ricardo Capria)
-Pino vino a París siguiendo a su actual mujer, que había viajado con los padres, científicos. Un día viene a traerme una carta de Pedro Gaeta, el pintor. Yo hacía poco había salido del Cuarteto Cedrón. Estaba con un guitarrista, Luis Rizzo, hermano de Raúl, el actor. Ensayábamos en casa y él dejaba la guitarra. Cuando Pino vio la guitarra me preguntó si yo tocaba. “Porque yo toco, ¿puedo?”, me dice, y tocó La cachila con un arreglo que había hecho él y yo me quería morir, porque hacía tiempo que estaba buscando un buen guitarrista.
-No es fácil el tango.
-No, y en guitarra sola menos, la guitarra es un instrumento muy ingrato. Pino que venía del folklore pero con todo lo que había sacado de Troilo-Grela, quería insertarse en el tango, tocó eso y le digo «tenemos que hacer un trío”. Yo estaba con Carlos Carlsen, otro que se fue del Cuarteto Cedrón. Le dije que mi proyecto era rescatar cosas de Rovira, sobre todo. Él me dijo que había venido a ver a la novia y tenía pasaje por seis meses. Le ofrecí quedarse en casa porque yo tenía que ir a trabajar a Aviñón.
Cuando volví me dijo, «Mirá, yo me voy a ir dentro de seis meses, pero hagamos igual el trío.» Tocamos dos veces y él se volvió. Son esos encuentros que se producen una vez en la vida. Yo le dije, «Mirá, andá, vos, hacé tus cosas pero si querés volver yo un año este aguanto.» Y él me dejó a un amigo de él, Norberto Pedreira, también excelente guitarrista, pero yo no tenía la misma onda. Igual hicimos unas giras sensacionales en Italia y al final Pino decidió instalarse en Francia con su mujer actual.
-¿Como es eso de un trío Esquina.fr y un uno.ar?
-Pino estuvo diez años y después este se vino de vuelta. Nació su hijo y quería que se criara acá y además no se adaptaban tanto. Entonces busqué un guitarrista. El contrabajista era un francés porque Carlos Carlsen se murió. Y bueno, con este guitarrista, Leonardo Sánchez, muy bueno, seguimos el trío. Cuando venía Pino yo había arreglado que tocaba con él. Es un excelente guitarrista, pero como te digo, esos encuentros que se hacen con Pino son increíbles, increíbles, la onda que hay. Nos entendemos con los ojos cerrados.
-Él toca sin partitura.
-¿Viste?, sin partitura. Se sabe muy bien lo que tiene que tocar. Lo puede llegar a cambiar, pero si lo cambia lo cambia bien. Cuando se fue Leonardo vino otro chico q argentino, Tomás Bordalejo. Mucho tiempo toqué con el contrabajista francés Hubert Tissier hasta que tuvo problemas de reuma.
-Decías que habías tenido un contrabajista armenio que era muy bueno, pero que el tango no lo conoce.
-Él puede llegar a tocar todo, pero no es como con Pino, cerrar los ojos y encontrarse. Es muy buen contrabajista, yo creo que es el número uno, el número dos de Francia, pero para lo que tocamos con Esquina necesitaba ensayar mucho. Entonces el trío Esquina.fr es muy es muy variable. En realidad, prácticamente, hace un año y medio que nos hemos tocado.
-¿Cómo se armó el cuarteto Cedrón?
-Yo empecé antes que fuera cuarteto, con el trío Cedrón. Era el año ’62, y yo grabé el primer disco con poesía de Gelman, Madrugada. Yo llevé a Miguel Praino, con quien ya tocaba en orquesta de tango. Yo tenía 18, 19 años.
-¿Cómo lo conocieron?
-Eso es increíble, porque yo estudiaba Ciencias Exactas. Primero Química, pero después me volqué más a la matemática, a la física.

-¿Cómo es eso?
