Mientras desde el Partido Republicano trabajan para horadar la candidatura reeleccionista de Joe Biden, incluso mofándose de supuestas crisis en la salud mental del presidente, un número creciente de legisladores del propio Partido Demócrata gobernante relanzó una ofensiva para lograr la destitución o la renuncia de uno de los punteros de la Casa Blanca en la Cámara de Senadores. Se trata del cubano-norteamericano Bob Menéndez, el mayor sirviente del establishment contra Cuba, Venezuela y Nicaragua. Por ahora, los legisladores críticos lograron que Menéndez renunciara a la titularidad del estratégico Comité de Relaciones Exteriores del Senado, cargo desde el cual se habría convertido en “agente extranjero” incurso en el delito de traición a la patria. Pero a la banca, ni hablar.

La caída en desgracia de Menéndez –aunque Biden siga respaldándolo– no sólo debilita las ambiciones reeleccionistas del presidente justo en el inicio de las campañas del año electoral, sino que abre un frente de debate en Nueva Jersey, el estado del senador, donde el 20% de la población tiene raíces latinas y es histórica votante Demócrata. Por otro lado, por el sólo hecho de que su figura aparezca cuestionada, tanto por estar acusado de traición a la patria como por quedar imputado por repetidos actos de corrupción –su otro caballito de batalla contra todos quienes no piensan como él–, Menéndez pierde toda credibilidad ante sus pares.

En setiembre del año pasado un reducido grupo de senadores demócratas había denunciado sus prácticas corruptas. El 2 de enero de este año los firmantes de los manifiestos contra Menéndez ya se acercaban a los 40 y precisaban detalles sobre su accionar a favor de Egipto, un nuevo cargo. En este caso la función de lobista al servicio de un país extranjero cobraba nueva dimensión, porque ya no sólo se trataba de repetidos actos de corrupción que iban más allá del cobro de coimas y la recepción de regalos. Valiéndose de su trabajo al frente del Comité de Relaciones Exteriores movió los hilos para favorecer la entrega de material militar especial al país aliado del noreste de África.

Si bien siempre tapó sus aristas más oscuras vociferando contra los países que enfrentan la política exterior norteamericana –es el autor de la Nica Act, una legislación que tiene como objetivo impedir el acceso de Nicaragua al crédito internacional–, no pudo ocultar su trabajo a favor de empresarios de Nueva Jersey a los que acercó multimillonarias inversiones árabes para proyectos inmobiliarios. Ni su relación privilegiada con Egipto, Emiratos Árabes y la Qatar International Trading and Investment Co., ni su intimidad con el gobierno golpista que en 2009 derrocó a Mel Zelaya –entonces presidente democrático de Dominicana–, del que obtuvo para sus amigos un grueso contrato para supuestamente brindar seguridad en el puerto de Santo Domingo. 

Miradas con la óptica de cualquier mortal, las coimas recibidas por Menéndez y su esposa, Nadine Arslanian, son interesantes. Pero menores para sus pares:  lo catalogan como un “coimero barato”. En un registro a su vivienda se le incautaron u$s 480 mil cash, “gran parte metida en sobres de papel u oculta entre la ropa, armarios y una caja fuerte. También se hallaron unos u$s 100 mil en lingotes de oro”. La cadena CNN y Cubadebate publicaron facsímiles de facturas de hoteles, vacaciones gratis, pasajes aéreos y tarjetas de crédito. El colmo: comprobantes por la recepción de un reloj de oro (U$S 24 mil) y dos boletos para una carrera de F-1 en Miami.

Aunque los límites ideológicos entre republicanos y demócratas (hay quienes alguna vez los calificaron como progresistas) están cada vez más difusos, sus pares definen a Menéndez como “el más republicano de los demócratas”. Desde esta posición, armó una sólida relación con el secretario general de la OEA, Luis Almagro, a quien secunda –o conduce– en las políticas más serviles: mover todos los resortes a su alcance para profundizar el criminal bloqueo a Cuba y ensayar la aplicación de un aislamiento similar contra Nicaragua, hasta promover una  intervención militar multinacional (de EE UU, dígase) para derrocar al gobierno constitucional de Venezuela.

Lo más que lograron hasta ahora los legisladores que juegan con la ilusoria idea de limpiar la imagen del Congreso, fue la renuncia de Menéndez al Comité. De la banca, ni soñar. Allí está la inmunidad, fundamental para quien convive con el delito. John Fetterman, un colega demócrata del Senado, dijo que “Menéndez sigue con un nivel de arrogancia asombroso” y afirmó que le gustaría agotar todas las vías disponibles para lograr que se vaya de la Cámara, “incluida una votación del pleno que lisa y llanamente lo expulse”. Fetterman sabe que esto es difícil. Se necesitan dos tercios de los 100 senadores para destituir a un par, y eso ha ocurrido sólo 15 veces en la historia, 14 durante la fase extraordinaria de la Guerra Civil de 1861-1865.

