La propia Iglesia estaba en una situación de significado sin significante luego del largo papado anticomunista de Juan Pablo II y el corto papado de Benedicto, marcado que fue por el conocimiento de escándalos financieros, abusos y pedofilia. En ese contexto ¿qué querría decir “Vaticano”? Una institución cerrada sobre sí misma, cada vez más alejada del mundo, que conducía sólo a los semejantes que reconocía, y alejaba a los diferentes que descartaba.
La propia Iglesia entraba una crisis de representación. No sería la primera vez en los dos mil años de historia en su haber, pero por no querer o saber resolverlas apareció el protestantismo en el siglo XVI, que desde entonces disputa el sentido de la creencia, en general bajo formas evangelistas, con notable impacto en lo político.
Es así como la elección como Papa le trajo a Francisco el problema de la Iglesia en la sociedad y la disputa del poder interno murallas adentro del Vaticano. A cualquier reformador le esperaba el tecito que terminó con la vida de Juan Pablo I. Por eso abandona los apartamentos papales, donde la pompa y circunstancia eran otros tantos peligros, y adoptó Santa Marta, tanto como gesto que como protección. Primero vivir. Luego existir. Existir es actuar.
Y es así como el primer viaje es a la isla de Lampedusa, que fuera posesión de la familia del autor del Gatopardo. Pero donde Tancredo le dice al Príncipe Salina que hay que cambiar todo para que nada cambie al aproximarse las tropas de Garibaldi en la unificación de Italia. Francisco -que no tiene ejército- se pone del lado de los inmigrantes que sobrevivieron el paso del Mediterraneo y homenajea a los que se ahogaron en el intento. Hay que representar algo grande, abarcativo, diverso, para que todo cambie. Y apostar por las masas. El ejemplo es la mejor forma de autoridad.
Recuerda un poco al Perón de los años cuarenta, cuando asumió la representación de los sectores nacidos por la sustitución de importaciones de los años treinta, esos obreros y esos empresarios que escapaban del esquema propuesto por el conservadurismo agroexportador y del radicalismo alvearista.
En un mundo donde la política en Occidente está marcada por la separación entre gobernantes y gobernados, los representantes electos ya no ejercen la representación del cuerpo electoral, podríamos llamarlo sociedad civil, sino que representan otros intereses, ajenos al debate y al sufragio.
Creo que es en la película Rollerball -una distopía de los años ’70- que los senadores norteamericanos ya no representan estados como Alabama o California, sino grandes empresas. Bueno, como ahora. Y por cierto, no sólo en Estados Unidos. Si hay sacerdotes en opción por los pobres, Francisco tuvo que enfrentar a los prelados en opción por los ricos.
De allí la necesaria proyección internacional del Papa, que fue a buscar en los pueblos más diversos, a veces hostiles, la legitimidad en la acción de gobierno. Y al desplazar cardenales rancios, elegir la diversidad y la amplitud global antes que la reproducción burocrática. Y con un Vaticano mejor conducido, pudo a su vez expresar otros conceptos y actuar urbi et orbi.
En el planeta que le tocó a Francisco, Africa tiene sus propias maneras de construcción de identidades nacionales y regionales, como observamos en el Sahel, Senegal y Gambia, así como Sudáfrica. América Latina puede -es cierto- tener conductoras y conductores populares, pero el juego de elecciones amañadas, fraudes, golpes más o menos blandos, campañas mediáticas, persecuciones judiciales, proscripciones, prédicas evangelistas, hacen que el juego institucional devenga también en una firme representación empresaria.
Así es como a nivel global quedaron millones sin nadie que hable por ellas y ellos. Es lo que vio Bergoglio. Si la cima de la pirámide de ingresos está sobre-representada, la base, ancha y pobre, tiene a pocos, sino a nadie. Y allí necesitan todo, desde la subsistencia al sentido de la vida. Que van juntos. No fue una tarea fácil, ya que cómo todo reformador, Francisco tuvo que transformar el instrumento de transformación mientras que transformaba. Otra dialéctica entre la construcción de poder hacia adentro y de representación hacia afuera.
Ah, Francisco no fue Fidel Castro. Y no, aunque ambos tuvieron formación jesuita. Ni fue Lenín, aunque ambos apreciaban a Dostoievski. Ni fue Perón, aunque la práctica de Bergoglio fue peronista. Valgan también estos ejemplos para demostrar las capacidades de aglutinar en torno al proyecto de Francisco los deseos que cada cual proyectaba, una marca de liderazgo que es consagración, pero también peligro a la hora de las sucesiones políticas.
El legado de Francisco abarca al mundo. Es espiritual, pero también es político, social, económico, cultural, ecológico, como si pudiera existir un ámbito sin los otros. Como señalara Maquiavelo en los Discursos: “Cuando se quiere que una religión o una república tengan larga vida, es preciso restablecer con frecuencia su primitivo estado”. Amén. «