A Venezuela nunca se llega directo. Siete horas hasta Panamá, dos horas y algo hasta Caracas. El vuelo de Copa Airlines está repleto de familias venezolanas. Una madre malabarea una niña, mochilas y una caja de medio metro cuadrado con donas Krispy Kreme que compró en el desmesurado aeropuerto de conexión, cerca del famoso Canal. El amor familiar a veces pasa por la comida. Deben ser ricas, pero sobre todo deben ser importantes en este regreso.

El aeropuerto Simón Bolívar mira de frente al Mar Caribe y está separado de la capital por una cadena de cerros verdes que atrapan la niebla y se envuelven de humedad. Venezuela aparece de improviso entre esas nubes bajas.

De espaldas al mar, los cerros miran la ciudad con ojos de ventana. Decenas de miles de casas en los barrios populares. Los pobres de Caracas siempre observaron desde arriba todo el resto.

A Venezuela nunca se llega directo porque existe un bloqueo económico en curso. Por ejemplo, el gobierno sufre grandes inconvenientes al momento de adquirir pasajes de avión en lote, como ocurre con la organización del nuevo encuentro de ALBA, la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América, al cual este cronista fue como acreditado de prensa.

Llegar por invitación oficial implica un operativo de distracción de las alertas de las aerolíneas, que vigilan la peligrosísima posibilidad de que cierta cantidad de gente en una zona parecida del espectro ideológico se reúna en ese país tan sobrenarrado. Es como entrar por una puerta entornada.

El enemigo adentro, el corazón afuera

«Desde afuera un ‘te extraño’ emociona más si le suman un ‘te transferí», recomienda la publicidad encima de la cinta transportadora de equipaje en el aeropuerto. A lo largo de estos días flotará la ausencia de quienes emigraron y la omnipresencia del dólar.

Sobre lo primero no hay números oficiales. ACNUR, la agencia de la ONU sobre refugiados, en septiembre de 2023 cifraba 7,7 millones de personas, un 19% de la población. En Guatire, estado de Miranda, localidad del Gran Caracas, la militancia barrial asegura que la gente está volviendo. Este medio no logró dar con ningún regresado. Tampoco con ningún opositor al oficialismo.

Marianela Moya está radiante en su vestido rayado blanco y negro, a juego con las canas del abundante pelo lacio, la cara brillante en el calor vertical del mediodía. El bastón le da swing a su andar: «Bailo, voy para la playa y la piscina», dice con orgullo. Es enfermera jubilada y tiene tres trabajos. Está segura de que mejorar su barrio va a lograr que la gente no siga yéndose.

Hay distritos donde la demanda de cuidados para personas mayores creció muchísimo en los últimos años. Las familias se desangelaron con la emigración, los viejos se quedaron. «Si no hay comuna, no hay nada«, reza Marianela.

En la calle caraqueña, los billetes de dólar ya están gastados, cansados del trajín de una caja registradora a otra. Los precios a veces figuran en bolívares -alrededor de 36 de ellos compran un verde– y otras en ref., por el valor de referencia que cada día informa el Banco Central en esta vida bimonetaria. Cuando falta el cambio chico, te devuelven dólares y redondean con moneda nacional.

Sobre las avenidas vuelan y frenan y vuelven a volar los colectivos con sus boleteros humanos que viajan colgados del estribo vociferando los destinos. Ruido y música en todos los rincones de Caracas. Y el aroma aceitoso de algo en cocción permanente.

En las noches, la delegación internacional comparte baldes de cervecitas Zulia con hielo en un bar a la vuelta del hotel. Unos chicos en moto se alzan sobre una sola rueda y enseñan a los extranjeros a tomar ron sin denostarlo a un mero cuba libre.

Ahora es sábado en el Café Mirador, sobre uno de los cerros, más cerca del cielo negro contra el que toda Caracas reluce. El grupo musical recorre la compleja tradición musical venezolana, el contingente africano domina el baile cerca del escenario, brindar acá es barato.

Un colega comenta que el dólar ganó la calle en Venezuela durante los apagones de 2019, una semana sin luz en buena parte del país. Los colchones se vaciaron de dólares para pagar comida, agua, nafta, carga de celular. El bolívar se quemó en la hiperinflación y el dólar mantuvo la llama viva.

Caracas, Venezuela.

El gobierno se permite hablar de la dolarización como una concesión hecha en pos de luchar contra la ofensiva económica internacional. Jorge Arreaza, exministro del gobierno y actual director de ALBA, cuenta que en 2014, sin el bloqueo, el ingreso nacional venezolano alcanzó 56.000 millones de dólares. «Pero en el año 2019 sólo recibimos 700 millones. Una cosa brutal».

La noche del sábado se funde con la mañana del domingo. En el cerro tapizado de casas, una pared vigila: tiene pintados los ojos inconfundibles de un Chávez gigante.

Aló, presidente Maduro

Abundan el dorado, los espejos y el mármol nacarado en el Meliá. Un evento antiimperialista en un cinco estrellas. ¿Es contradictorio? ¿Debería ser en un camping, en una fábrica? Uno no conoce los propios prejuicios hasta que se ponen en uso.

