A medida que la crisis ucraniana se extiende en el tiempo, y con ello se pone en juego la solidez de la alianza militar a través de la cual Estados Unidos ejerce poder sobre los otros 30 países de la Otán, en Europa sienten que crujen las estructuras montadas en la post Segunda Guerra Mundial, para una realidad muy distinta. Si bien en el discurso el romance marcha en idílica armonía, en la realidad todo es diferente. Y más aún desde que quedaron probadas las versiones de los medios occidentales, en cuanto a que la Casa Blanca ha sido y sigue siendo “desleal” con sus socios al exigirles, por ejemplo, que apliquen costosas sanciones comerciales contra Rusia, mientras sigue comprando en Moscú insumos de comercialización supuestamente vedada por los acuerdos de la alianza. A la importación ya conocida de hidrocarburos se suma ahora la de uranio.

Aunque ya en abril de 2022, apenas dos meses después de los primeros bombardeos rusos a territorio de Ucrania, el The Washington Post y el The Wall Street Journal denunciaron que el Pentágono estaba comprando petróleo y gas rusos –que además revendía a sus socios europeos con una ganancia interesante–, las operaciones siguieron desde entonces, en lo que un alto funcionario polaco calificó como “una verdadera cochinada”. Los acuerdos de los 31 países miembros de la Otán, a los que se plegaron los del G- 7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido), establecían taxativamente la disposición de sancionar a entidades y personas que evadieran las penas dispuestas y así participaran en el fortalecimiento de la producción energética de Rusia.

Petróleo y gas fueron los primeros de la lista. El podio lo completó el uranio, un elemento químico escaso y de múltiples aplicaciones, entre ellas fines bélicos. Se lo emplea en medicina de alta complejidad y como combustible de las centrales nucleares. Expertos norteamericanos señalaron que es a esos fines pacíficos que, vía el Pentágono, Estados Unidos se está aprovisionando en Rusia (Gran Bretaña, Japón y Bélgica son sus otros proveedores, pero las ventas rusas superan la mitad de las importaciones totales). El uranio, cuando es enriquecido, se emplea para provocar explosiones atómicas como las que, al fin de la Segunda Guerra, destruyeron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, con un saldo de 120 mil muertos y 130 mil heridos irrecuperables. El uranio empobrecido es usado en la producción de municiones perforadoras y blindajes de máxima resistencia.

Vamos a violar acuerdos

Desde aquel ya lejano abril de 2022 hasta el presente, Estados Unidos no cesó de comprar los insumos estratégicos que hacen a lo que, teóricamente, apuntaban las sanciones occidentales, que era evitar el fortalecimiento de la producción energética rusa. Es el único de los miembros de la Otán que viola los acuerdos, pero no el único aliado. También está Japón, que no pertenece a la Otán pero que como miembro del G-7 está comprometido a respetarlos. Occidente había fijado, además, un máximo de 60 dólares para el barril de crudo. Estados Unidos también violó ese tope y, ahora se supo, desde fines del año pasado paga 78 dólares por barril, es decir un sobreprecio del 30 por ciento. Según The Wall Street Journal a mediados del año pasado Japón empezó a comprar petróleo ruso a ese valor “como una excepción, autorizado expresamente por Estados Unidos”.

De acuerdo con los volúmenes de petróleo que se manejan en las operaciones plenamente confirmadas, las cantidades en juego no son significativas. Sin embargo, el solo hecho de que Estados Unidos mantenga en un brete a sus aliados mientras cubre sus necesidades comprándole directamente a Rusia tiene un muy alto valor simbólico, y “hasta podría entenderse como una burla hacia sus socios europeos, que haciendo seguidismo de las decisiones geopolíticas de Estados Unidos y en un servil gesto de sobreactuación política, dejaron de comprar petróleo ruso, al menos en forma directa”. Así, crudamente, lo señaló un analista español citado por la agencia ANSA, tras visitar en Sicilia una refinería de la petrolera rusa Lukoil. De allí partiría el petróleo elaborado que el Pentágono recogería en el puerto oriental norteamericano de Milwaukee, en Wisconsin.

El hecho de que Estados Unidos haya blanqueado su “burla”, su “cochinada”, lleva a dos preguntas centrales. ¿Se trata de una maniobra estratégica? ¿Está preparando su retirada de Ucrania, dejando solos, con ese fardo demasiado pesado, a sus aliados europeos? Europa hace rato que se pregunta qué pasaría si Estados Unidos se retirara de la Otán y dejara en sus manos una guerra, la de Ucrania, que no puede abordar en soledad. Se lo pregunta más concretamente desde que las encuestas empezaron a dar, a mediados del año pasado, que Donald Trump podría derrotar a Joe Biden en las presidenciales del 5 de noviembre. La arrolladora victoria de Trump hace dos semanas, en las primarias republicanas de Iowa y la repetición de una performance similar en New Hampshire, pasado mañana, hace más real la perspectiva para la que Europa lleva varios meses mentalizándose, la de un segundo mandato del republicano bajo el chauvinista lema de “América primero”. 

Aunque por lo bajo, dicen medios alemanes, británicos, franceses y españoles, son muchos los funcionarios que parafrasean al polaco, los aliados europeos siguen atados al mandato de Estados Unidos. Este martes 23, los 31 países de la Otán, “más nuestro buen amigo Suecia”, iniciarán las maniobras conjuntas más grandes desde la postguerra, y cuando la crisis ucraniana parece acercarse al final: las Steadfast Defender. Hasta mayo, serán 90.000 soldados, con toda la parafernalia de última generación, los que estarán desparramados por toda Europa, informó el almirante holandés Rob Bauer, presidente del Comité Militar de la alianza. Dicen las agencias noticiosas que, mirando hacia el piso, el almirante dijo que “las Steadfast serán una clara demostración de nuestra unidad, fortaleza y resolución para protegernos los unos a los otros, para proteger nuestros valores y el orden internacional”.