Guillermo Saccomanno: “Nuestro país está envenenado. Aceptemos eso”

Por: Mónica López Ocón

Con "Arderá el viento" Guillermo Saccomanno ganó el Premio Alfaguara de Novela 2025. En ella crea un matrimonio extraño con dos extraños hijos que aparecerán en la Villa y serán un catalizador de las más oscuras tramas de la pequeña ciudad costera.

Como todo gran escritor, Guillermo Saccomanno es en cada nuevo libro a la vez parecido y distinto. En Arderá el viento, la novela ganadora del Premio Alfaguara 2025, sin embargo, la diferencia con lo anterior parece agrandarse. Si bien se reconoce el sello propio de su escritura, sus bordes se extienden hasta tocar el delirio y conscientemente o no, Saccomanno se permite ser lúdico, lo que no significa en absoluto ser divertido o ligero, sino más bien dejar que el juego llegue a donde quiera llegar sin pretender ajustarlo al «deber ser».

Los cuatro personajes de una familia que una vez llegan a la Villa para regentear el hotel Habsburgo están destinados a quedarse para siempre en la literatura argentina, tal como el Astrólogo, Erdosain o cualquier otro personaje de Roberto Arlt.

La madre, Monique Dubois o, simplemente, Moni, es una mujer que utiliza su belleza como moneda de cambio y también como fuente de un placer genuino.

Su marido, Hugo Esterházy, que siempre parece estar rodeado por una niebla que lo separa un tanto de la realidad, dice pertenecer a la nobleza húngara, ostenta un supuesto título de conde y se considera un artista plástico, aunque la tela en blanco lo inhiba cada vez más al punto de quedar impoluta. Los hijos, Lazlo y Aniko, son una dupla freak que armoniza con el resto de la familia. Alrededor de ellos se irá desnudando una trama de podredumbre, corrupción y bajezas que abarca a toda la Villa.

Guillermo Saccomanno

–Luego de leer Arderá el viento me quedé con la sensación de que esa novela es un punto de inflexión en tu obra.

–¿Por qué?

–Porque si bien se reconoce en ella tu sello y hay algunos elementos de Cámara Gesell, vas tan a fondo con los personajes principales que tienen una fuerza enorme. Además, veo algo lúdico en la creación de ellos y tuve la sensación de que estabas disfrutando ese juego. ¿Vos no lo ves así?

–Si es así, no lo hice de manera consciente. Escribí esta novela en condiciones muy difíciles. Pasé por dos neumonías consecutivas. Además, tuve que abandonar el lugar en que vivía y pasar por la mudanza. No obstante, la escribí en tres meses. Su escritura tuvo algo de desafío por ver si podía llegar a la fecha del Premio Alfaguara.  Yo quería presentarla en ese Premio. Aunque estuve algo caprichoso en eso porque  quería y no quería al mismo tiempo. Luego la corregí y la dejé. Alguna gente amiga que la había leído me insistió en  que la mandara.

–¿Cómo fue la escritura en condiciones tan adversas?

–Mientras la escribía, a pesar de la situación, disfruté mucho. Me acostaba pensando en qué iba a pasar al día siguiente, de qué forma se podía cumplir la ley de Murphy en cada uno de los personajes. No creo en el mañana, no soy optimista. Mañana puede ser peor. Pensé que todos los personajes debían tener un gesto congelado en lo que fuera, por ejemplo, en la maldad. ¿Qué más les puede pasar? ¿Qué más pueden hacer? ¿Qué puede hacer Moni? Puede escribir una novela porno. ¿Y qué más pueden hacer los chicos? Por ejemplo, matar los perros de defensa que hay en el pueblo, pueden ser incestuosos.

¿Qué más puede suceder en el pueblo? Que  haya una complicidad entre los funcionarios y los narcos para construir una especie de country-amarradero de yachts en una zona pública que ellos privatizan y así sucesivamente. Más de una persona que conozco, si la tensaba en la escritura, podría terminar así. Es decir, todos somos responsables de lo que nos ocurre. No hay inocencia. Estamos bajo el dominio del mal. En este sentido podría pensarse que la novela tiene algo del gótico grotesco. Hay algo del orden del sarcasmo.

–Vos lográs mantener el verosímil en personajes que parecen inverosímiles.

–Pero no son inverosímiles. Cuando estuve en España por el premio, mucha gente me preguntaba por Milei y yo no tenía ganas de hablar de él. Los que quieran saber qué pienso de Milei que lean mi novela. Creo que hay una explicación para lo que nos está pasando y empleo la primera persona del plural para decir esto. No es para que lloremos desconsoladamente porque no hay consuelo. Lo que estamos viviendo no tiene posibilidad de retroceso. No podemos creer, como cuando fuimos adolescentes, en la Revolución Socialista.

–Es que vivimos la irrupción de un personaje muy distinto de otros, aunque aplique las mismas políticas. Ese personaje bien podría estar sacado de una novela.

Los personajes de mi novela podrían ser votantes de Milei. Por otro lado, creo que los programas de televisión explican la realidad mejor que nosotros. Cuando Antonio Dal Masetto decía que “la realidad exagera”, no se equivocaba. Los noticieros de Crónica TV nos pintan mucho mejor de lo que imaginamos, tanto cuando se refieren al caso Loan como al caso Viviana Canosa, porque ése también es un caso. El día en que explotó el escándalo de sus denuncias estuve como tres horas viendo lo que pasaba. Yo mismo me decía no puede ser, porque esto es también  periodismo.