-Mira, sobre todo los matemáticos, son fanáticos de la música. Cantan, le ponen música al teorema de Pitágoras, al teorema de Tales. Porque el sistema musical tiene mucho que ver con eso, está muy estructurado. Pero bueno, un compañero era primo de Juan Cedrón y me presentó. Por intermedio de él también conocí a Gelman, a él sobre todo a través de su hermano, Alberto Cedrón, que era un gran pintor. No sé si sigue siendo recordado, pero era excelentísimo. Así conocí a gente del ambiente, digamos, Gelman, Urondo. Y nosotros mismos a gente del teatro del teatro Apolo, donde estaba Héctor Alterio.
El caso es que nos embarcamos los tres, Praino, yo y Cedrón, y fundamos un boliche que se llamó Gotán, en la calle Talcahuano 360. Y para estrenar e invitamos a Rovira, que vino con el trío con Alchourrón y Fernando Romano. Tocábamos nosotros, invitábamos amigos, gente de música y no funcionó a pesar de que teníamos cantidades de músicos. Lo abrimos como café concert, que no había en esa época. Era el año 65, años duros, ¿viste? Luego vino Onganía y pasaba la cana a pedir los documentos, a pedirnos a nosotros que estábamos tocando. Nos llevaron a la comisaría. Lo que era la incertidumbre en esos años. Fue menos de un año, pero hizo época el Boliche Gotán.
-¿Gotán era por el libro de Gelman?
-Claro. Yo creo que en el ’62 ya estaba ese libro.
-Y quedó atrás la Física.
-Cuando encontré a Cedrón, ahí encontré esta óptica, porque a mí la óptica del tango en los años sesenta ya no me gustaba tanto. Me parecía que había algo que se había perdido. Había que cambiar al farolito por el tubo fluorescente, y bueno, me gustó mucho ese comienzo, sobre todo la poesía de Raúl González Tuñón. Le puso música a poemas que nadie se podía imaginar que se podía. Pero también se hicieron con letras de otros poetas, hasta de Dylan Thomas, del peruano César Vallejo.
-Luego se tuvieron que ir.
-Eso fue más tarde, en el ’76. Éramos amigos de gente que estaba remarcada. Además, hicimos la Cantata del Gallo Cantor, en homenaje a los caídos en Trelew. Fuimos a tocarla al penal pero no nos dejaron entrar. Estábamos todos fichados. Y cantidad de amigos nuestros pasaron del otro lado, cayeron en cana, amenazados. Desde el ’71 nosotros íbamos a España, donde era complicado porque todavía estaba Franco, y a Francia. Ahí estuvimos con gente del ambiente, Paco Ibáñez nos presentó con la casa de música Polidor. Ahí grabamos lo que había censurado Franco en España.
-¿Se sentían integrantes del ambiente parisino?
-¿Yo? Yo soy siempre el hombre gris. Pero a partir de ahí hacíamos idas y vueltas entre Buenos Aires y París. Después de 1976 decidimos adelantar una gira de un mes porque acá ya se ponía muy pesado. Nos quedamos pensando que iba a ser por poco tiempo. No pedimos exilio, no fuimos exiliados políticos, sino que fuimos como trabajadores
-Claro, sí que eran trabajadores, eran músicos. Pero después del ’83, ¿por qué no volviste definitivamente?

-En el ’83 vine a ver, pero ya tenía una hija escolarizada allá, y todos teníamos una vida ya hecha. Aparte me había separado de mi mujer y ella estaba en España, mi hija dando idas y vueltas y no era fácil la cosa. Y además ya tenés amistades.
-¿Cómo fue la separación del cuarteto?
-Los caminos se bifurcaban. Él fue a buscar otros músicos y el nombre quedó como de fantasía, porque de hecho fueron cinco, seis. Y buscaba más temática de folklore. Sentí que ya no era el autobús. Ya no me sentía más. Seguí tocando, incluso haciendo arreglos para, pero me tentaba menos. Esa historia para mí en un momento terminó y tenía ganas de desarrollar la parte instrumental más a fondo. Además, 25 años es mucho tiempo.
