Esta tarde, cuando desde las 17 hora argentina se enfrenten por la final Costa de Marfil, la selección local, y Nigeria, en el Estadio Nacional de este país, en Abiyán, se pondrá fin a la trigésimo cuarta Copa Africana de Naciones. Esta historia comenzó casi un mes atrás, el 13 de enero, con un manto de sospechas acerca de si Costa de Marfil estaba efectivamente preparada para albergar el torneo más importante de selecciones a nivel continental. El propio Patrice Motsepe, presidente de la Confederación Africana de Fútbol (CAF), lo había admitido el 12 de octubre de 2023, a tres meses del inicio de la Copa Africana, cuando en medio del sorteo de la fase de grupos confesó: «No tenemos plan B. Costa de Marfil es nuestro plan A y nuestro plan B«.
Sucedía por aquel entonces que Costa de Marfil, probablemente el país con mejor infraestructura de África Occidental, estaba aun así lejos de garantizar las condiciones necesarias para albergar el torneo. La construcción de varios de los estadios, a contrarreloj con inversiones y mano de obra china, estaba paralizada. El propio Alassana Ouattara, actual presidente marfileño, se quejó públicamente de la construcción del Estadio Nacional de Costa de Marfil, que lleva su nombre desde su inauguración, meses antes del inicio de la copa, cuando el amistoso entre los locales y Malí fue suspendido por la inundación del campo de juego. Pero los marfileños tenían una carta guardada para garantizar la copa. Y esa carta se llama Akwaba. No bien uno llega al Aeropuerto Internacional Félix Houphouët Boigny de Abiyán saltan a la vista dos cosas: la primera son los efectos del harmattan, el viento procedente del desierto del Sahara que cubre absolutamente todo el cielo de una capa de polvo que nos acompañará a lo largo de toda la Copa Africana; la otra, el famoso Akwaba. Su definición, en un principio, resulta un tanto incierta para el visitante. La primera impresión es que se trata de la canción oficial y homónima del torneo, que sonará permanentemente en cuanto lugar se reproduzca música. O la mascota de la copa, un elefante que responde también al nombre Akwaba.
Tan sólo unos días después, y apenas prestando la atención indispensable, se entiende de qué va esto del Akwaba. La traducción más literal sería «hospitalidad». Pero en estas tierras es mucho más que eso. Es la manera en la que a uno lo reciben los inmigrantes del mercado de Korhogo, el jefe de la aldea Zambakro, los burkineses de una playa de Grand-Bassam o la senegalesa dueña de un bar de jazz en Abiyán. Básicamente, el Akwaba es una cuestión nacional y, por qué no, regional. El visitante tardará en entender esa hospitalidad por la que perfectos desconocidos siempre le hacen lugar a uno en su mesa, compartiéndole lo que estén comiendo o bebiendo a la voz de Akwaba. Puede parecer tan sospechosa como nos parece siempre lo nuevo en un primer momento. Pero es tan genuina que se constituyó en una marca nacional. Y, sin lugar a dudas, la mejor carta marfileña para albergar la copa.
Costa de Marfil y Nigeria, los finalistas, llegan con un recorrido sumamente desparejo. El inicio de ese recorrido diferenciado puede fecharse menos de un mes atrás, cuando ambas selecciones se enfrentaron por la segunda fecha de grupos de la Copa Africana, con un triunfo nigeriano por 1 a 0. A partir de allí, el andar nigeriano fue impecable. Encadenó una serie de triunfos contra Guinea-Bissau, Camerún, Angola y Sudáfrica que lo llevaron a la final. Y eso que Victor Osimhen, su principal estrella y actual campeón italiano con el Napoli, aún no brilló como muchos esperan. En su lugar, surgieron otros jugadores que se pusieron el equipo al hombro, como Ademola Lookman, del Atalanta italiano, el extremo izquierdo que dejó un surco con sus subidas explotando su velocidad para transformarse en el goleador de su selección con tres tantos en la copa.
El camino de Costa de Marfil fue mucho más engorroso. Después de la derrota contra Nigeria cayeron goleados por 4 a 0 contra Guinea Ecuatorial, lo que costó el despido en pleno torneo al técnico Jean-Louis Gasset, y quedaron dependiendo de un milagro para clasificarse a octavos de final. El milagro sucedió, cuando Marruecos eliminó a Zambia y permitió a los locales colarse como uno de los mejores terceros. En octavos de final y con un técnico interino (Emerse Faé) eliminaron por penales al gran candidato y vigente campeón, Senegal. Cuartos de final depararía aún más sufrimiento para los marfileños, al darle vuelta con un jugador menos el partido a Malí, empatándolo al minuto 90 y poniendo el 2 a 1 definitivo al 120 del suplementario. Recién en la semifinal contra la República Democrática del Congo –primer partido como titular de Sébastien Haller, figura del Borussia Dortmund quien se había perdido el principio de la copa por una lesión– pudo ganar por un escaso 1 a 0 en los noventa minutos. Costa de Marfil no brilla por su juego. Pero nadie puede reprocharles falta de iniciativa y tenacidad, las dos herramientas con las que reconquistaron al público luego de que fuesen esos mismos fanáticos los que los despidieron con insultos y arrojándoles cuanto tuvieran a mano tras la paliza sufrida con Guinea Ecuatorial apenas dos semanas atrás.
Nigeria y Costa de Marfil, próximos rivales en amistosos de la Argentina en marzo en China, llegan a la final de esta Copa Africana con libretos diferenciados. Nigeria pretende no hacer olas, que todo siga como hasta ahora, y consagrarse campeón con el perfil bajo pero sólido. Los locales van por una de las hazañas más épicas de la historia de este torneo, que incluye quedarse sin técnico a mitad de camino, eliminar al campeón, ganar por penales o en el minuto 120, jugar sin su principal estrella y reconquistar el amor de las masas.
Mientras tanto, la gente sigue inundando las calles de Abiyán enfundada en sus camisetas naranjas. Aún no se sabe qué selección levantará el trofeo. Pero hay algo seguro: el gran protagonista de esta copa fue el Akwaba marfileño.