El problema no es Canosa, sino quien le da de comer. El tema son los espectadores de Canosa. ¿De dónde viene el resentimiento? ¿De dónde viene la “mala educación”? ¿De dónde vienen la agresividad, la violencia contenida, el agravio que reemplaza la crítica y el análisis? Creo que es posible explicarlo. De todos modos, mi novela es una novela. Tal vez cuando la escribí estaba poseído por la fiebre porque escribía, a veces, con paños de agua helada en la cabeza. Luego tuve problemas neurológicos. Todo esto tiene como emergente la novela.  

–¿Cómo construiste un personaje tan fuerte como Monique?

–Creo que no hay nada más atractivo para un escritor que crear una mujer porque tenés que doblarle el pulso a Flaubert. ¿Cómo se logra esto? ¿Con una novela realista? Yo no podría escribir, por ejemplo, La señora Ordoñez, si es que estamos buscando una figura-paradigma. Pero sí podía jugar y torcer hasta el espasmo a un personaje como Moni.

También estaba el deseo de crear un pueblo. Yo ya tenía un pueblo que era la Villa de Cámara Gesell que también aparecía en algunos cuentos. Crear un pueblo es un sueño de escritor: el Macondo de García Márquez, la Santa María de Onetti o el condado de Yoknapatawpha de Faulkner. En este caso, la Santa María de Onetti es central porque de ella proviene el fuego que aparece en su novela Dejemos hablar al viento.

También de él proviene el “nosotros” de Los Adioses: todos contamos, todos supimos, todos vimos, todos nos enteramos… Es una voz coral, de primera persona del plural. Cada personaje se genera en función de lo que los otros cuentan o piensan de él porque el rumor también configura un modo de narrar. En el rumor está la exageración y está la ironía.

–Recién dijiste que podías torcer un personaje hasta el espasmo. Creo que lo extremo de ese torcimiento es una de las características de Arderá el viento. Por otra parte, hay también una crueldad gratuita muy propia de esos tiempos. Del mismo modo que un personaje cierra la tapa del piano sobre los dedos de la hija del ferretero que aspiraba a ser concertista  y se los quiebra, Patricia Bullrich se dedica a apalear viejos todos los miércoles.

–Sí, pero también hay crueldad de parte del padre de la chica, del ferretero que piensa salvarse a través de la hija, como si los hijos debieran ser un reaseguro de nuestro futuro. Todos se mueven en torno a la ecuación sexo-dinero-poder. El mal parece gratuito pero no lo es. No me voy a poner en religioso, pero creo que el mal existe. El mal no es una cuestión teosófica, es una cuestión real, filosófica. Y lo digo sin ánimo de ser maniqueo: el mal está.

Uno sabe lo que está mal y lo que está bien. Sabe lo que es bello y lo que es horrible. Todo está marcado por la plusvalía, que puede ser metafísica, pero que es plusvalía al fin. De todos modos, a pesar de la oscuridad de Arderá el viento, hay dos finales felices en seguidilla. Uno es Tobi comprando pañales para Aniko que tuvo un bebé. La compra de pañales es como la bondad primitiva de un salvaje.

El otro final feliz es el de Dante con una enfermedad, que no sabemos qué es pero que puede ser un cáncer, que va al encuentro de su hijo mormón que lo ha rechazado. Yo sé que mis finales felices no son del todo felices, pero es lo más feliz que se me ocurre.

Foto: Edgardo Gómez

–En Arderá el viento hay un delirio de la escritura que no percibí en tus novelas anteriores y la forma en que trabajás la violencia es muy distinta.

–Porque en ésta lo que se respira es la banalidad del mal, ¿Por qué toleramos los campos de concentración? Yo hablo de la responsabilidad civil. No hay inocencia. No hay pureza. Quizá “los buenos” sean lo que no están en ese pueblo, pero tampoco zafan porque si mirás al vecino vas a encontrar una maldad. La abyección está ahí, lo que no quiere decir que cada tanto no asome una pizca de nobleza en alguna parte.

Nuestro país está envenenado. Aceptemos eso. Hemos tenido campos de concentración y esos campos han sido obra civil como el haber pedido un golpe diez minutos antes de que cayera el gobierno democrático de Isabel. Nos guste o no, el gobierno de Perón fue democrático, el de Isabel fue democrático y las tres A se produjeron en democracia. ¿Aún estamos discutiendo si fueron 9000 o 30.000? Vamos, no jodamos.

El viejo Hotel Habsburgo

–Dentro de la Villa, el ruinoso hotel Habsburgo es un espacio que tiene un gran protagonismo.

–Sí, no olvides que yo escribo en un lugar que es hotelero. Si recorrés Villa Gesell en invierno vas a ver que hay hoteles con nombres exóticos, estrambóticos, completamente vacíos: Hotel Ocean, Maribel, Don Quijote, Sindical, El  Sol Renacido… estoy inventando, pero cuando ves la cantidad de hoteles vacíos que hay en invierno pensás que  eso es un disparate. Por otro lado, este lugar hotelero también tiene un perímetro de pobreza, el conurbano, en el que la gente vive como el culo, con techos de miércoles, endebles, en un lugar en el que hay tanta hotelería vacante. Me pregunto qué pasará cuando bajen del conurbano y tomen los hoteles. Yo lo fantaseo como un malón justiciero que tendría que aparecer algún día. Desde que estoy en Gesell me pusieron tres veces, una fue de caño cuando estaba terminando Cámara Gesell. Creo que no hay conciencia de lo que nos ocurre y por qué nos ocurre. Pero uno no se puede hacer el distraído.

–Los hoteles tienen una tradición literaria.

–Sí, hay un libro de una autora francesa que recoge cartas de escritores escritas en  hoteles. El  hotel es un recurso narrativo formidable. No sé si lo aproveché bien, pero una vez que estaba ahí, me gustó jugar con eso.

 

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