El fútbol argentino volvió a su fase uno, a la cuarentena de marzo de 2020, cuando los jugadores entrenaban por Zoom o hacían desafíos con el papel higiénico. Le queda abierta la puerta sudamericana, una Conmebol inmunizada a cualquier situación –o decisión de gobierno– que se le interponga en el camino. Lo que quiera jugar, lo hará jugar. Con el fútbol argentino, por lo que restaba de la Copa de Liga, dos partidos de semifinales y la final, la decisión parece simbólica. Pero se frenan, además, todas las actividades, el torneo femenino y el Ascenso. Puede tomarse como un mensaje del fútbol, gran rayo simbólico, a una sociedad que afronta otra vez restricciones duras, una manera de poner en relieve que nada de lo que nos pasa es normal. 

Ya comprobamos el año pasado que se puede vivir sin fútbol –incluso sin ninguna competición deportiva– pero sentimos al mismo tiempo, en toda su dimensión, cuánto lo necesitamos. Ahí se abren las contradicciones. Es cierto que el fútbol es un espectáculo popular que podría actuar en estos días como entretenimiento televisivo para el encierro, además de cómo forma de la descarga de emociones. Pero un partido de fútbol no puede verse como una serie en Netflix. No es ficción. Los que están ahí son sujetos reales, de carne y hueso, y lo que hacen en la cancha nos modifica el estado de ánimo para los días siguientes.

Pasó con Enzo Pérez esta semana. Será inolvidable para los hinchas de River haber ganado un partido que se jugó durante 90 minutos con un futbolista de campo en el arco, dos debutantes, sin la posibilidad de hacer cambios porque no tenía suplentes y después de días traumáticos por el brote de contagios en el club. El nivel bajísimo de Independiente Santa Fe no desmerece lo que hizo River, haber ido a buscar el partido de entrada a pesar de su contexto desfavorable. No será un título, pero es otro hito en los años de Marcelo Gallardo. Y el fútbol no es ficción pero tiene noches así como la de Enzo Pérez.

Si River jugó en esas circunstancias no fue por lesiones, por algo ajeno a lo que vivimos los demás. Los 22 contagios en su plantel –el viernes se sumaron José Paradela y Fabrizio Angileri, dos que habían jugado con Santa Fe– son parte de las estadísticas que nos aterran cada día, las de un virus que ya mató en el país a más de 72 mil personas. Y no fueron los únicos, fueron los que se contaron como noticia: hubo otros contagiados en el club, desde cocineros a empleados de seguridad. El drama de River era el drama del país.

Hasta el contexto de lo emocionante es parte de eso. Porque por fuera de ser de River, quienes se conmovieron con Enzo Pérez tuvieron esa clase de explosión que se tiene por estos días, las lágrimas fáciles que entregan estos tiempos de angustia. Pero aun en lo necesario que pueden resultar esas descargas emocionales, el fútbol es más potente como mensaje. Ya no queda nada de aquellos partidos de Bundesliga en los que los goles se celebraban a distancia porque la recomendación para toda la sociedad era no abrazarse. Ahora ya hay abrazos, besos, barbijos en la pera y hasta escupidas.  

Mientras tanto, la Conmebol programa su semana de copas, las eliminatorias que se vienen y la Copa América. Sus partidos se juegan a todo o nada, haya pandemia o represión, como ocurrió en Colombia. La Copa América, de todos modos, ya no se jugará en ese país. Queda, por ahora, la Argentina y hay distintas alternativas que se evalúan: desde que se haga acá completa, que se sume un país co-organizador o que se lleve directamente a otros dos países donde, incluso, pueda haber público. Hace una semana, Alberto Fernández le dijo a Iván Schargrodsky que sería “una Copa América para la televisión”. La frase tiene la connotación más elemental: será para que el público vea partidos desde la casa, nada más. Pero hay un detalle: no dijo “por”, dijo “para”. Y eso es lo que expone los intereses que tiene Conmebol para que se juegue, los dineros de la TV. Es lo que importa, el fútbol para la televisión.

En diciembre de 2001, en un artículo para el diario Olé, Ezequiel Fernández Moores publicó una imagen de unos pibes afganos detrás de una pelota en las calles de una Kabul bombardeada por Estados Unidos: “La foto, conmovedora, confirma que se puede jugar al fútbol bajo cualquier circunstancia”. Eran días en los que la Argentina vivía su propio estallido, con una represión que terminó con 40 muertos, cinco presidentes en una semana, y la final de un torneo suspendida. Racing iba a ser campeón. “Durante años, el deporte de elite, egocéntrico y consciente de su poder, se sintió el centro del universo. Por encima de todo y de todos”, escribió Fernández Moores. “El fútbol –siguió– tendrá mañana una excelente ocasión para reivindicarse como espectáculo popular, resultados al margen y sin dejar de advertir que, para muchos, tal vez sea una jornada inolvidable”. El artículo se tituló “Juego, luego existo”. Ese cartesianismo futbolero quizá haya que aplicarlo ahora a rajatabla. Aplicar la razón. El fútbol tiene siempre la chance de reivindicarse como espectáculo popular. Siempre queremos que se juegue. Pero la cuestión, y quizá sea esta la ocasión, es que no sea a cualquier precio.