En el norte de la provincia del Chaco, el cultivo de algodón atraviesa una etapa crítica marcada por el retroceso de la pequeña y mediana producción, debido a la falta de políticas públicas de acompañamiento, la eliminación de herramientas clave como el Fondo Algodonero y un creciente proceso de concentración de tierras. La caída de este sector no solo impacta en los niveles de producción, sino que también afecta a numerosas actividades vinculadas a la economía rural.

En localidades como General San Martín, la falta de perspectivas genera un fuerte retraimiento entre los productores familiares, que hoy dudan si volver a sembrar. En diálogo con Tiempo Rural, Omar Farana, referente de Bases Federadas (BF) en la zona de General San Martín, señaló que “el pequeño y mediano productor está muy reacio a participar, y eso hace que el Estado haga la plancha, ya que les da lo mismo lo que ocurra con el pequeño productor”. Aunque se espera que el área total de siembra se mantenga, lo que modifica esta estructura organizativa es un avance de grandes empresas concentrando la tierra en pocas manos.

“Los pequeños productores están en vía de extinción” denunció Farana quien detalló que la desaparición de este actor productivo implica el colapso de una red social y económica, ya que los pequeños productores dan trabajo a cosechadores, transportistas, contratistas con maquinaria chica, operarios de desmotadoras. “Ese pequeño productor le da vida al camionero que hace el arrime, a la desmotadora, a las máquinas chiquitas que seguramente también van a quedar afuera del circuito”, enumeró Farana.

Un factor clave en esta debacle fue la eliminación del Fondo Algodonero. Hasta el año 2019, ese fondo que contaba con participación nacional y provincial, permitía asistir a unos 700 productores del Chaco con superficies de entre 10 y 100 hectáreas. “Teníamos un semillero propio donde sembrábamos 500 hectáreas en Córdoba y 500 en Chaco. Eso nos permitía entregar bolsas de primera multiplicación”, explicó Farana. Esa semilla fiscalizada garantizaba una siembra uniforme y le daba al productor familiar la posibilidad de competir con quienes siembran miles de hectáreas con recursos propios. Pero, según relató, ese programa “prácticamente dejó de existir en 2021”.

La desaparición del fondo no es la única señal de retroceso. En provincias como Santiago del Estero o Santa Fe ya casi no existen productores de 50 o 100 hectáreas. “Son todos productores grandes, empresas inclusive, que siembran 5 o 10 mil hectáreas”, describió. La concentración avanza y el modelo de producción familiar, diversificada, con arraigo y trabajo local, se repliega.

También desaparecieron casi todas las cooperativas algodoneras en el Chaco. Para Farana, esto responde a la falta de control del Estado sobre los sistemas gerenciales. “Las cooperativas en la provincia se funden, no las funden los productores, las funden el sistema gerencial y la no participación del Estado en el ámbito de control”, denunció.

Mientras tanto, los consorcios rurales no pueden planificar por falta de fondos, y en un año y medio el gobierno provincial cambió tres ministros de la Producción. Para Farana, eso “habla a las claras de la improvisación que existe para el sector en una provincia netamente agropecuaria”. A nivel nacional, el panorama no es mejor: apertura indiscriminada de importaciones y nula protección al productor local. “Se está importando tomate, cebolla, manzana, cerdos y otros alimentos”, enumeró.

La falta de representación política también agrava el problema. “Mientras los pequeños productores enfrentan contingencias y adversidades que ponen en jaque su subsistencia, los diputados nacionales por el Chaco no buscan poner freno a tantas hostilidades. En forma particular, desconozco proyecto alguno que hayan presentado en defensa del Fondo Algodonero”, afirmó.

El algodón chaqueño está dejando de ser territorio de chacras mixtas y manos familiares. La combinación de abandono institucional, falta de planificación y concentración económica está sellando un destino que no solo afecta a los productores, sino a toda una cadena de trabajo rural que depende de ellos. La desaparición de este actor económico no es solo un problema del campo: es una herida abierta en el tejido social del interior argentino.

Finalmente, Farana se refirió a un contexto nacional que, en su opinión, no favorece la producción local debido a que “se está importando tomate, cebolla, manzana, cerdos y otros alimentos”. Advirtió que esta apertura indiscriminada de importaciones pone en riesgo la sustentabilidad del modelo de producción familiar y diversificada.