“Querido John:

He oído que le preguntabas a tu papá cómo era yo y  dónde vivía. Me he dibujado para ti junto con mi casa. Cuida el dibujo. Estoy a punto de salir para Oxford con mi saco de juguetes –algunos para ti. Espero llegar a tiempo; esta noche la niebla es muy importante en el Polo Norte.

Tu afectuoso P. Noel”

Ésta fue la primera carta que Tolkien, más precisamente  J.R.R (John Ronald Reuel) Tolkien le escribió a su pequeño hijo John cuando tenía apenas 3 años. Fue también el comienzo de una serie de otras cartas que escribió cada Navidad por más de dos décadas.

El escritor tuvo cuatro hijos, John Francis Reuel (1917), Michael  Hilary Reuel (1920), Christopher John Reuel (1924) y Priscilla Anne Reuel (1929). Si se tiene en cuenta que la primera carta de Tolkien es de 1920 y la última la escribió cuando Priscilla ya había cumplido 14 (en 1943), es fácil deducir que estas cartas se extendieron durante 23 navidades, es decir, durante 23 años.

Pero la fantasía de Tolkien iba más allá de la escritura. Además, las hacía llegar de la forma más verosímil. Muchas de ella aparecían salpicadas de nieve y con estampillas del Polo Norte que también dibujaba él. Al igual que Donald Evans, el hombre que pintaba planchas enteras de sellos postales dándoles vida de este modo  a países que sólo existían en su imaginación, también el escritor convertía un universo fantástico en el Polo Norte a través de las estampillas de fantasía

Las cartas aparecían de repente en la casa sin explicación alguna. Otras, las traía el cartero al que, seguramente, Tolkien había instruido en el arte epistolar de encender la fantasía de sus hijos.

Lo cierto es que, durante 23 años, ni una sola Navidad dejó de llegar a la familia Tolkien una carta nevada que al abrirla exhalaba  un aliento helado propio de la región más fría del planeta por la que Papá Noel se deslizaba en su trineo tirado por renos.

Tolkien y las historias de sus cartas

Papá Noel no vivía sólo, sino con  animales que tiraban el trineo,  el Oso del Polo Norte, el muñeco de nieve que era su jardinero y algunos otros pocos habitantes de la zona gélida.

El reparto de juguetes de cada Navidad estaba siempre precedido por historias graciosas que Tolkien se encargaba de contar a sus hijos.

El Oso del Polo Norte era el ayudante de Papá Noel en la nada fácil tarea de repartir regalos a todos los niños del mundo. Pero, más tarde, debido a la gran demanda de juguetes que llegaba a través de cuantiosas cartas, Papá Noel se vio obligado a tomar un secretario que era un elfo (seguramente también los elfos son seres de zona fría) llamado Ilbererth que asumía también tareas de escritura cuando su jefe, el gordito vestido de rojo, estaba demasiado ocupado.

La Navidad en la casa de los Tolkien era una ceremonia  que excedía el armado del arbolito, la alegría de los regalos y la cena familiar. El escritor cuidaba cada detalle. Sus hijos escribían sus propias cartas con los pedidos, las colocaban sobre la chimenea  y, en algún momento, sin que supieran cómo, éstas desaparecían misteriosamente para ponerse en viaje hacia el Polo Norte.

Según parece, como ayudante el Oso dejaba bastante que desear. Siempre promovía situaciones catastróficas que en lugar de ayudar, complicaban más de lo necesario a Papá Noel.

En una carta de 1926  Tolkien les escribía a los hijos en nombre de Papá Noel: “Estoy más tembloroso que de costumbre este año. ¡Por culpa del Oso del Polo Norte! Fue el estruendo mayor del mundo, y el fuego de artificio más monstruoso  que haya habido alguna vez. Puso al Polo Norte todo NEGRO y sacó a las estrellas de quicio, rompió la luna en cuatro, y el Hombre de la luna cayó en mi jardín de atrás. Se comió una buena parte de mis chocolates de Navidad antes de decir que se sentía mejor, y trepó de vuelta a arreglar el estropicio y a poner en orden las estrellas”. 

