“Te persigue la policía en Navidad / Es la fiesta que te prometí”. No son declaraciones del presidente Milei sobre el nuevo protocolo antiprotesta. Son versos de “Navidad en los Santos”, un tema de los platenses Él Mató a un Policía Motorizado. La canción es de 2005, pero parece que viene del futuro. Dicen, será horrible. El poema termina con una frase que pinta el presente: “Miro el cielo agazapado en la oscuridad”.

En esta Navidad dickensiana, repleta de miseria, avaricia y egoísmo anarcocapitalista, les traigo un cuento de Navidad anticapitalista. Basado en hechos reales.

Dinamarca, 1974. Trabajadores empobrecidos, jubilados empobrecidos, niños empobrecidos. Todo el mundo anda empobrecido por la crisis económica que castiga al país nórdico. El desempleo y la pobreza baten récords. “No hay plata”, dice el gobierno. En medio de la escasez y la desesperanza llega diciembre. Como en Hamlet, ronda por Dinamarca un fantasma, el de la triste Navidad.

No todo está perdido. Hay una reunión secreta en Christiania, barriada popular de Copenhague. En la sede de la compañía de teatro experimental Solvognen, decenas de actores cranean una protesta contra las políticas de hambre que ahogan a los daneses.

“Cierren los ojos por un momento. ¿Se lo imaginan? ¿Un Ejército de Santa Claus marchando por la capital? Entramos en las grandes tiendas. Vamos a escuelas, hospitales, residencias de ancianos. Repartimos regalos a todos… ¿acaso no es eso la Navidad?”, agita a sus compañeros Derik Von Dash, uno de los fundadores de la compañía teatral ácrata creada en 1969. Todes a favor.

Manos a la obra, es tiempo de recordarle al pueblo danés el auténtico sentido solidario de la Nochebuena, frente a la esclavitud del húmedo dinero y el capitalismo a secas. Antes de despedirse, Von Dash es clarito: “Ni una palabra de esto a nadie. Ni a familiares, ni a nuestros amigos. Mucho menos, a la policía”.

La performance del Ejército de Santa Claus tuvo varias etapas. La primera comenzó en el mediodía del 18 de diciembre de 1974, cuando un batallón de más de 100 papanoeles desfiló por el centro de Copenhague. El plan original del pelotón era tomar la ciudad camuflado dentro en un enorme “Ganso de Troya”. El palmípedo de nueve metros de altura, forjado en papel maché, era un homenaje al patito feo del paisano Hans Christian Andersen. Dificultades operativas hicieron abortar la estrategia. Entonces, los barbudos actores, cantando villancicos, arrastraron el ganso hasta la plaza central de la ciudad. Esa tarde, dieron serenatas en hospitales y asilos de ancianos. Hasta visitaron la sede de la policía local, donde le entregaron un trofeo al comisario. Fin del primer acto.

“Al comienzo, las estrafalarias actividades del Ejército de Santa Claus no alarmaron a las autoridades, pareciendo una suerte de brote psicótico de delirio navideño, tan extraño como inofensivo, pero después de los primeros días dejaron de parecerles simpáticas e inocuas, cuando llegó el momento de actuar en serio y los bien entrenados comandos, con sus disfraces reglamentarios blancos y rojos, sus gorros y sus barbas, procedieron a acometer acciones más drásticas”, recuerda la escritora Montserrat Álvarez en un fascinante artículo publicado en el diario ABC Color paraguayo.

La segunda etapa de la ofensiva fue más tórrida. Un grupo repartió en una escuela El libro de Historia, un manual que ilustraba a todo color las maldades del capitalismo y el colonialismo. Cuentan que los pibitos quedaron fascinados. Pero el entusiasmo fue corto: el director de la escuela rajó a los Santa con la ayuda de la policía.

Otro comando hizo una visita sorpresa a un banco. Los papanoeles pidieron un préstamo sin intereses de 50 millones de coronas danesas para construir viviendas destinadas a los sintecho. Fueron arrestados. En simultáneo, la guerrilla de Papá Noel ingresó a una desolada fábrica de la General Motors, recientemente vaciada por los patrones. Colgaron carteles que pedían por la reapertura. Un gerente llamó a la policía: invasión de propiedad privada. Todos presos.

En el centro de Copenhague, un Papá Noel solitario, megáfono en mano, pronunció un discurso desde una grúa: “¿Por qué hay tanto desempleo? ¿Por qué los bancos están tan llenos de dinero mientras los pobres siguen sin un centavo? ¿Por qué nuestras fábricas están vacías? ¡Debemos abrir las fábricas y devolverle el empleo a la gente! Cientos de personas aplaudían al regordete que, envalentonado, siguió con su arenga de barricada: “Mientras las tiendas y los bancos ganan millones, la Navidad se está convirtiendo en un ritual burgués. ¿Y quién es la trágica víctima de todo esto? ¡Es Papá Noel! Queremos rescatarlo de las garras del capitalismo”. Más aplausos, más verdades: “Debemos quitarles a los ricos y darles a los pobres. Sólo así podremos dar felicidad al pueblo”. Al bajar al llano, fue detenido.

La última batalla del Ejército de Santa Claus tuvo lugar en las famosas tiendas Magasin, un shopping de la capital. Los papanoeles entraron, tomaron juguetes, libros y otras mercancías de los estantes y empezaron a regalarlos al gentío que caminaba por los pasillos. A los cuatro vientos, saludaban: “¡Feliz Navidad! ¡Hoy nadie tiene que pagar!”

Los botones de seguridad rompieron la magia. Arrancaban por la fuerza los regalos de las manos de la gente. Los policías no tardaron en llegar. Todos los niños presentes rompieron en llanto al ver cómo los Santa Claus eran violentamente arrestados por los cosacos.

Ni noche de paz, ni noche de amor. Fotos de policías maltratando papanoeles ilustraron las portadas de los diarios daneses en la previa de Navidad. Esa semana hubo polémicas en los noticieros, debates parlamentarios sobre los límites de las protestas y un tsunami de cartas de lectores de los periódicos que pedían por la libertad de los detenidos. Cuando fueron liberados, los miembros del Ejército de Santa Claus dijeron que no habían hecho nada malo. Devolverles a los trabajadores los juguetes y obsequios que habían fabricado con sus manos. Un poco de justicia social. El mejor regalo de Navidad.