Hace 80 años nacía en Minesota, Estados Unidos, Robert Allen Zimmerman, el hombre que bajo la identidad de Bob Dylan revolucionó a la cultura popular contemporánea a fuerza de canciones con brillantes líricas que abrieron mundos para generaciones enteras, mensajes que cambiaron para siempre la cosmovisión del devenir histórico y músicas que sintetizaron una amplia paleta sonora.

Dylan escribió clásicos del cancionero popular como «Blowing in the Wind», «Like a Rolling Stone», «Mr. Tambourine Man», «Subterranean Homesick Blues», «Highway 61», «Lay, Lady, Lay», «Knockin´ on Heaven´s Door» y «Tangled Up In Blue», por mencionar apenas unas pocas de sus cientos de composiciones.

Y editó discos fundamentales como The Freewhelin´Bob Dylan, Bringing It All Back Home, Highway 61, Blonde On Blonde, Blood On The Tracks, Love and Theft y Modern Times, entre otros.

Desde su fulgurante irrupción en escena en 1962 como un trovador folk con poéticas líricas de protesta, el artista fue erigido como el portador de un mensaje llamado a cambiar la cultura joven en Estados Unidos y proyectar esa revolución al resto del mundo, con la coincidente e involuntaria asociación de Los Beatles desde el Reino Unido.

Nació en Minesota en el seno de una familia judía. Abandonó su casa y viajó a Nueva York para conocer a su héroe musical Woody Guthrie en su lecho de muerte. Cantó en el Memorial de Washington el día que Martín Luther King pronunció el famoso discurso conocido por la frase «tengo un sueño».

Lo consagraron como la voz de una generación. Se convirtió en el niño mimado de la escena folk y country. Se electrificó. Abrazó el rock y el blues. Lo tildaron de Judas. Se calzó el traje de rockstar. Cambió para siempre la manera de escribir en la música pop. Se intoxicó de drogas lisérgicas, escribió poemas surrealistas. Desapareció de la vida pública tras un extraño y mítico accidente en moto.

Reapareció en épocas de festivales, en pleno verano hippie, aunque más cercano a sus raíces que subido a la nueva moda. Recobró protagonismo a mediados de los `70 en una recordada gira de tintes circenses que es narrada en un documental de Martin Scorsese. Se convirtió al cristianismo. Transitó los `80 en la misma intrascendencia artística que casi todos sus compañeros de época.

Cambió su identidad juntó a otras leyendas musicales para conformar The Travelling Willburys, en una prueba de su jocoso espíritu. Regresó a los primeros planos sobre finales de esa década de la mano de nuevos sonidos y alusiones a los tiempos políticos que corrían en sus letras. Cantó para el Papa. Elaboró una serie de discos a la altura de los mejores de su carrera entre el final de los `90 y los primeros años de este siglo.

Se asoció a Scorsese para contar su vida. Como no podía con su genio, aportó un montón de datos falsos que confundieron a los fans. Fue reconocido en los ámbitos académicos con distinciones en distintas disciplinas, entre las que destacan el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, un honorífico Premio Pullitzer y el Premio Nobel de Literatura.

Sin embargo, desde sus primeros años cultivó la admiración de pares como John Lennon, David Bowie, Lou Reed y Bono, entre otros. En plena pandemia conmovió al mundo con un formidable nuevo disco y canciones en donde elabora una aguda mirada a la historia contemporánea y reflexiona en torno a la vejez. Es Bob Dylan. El inabordable mito que aún sigue en construcción.

Dylan y la Argentina

Bob Dylan visitó cuatro veces nuestro país y aunque en cada ocasión dejó un sello imborrable en cada uno de los espectadores, sin dudas fue su segunda incursión en Argentina, en 1998, cuando compartió escenario con Los Rolling Stones, la que dejó la mayor cantidad de anécdotas.

Sorpresivamente, en la últimas de las cinco fechas previstas en el estadio de River Plate para «Sus Majestades Satánicas», se anunció que Bob Dylan se sumaría como número de apertura, lo que agregó un ingrediente extra a los ya de por sí excitantes días de finales de marzo y principios de abril de 1998.

En aquellos años, la banda comandada por Mick Jagger y Keith Richards incluía su versión de «Like a Rolling Stone» en su repertorio y Buenos Aires no sería la excepción, con lo cual no era descabellado imaginar un momento compartido entre las dos grandes leyendas de la música.

Finalmente, el 4 y 5 de abril se produjo el esperado encuentro que convirtió a los argentinos en verdaderos privilegiados si se tiene en cuenta que las colaboraciones en vivo entre Dylan y los Stones no superan la media docena de veces en su larga historia.

Antes de los shows, el artista estadounidense dejó una muestra distintiva de su carácter cuando al llegar al aeropuerto de Ezeiza unos minutos antes de lo previsto, y ante la consecuente demora en la llegada del vehículo oficial de la productora que lo trasladaría al hotel, decidió tomarse un taxi por su cuenta, al que solo le indicó el lugar en donde se alojaría.

El chofer se enteró que había llevado en su auto a Bob Dylan cuando los periodistas lo abordaron para preguntarle sobre el comportamiento durante el viaje de su ilustre pasajero.

El músico había tenido su debut en nuestro país en 1991 con tres noches, el 8, 9 y 10 de agosto en el estadio Obras Sanitarias y recién volvería tras su paso con los Stones en 2008, cuando en la cancha de Vélez, en el Hipódromo de Rosario y en el Orfeo Superdomo de Córdoba presentó su disco «Modern Times».

En aquellas ocasiones, Dylan mostró su nueva faceta en escena como tecladista y con el recurso de mezclar músicas de sus canciones con letras de otras, algo que repetiría en 2012 cuando actuó por última vez en Argentina durante cuatro noches de abril en el porteño Teatro Gran Rex.