Pero para mí fue muy importante, yo me hice ahí. Yo ya tenía un apego grande por la poesía desde chico, por una tía mía que le gustaban leer poemas. Descubrir a Gelman, a Urondo, para mí fue extraordinario. Digamos que eso me metió en esa ruta, en ese camino de la poesía. Toda mi carrera con el cuarteto y después del cuarteto, hasta actualmente, hago con cosas que están muy cerca de la poesía. Musicalizado. Grabé con la griega Angélique Ionatos y sigo tocando con Paco Ibáñez, que musicalizan poesía.
–Estas preparando un espectáculo con poemas de Gelman para hacer en Francia.
-Sí, los va a decir un actor suizo, francoparlante,
Estoy ansioso por ver cómo funciona. Tomamos poesía de Gelman en francés. Yo seguí trabajando con el traductor de Gelman, Jean Portante, que también es poeta y con quien tengo que continuar ahora en enero. Es luxemburgués, pero de origen italiano y habla español. Muchas veces hicimos espectáculos con los poemas que están en el disco Ruiseñores de nuevo, traducidos al francés.
Música y matemática
-¿Cómo aprendiste a tocar el bandoneón?
-Cuando tenía ocho fui a un cumpleaños de vecinos de mi barrio, Saavedra. Ahí vi a un muchacho tocar el bandoneón y me dije yo quiero eso, quiero llegar a tocar eso.
-Ese bandoneonista te rompió la cabeza.
– No, le rompió la cabeza a mi a mi viejo, que tuvo que comprarme un bandoneón y se gastó un mes de salario.
-Bueno, te dio bola, podría haberte dicho que no.
-Primero fui a un profesor que me prestó uno un poquito más chico. Hasta que llegó el momento de comprar uno grande y mi viejo lo compró y yo qué sé, a los 14 años empecé a tocar con otros. El mismo maestro, que era uno de los bandoneonistas de Juan D’ Arienzo, cuando veía que alguno más o menos funcionaba bien, lo mandaba a orquestas tradicionales, que eran muy buenas en aquella época. Cuando yo estaba en la facultad, tocaba los sábados, los domingos en el Centro Asturiano para animar bailes y todo eso. Después estudié un poco de composición, y sobre todo armonía. Primero estudié con Guillermo Graetzer, en el Collegium Musicum, después tuve que viajar, abandoné con él y volví con otro también de allí, de esta camada de alemanes que vinieron a la Argentina. Después Rovira me aconsejó de ir con Pedro Aguilar. Yo me iba hasta Caseros, pero Rovira peor, se iba desde Lanús. Cuando me fui a Francia dejé y bueno, después comprando libros, consultando con otros amigos. Me hice autodidacta. También hay que escuchar.
-Y matemática.
– Esos libros son ya bastante matemáticos.
Gotán y el legado del bandoneón
«El boliche Gotán empezó con Rovira. Después vino otra gente: La Porteña Jazz Band, Rodolfo Alchourrón con su quinteto, Rudy Chernikoff. Se hizo teatro, con una obra corta de Roberto Cossa. La ñata contra el libro. Francisco Urondo también escribió un sketch corto, de una media hora. Se me escapan los nombres. Osvaldo Tarantino, Osvaldo Manzi. Vino unos meses después Piazzola, y tocaron en el mismo lugar Piazzolla y Rovira. Así que yo mamé de todo eso. Hay una especie de testimonio de eso en una película documental que hizo un cineasta argentino (Mauricio Berú, en 1966) que se llama Fuelle Querido, que hace un montaje de bandoneonistas. Están Pedro Láurenz, Pedro Maffia, y vienen a filmar a Gotan. Ahora hay una chica que yo tuve como alumna dos o tres años. Tal vez algún día venga por acá, se llama Louisse Jallu. Ella está hizo un disco en el centenario del nacimiento de Piazzolla con tema de Piazzolla. Es la única vez que yo escuché tocar a Piazzolla, pero no como Piazzolla. Una cosa diferente pero que seguía siendo seguía Piazzolla».