La pelea por la sucesión de Menéndez trae aire fresco a Nueva Jersey. Cualquiera de los contendientes tiene más vínculos con el progresismo que con los patrones, en especial Patricia Campos-Medina una salvadoreña próxima al senador Bernie Sanders, un independiente autodefinido socialista. Es directora de Latin Civic, que capacita a mujeres latinoamericanas. Desde la presidencia del The Worker Institute de la Cornell University activa por la justicia social. En 2023 militó en el renacer de la vida sindical del país. En un mitin en los almacenes de Amazon se presentó orgullosa: “Soy hija de trabajadores con salarios bajos, una limpiadora doméstica y un lavaplatos que laboraron mucho y nunca tuvieron un seguro médico”.

«El cabezón», un extremista de derecha

A once meses de las presidenciales del 5 de noviembre, y cuando para no naufragar en su intento reeleccionista Joe Biden necesita al menos conservar los votos que lo consagraron en 2020, el presidente está emperrado en mantener sus políticas más cuestionadas. Sigue reivindicando y destinando fortunas a las aventuras guerreras, y desoye el pedido de los principales punteros de su Partido Demócrata para que preste cuidado al voto de las comunidades negra y latina. El 2 de enero, mientras casi 40 legisladores pedían la cabeza de Menéndez, Biden lo respaldaba, y miraba para otro lado.
Menéndez y Cuba conforman un mismo paquete para los estrategas de la Casa Blanca. El senador es un extremista de derecha que, como legislador, trabaja para promover las políticas destructivas hacia la isla en la que se hallan sus raíces. El 1° de enero, siete legisladores de Massachusetts repudiaron a “El Cabezón Menéndez”, como lo llaman, y le exigieron a Biden que quitara a Cuba de la falaz lista de países promotores del terrorismo, que comparte con Corea del Norte, Irán y Siria, una calificación impuesta por el gobierno de Trump (2017-2021). “Esa fue una acción vengativa adoptada por Trump una semana antes de dejar el gobierno y usted ya debería haber cambiado esa política”, suscribieron los siete demócratas en una carta de diciembre pasado pero divulgada recién ahora. Insistieron en las promesas de campaña incumplidas por Biden en cuanto a la revisión de esas medidas. En noviembre pasado EE UU mantuvo por un año más la nominación de Cuba como país promotor del terrorismo. “Como candidato usted prometió abordar un nuevo compromiso con Cuba, volver a la política iniciada por Barack Obama (2009-2017), de quien usted fuera su segundo”. Casi como un señalamiento de la doble faz de su política, la carta dice que “usted sabe que Cuba y EE UU tienen un acuerdo de cooperación en contraterrorismo que funciona muy bien”.
“Reconocemos que mucho ha cambiado entre Cuba y EE UU, pero casi tres años después de su presidencia la abrumadora cantidad de sanciones impuestas por Trump, incluida la reasignación de Cuba como promotor del terrorismo, sigue en pie”, observan.
Cuba calcula que seis décadas de bloqueo significaron pérdidas para su economía de casi U$S 160 mil millones.

Empiezan a elegir

Trump ni se inmuta, aunque tiene condenas pendientes en una mayoría de los 50 estados y sabe que la Justicia le pisa los talones en la peor de las causas, la que lo dejaría fuera de competencia en virtud de una disposición de tiempos de la Guerra Civil (1861-1865). La que les prohíbe ser candidatos a aquellos que hayan atentado contra la Constitución. Y Trump atentó, cuando quiso dar un golpe de Estado en enero de 2021, para impedir la llegada de Biden a la Casa Blanca. Los jueces de Maine y Colorado ya lo borraron del mapa y sólo falta ver qué dice la Suprema Corte, que no sería la primera vez que le sacara las papas del fuego al ex presidente.
En estas condiciones Trump llega a mañana, cuando en Iowa los republicanos inauguren la temporada de primarias. El estado del centro-este, elegirá a los primeros 40 delegados que se enviarán a la Convención Nacional Republicana, que en julio decidirá quién será su candidato ante el demócrata Biden. Los elegidos de Iowa son apenas el 1,6% de los 2.469 convencionales que en el verano de Milwaukee (Wisconsin) designarán al candidato.
Aunque Iowa es numéricamente irrelevante en el total, por el hecho de ser el primer estado en votar su decisión es significativa. Por eso, pese a sus traspiés y a la amenaza mayor que lo acecha, Trump ya está festejando. A los norteamericanos no les preocupan ni les importan ni les asustan sus excentricidades. Los sondeos dicen que su votación de mañana será apabullante, tanto como para vencer por un 35% a sus contendientes, el gobernador de Florida, Ron De Santis (52% a 18%), y Nikki Haley (52% a 17%), ex embajadora ante la ONU en la era Trump.