Helicópteros militares que sobrevuelan los barrios, marines que patrullan las calles, el humo que todavía se siente en el aire, el fuego que abrasa los autos, y el toque de queda. En ese Los Ángeles que arde por las protestas contra el gobierno de Donald Trump por la persecución a inmigrantes, el París Saint Germain y el Atlético de Madrid jugarán este domingo por el Mundial de Clubes, el nuevo producto lanzado por la FIFA de Gianni Infantino, el gran amigo de Trump. Se espera un calor de 30 grados cuando los equipos salgan al campo de juego del Rose Bowl.
Las protestas “No Kings”, sin reyes, se extendieron por otras ciudades más allá de Los Ángeles. Ayer, con la celebración del 250º aniversario del Ejército de EE UU y su cumpleaños 79, Trump decidió sacar a la calles al ICE, el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas, no sólo por quienes hoy viven en el país, también por los hinchas que llegan para seguir a sus equipos en el Mundial, un despliegue inédito para un evento de esta dimensión. “Queremos que vean el partido, pero cuando se acabe, tendrán que irse a casa”, amenazó el vicepresidente JD Vance.
Un colega que acaba de aterrizar en Miami para cubrir el torneo me habló de la doble vara, a la que tanto se apeló por estas horas, pero en relación a la mirada que se tiene del fútbol en su contexto social. “¿Te imaginás -me dijo- si esto hubiera pasado en Qatar o Rusia? Y esto es mucho más grave”. Hubo hasta preguntas acerca de si un Mundial debía jugarse en Qatar ante la situación de los derechos humanos. Poco se cuestiona a esta sede que organiza un Mundial entre redadas y detenciones de inmigrantes.
El inicio del torneo de 32 equipos de 20 países, once ciudades y futbolistas de 81 nacionalidades -lo que llevó a Infantino a llamarlo como el certamen más inclusivo de la historia- trajo preocupación entre los organizadores por la baja demanda de entradas. Para el partido inaugural de ayer entre Inter Miami y Al Alhy de Egipto, los estudiantes universitarios de Miami recibieron promociones de entradas a 20 dólares. Con la compra, estaba la opción de conseguir otros cuatro tickets de cortesía. Cuatro dólares por persona para ver a Lionel Messi en el Hard Rock Stadium. Las entradas para ese partido comenzaron vendiéndose a 300 dólares. En las horas previas se ofrecían en la plataforma oficial sólo a 67 dólares.
Es cierto que Boca, que este lunes debutará ante el Benfica en Miami, agotó sus entradas tanto para ese partido como para el que jugará contra el Bayern Munich en esa ciudad, y que lo mismo ocurrió con el Real Madrid, pero hay partidos en los que se teme un público escaso. No se trata de los valores de las entradas, tampoco exclusivamente de la falta de entusiasmo por el fútbol entre los estadounidense. También la política de persecución a los inmigrantes atenta contra el Mundial. En ese ambiente hostil del gobierno de Trump y con el despliegue de la ICE en los estadios, ¿cuántos están dispuestos a exponerse para ir a ver un partido? ¿O no es acaso la comunidad latina la más seguidora del fútbol?
“Es perfectamente razonable tener miedo. Históricamente no hemos visto acciones de control de la inmigración a gran escala en eventos deportivos como éste”, le dijo a la agencia Reuters el director gerente del grupo estadounidense American Immigration Council, Jorge Loweree. Esas dudas son las que recorren los tres partidos que jugarán los Rayados de Monterrey en el Rose Bowl de Pasadena, Los Ángeles, uno de ellos contra River, el próximo sábado. Pero, a la vez, también se observa con atención el choque del lunes en Atlanta entre el Chelsea y el Los Ángeles FC, un equipo con muchos seguidores entre la comunidad de inmigrantes, que en el último partido frente al Sporting Kansas City desplegaron una bandera en protesta contra Trump: “Abolir el ICE”.
El Mundial de Clubes que acaba de empezar es la gran apuesta de la FIFA, ya entregada a Estados Unidos una década después de que se desatara el caso de corrupción que la hizo implosionar. El FIFAGate terminó por llevar a Infantino a la presidencia del organismo. Pasó de ser un burócrata del fútbol a ser un poderoso showman que se mueve con su jet privado qatarí entre jeques árabes y Trump.
El experimento de Infantino sobrecarga de partidos a jugadores sin descanso, como lo viene advirtiendo en distintos informes FIFPro, el sindicato internacional de los futbolistas. Pero también tiene un gran atractivo por los equipos que se cruzarán durante estos días, por ver competir a clubes con distintos presupuestos. “Un Mundial de Clubes podría haber tenido sentido hace medio siglo, pero ahora la brecha entre ricos y pobres es tan grande que los desequilibrios son inevitables”, escribió el inglés Jonathan Wilson. Luis Enrique, el autor del PSG campeón de la Champions, lo dijo de otro modo al hablar del favoritismo de los equipos europeos: “Tenemos a los mejores de Europa y también a los mejores de Sudamérica”. Pero el fútbol, el juego, es igualador. Habrá que verlo durante este mes en el que el deporte rey se juegue en el país sin reyes.