En esa misma ocasión los renos huyeron haciendo saltar por el aire  todos los regalos ya preparados sobre el trineo para su distribución. Otras veces, el Oso del Polo Norte dormía más de lo debido y no llegaba a tiempo para ayudar a Papá Noel en su difícil trabajo de cada mes de diciembre.  Luego de que apagó las estrellas, sintiéndose culpable, llevó a su prima, la Osa Mayor, para que iluminara a su jefe y de este modo pudiera empaquetar los regalos. Pero su luz resultó insuficiente y Papá Noel se vio obligado a alquilar un cometa.

Como se ve, no hay un solo lugar del mundo en que no haya problemas. Afortunadamente, estos contratiempos sólo existían en el reverso de la realidad, en la frondosa Imaginación de Tolkien y tenían el maravilloso cometido de hacer reír a sus hijos.

El Papá Noel de Tolkien tenía mala letra

El escritor que edificó universos fantásticos tuvo el mismo cuidado que en sus libros más famosos al escribir las cartas de Papá Noel.

En la carta de la Navidad de 1926, tal como se transcribe más arriba, el gordito de rojo comenzaba diciendo que ese año estaba más tembloroso que nunca debido a los actos vandálicos cometidos por el Oso del Polo Norte.

A pesar de estar acostumbrado a vivir en allí desde que tenemos noticias de él, lo cierto es que sentía los rigores del clima frío y vivía temblando. Quizá por eso siempre eligió entrar por las chimeneas y también por eso le gusta viajar a lejanas latitudes en las que el clima es cálido y acogedor.

Lo cierto es que el clima del Polo Norte, según Tolkien, lo hacía vivir temblando. Es por eso que su caligrafía la caligrafía de sus cartas era temblorosa. ¿Cómo pretenden que un hombre viejo viva en el Polo Norte sin temblar y sin que el frío que le cala los huesos no se refleje en su caligrafía?

Como se ve, Tolkien pensaba en todos los detalles y por más de dos décadas vivió escribiendo con una letra propia de alguien que siente frío.  Era tan inhóspito el clima, que hasta el Oso del Polo norte se resfriaba a veces y debía poner las patas en un recipiente con agua caliente y mostaza para dejar de tener escalofríos.  

El elfo ayudante solía escribir en nombre de Papá Noel cuando el viejo se encontraba demasiado atareado. Trataba de imitar su letra sin los temblores que le eran propios, pero le daba demasiado trabajo y terminaba escribiendo en élfico, una lengua que, por supuesto, no era comprendida porque hasta su alfabeto era distinto.

Precursor del Códex Seraphinianus, una maravillosa  enciclopedia realizada por Luigi Serafini y publicada por primera vez en 1981que muestra un mundo distinto del nuestro cuya escritura es verosímil pero inentendible porque es inventada, Tolkien también escribía a mano en lengua élfica con una hermosa caligrafía que, sin embargo, no podía leerse. Este tipo de escritura se llama asémica (sin sentido) y trata de reproducir de qué modo la ve un niño antes de poder comprender lo que dicen las palabras de un sintagma.  

La inventiva del autor de El señor de los anillos no tenía límites. Como Donald Evans, además de dibujar sus propios sellos postales, también creó los sobres de sus cartas,  el matasellos de correo y hasta la caligrafía de Papá Noel y del elfo.

Tolkien se dedicó a construir mundos maravillosos no sólo para los millones de lectores que cosechó en todo el mundo, sino también para sus hijos. En esta Navidad, que seguramente será una de las más tristes de la Argentina, sería bueno conservar un resto de fe infantil que nos permitiera tener la esperanza de que un señor muy viejo nos escribirá desde el Polo Norte y nos colmará de regalos.