El hotel es un Godzilla turístico de más de 20 pisos, monstruo entre monstruos de hormigón que se alzan con antiguo desprecio neoliberal desde el fondo de la cuenca en la que se encaja la ciudad. Internet es pésimo al interior del gigante.

Cien agentes custodian a Nicolás Maduro. Llega para cerrar junto a Evo Morales, Manuel Zelaya y Joao Stedile del MST brasileño el Encuentro por una Alternativa Mundial. Es muy alto y aprendió a disimular un natural encorve tímido. A quien logre capturarlo con vida, el Departamento de Estado de EEUU lo recompensará con 15 millones de dólares.

Evo Morales, Nicolás Maduro, Manuel Zelaya y Joao Stedile.
Foto: Alba TCP

Una banda de tambores integrada por mujeres los recibe, Maduro encara unos timbales, no le cuesta el redoble. ¿Habrá ensayado? El estilo de transmisión en vivo, que se muestra en pantallas dentro de la sala, es parecido a las cadenas nacionales de CFK. Maduro tendrá que competir para siempre con Aló, presidente de Chávez.

El presidente improvisa una anécdota: en 2009, a Zelaya le habían hecho un golpe de estado en Honduras. Chávez envía a Maduro para apoyar la resistencia en la frontera con Nicaragua. Zelaya al volante de un jeep, Maduro de acompañante. Zelaya quiere pisar el acelerador y cruzar. Hay francotiradores apuntando hacia el jeep. Maduro sostiene el teléfono celular en altavoz. «¡No lo hagas, Mel, no lo hagas!», grita Chávez desde el palacio Miraflores. La gente en la sala se ríe porque Maduro imita bien la voz del eternizado comandante.

Mientras Maduro esté en el hotel, nadie podrá subir o bajar por los ascensores o las escaleras. Hombres recios con trajes amplios para disimular armas, chicos casi adolescentes con borcegos y jeans que palpan a todo aquel que ingrese o salga de la sala. 15 millones de dólares por su captura.

El futuro

«La elección presidencial de julio es el hecho más importante para la humanidad en los próximos seis meses», dice un representante del gobierno bolivariano reunido con los medios que presentes en el encuentro del ALBA.

Alguien que va y viene seguido entre Caracas y Buenos Aires señala que las elecciones de 2024 implican un escenario más que abierto. La oposición se abroquela detrás de Edmundo González Urrutia, reemplazante de María Corina Machado, la precandidata que la justicia venezolana inhibió por haber pertenecido a lo que se interpreta como un intento de golpe.

Ahora es domingo y la combi frena frente a una escuela del municipio Ambrosio Plaza. Este cronista es veedor internacional del correcto proceso electoral para una consulta popular a nivel nacional. Los vecinos y militantes aplauden, piden selfies.

Consulta popular en el estado de Miranda, periferia de Caracas.

La consulta popular se realiza por primera vez en todas las comunas del país. Los habitantes de cada consejo comunal eligen entre tres o cuatro posibles opciones para que el gobierno arranque obras de hasta 20 mil dólares de costo. En la comuna Revolucionando Raíces hay que definir si se invierte para rehabilitar el módulo de salud, la estructura de la iglesia San Miguel o hacer más calles con cordón y cuneta.

El recorrido pasa por varias escuelas en la periferia y la lógica es similar. El referente barrial da un discurso, luego alguien de la juventud del Partido Socialista Unido de Venezuela, más fotos, agradecimientos, palabras de las fuerzas de seguridad, que también filman todo con sus celulares.

Sacando el cuerpo de las ceremonias, los vecinos tienen ganas de charlar. En la escuela Eugenio Bellar eligieron que la zona se provea de un sistema de potabilización. Los bidones de agua mineral son baratos, el precio está en bolívares. Un referente del barrio se suma a la conversación con sutileza y acota que la planta potabilizadora también generará trabajo local. «Gobernar obedeciendo«, dice Maduro que decía Chávez.

Caracas, barrio de Sabana Grande.

En la esquina muy transitada está María sentada sobre un cantero. Ella vende caramelos, café y galletas. «Todos a votar / el domingo vamos a votar«, suena el son en los parlantes frente a la puerta de una escuela.

–Trabajo por mi cuenta, no vale la pena trabajar en una compañía porque no te pagan casi nada.

«Consulta popular / El domingo vamos todos a votar», acota el parlante.

–Trabajaba en la alcaldía pero estaban pagando 10 dólares por semana, y qué puedes hacer con ese dinero.

«Mi prima es la intendenta de Luan Toro, provincia de La Pampa», sorprende Óscar Millán. Señala los bustos patrios en el patio central: Mariátegui, Bolívar, Sucre. A sus pies, un perro peludo se relaja sobre las baldosas frescas.

Cuatro de sus hermanos viven en Ramos Mejía, su madre va y viene. «Ellos tienen una condición distinta a la mía: yo soy pro revolución», aclara. Habla del Diego, de los penales en Qatar. «Si lloré por todo eso, yo también soy argentino«.

Óscar se ilusiona porque viaja por primera vez a Argentina después de las elecciones. «