En tiempos en los que el individualismo y el egoísmo se tornan sagrados en la Argentina, bien vale la pena destacar a aquellas personas que con un desinteresado altruismo pueden llegar a darlo todo por el otro. Incluso su vida. Son esos héroes anónimos que no suelen aparecer en las tapas de los diarios, aunque circunstancialmente se conviertan en noticias por sus actitudes nobles ante el peor momento que pueda atravesar un desconocido. Se trata de los imprescindibles que con su ejemplo nos recuerdan, en absoluto silencio, que a pesar de todo aún no se perdió la empatía por el otro.

El guardavidas de La Popular

Hernán Carro, de 40 años, es de Morón, el corazón del oeste Conurbano. Sin embargo, hace 14 años que eligió Mar del Plata para vivir y desarrollarse, aunque su amor por La Feliz nació cuando de pequeño solía ir con su familia a veranear. De preadolescente, empezó a surfear y así conoció a distintos guardavidas que lo orientaron por la senda que recorre hasta hoy, convertido en uno de los socorristas que está atento a todo lo que sucede en la playa más concurrida del país.

“Llegué en el verano 2008-2009 y empecé a trabajar como suplente. Es muy difícil ingresar al sistema de guardavidas y más si no sos oriundo de la ciudad. Pero era tanto el deseo de ser guardavidas y de poder vivir acá que todo ese empuje fue haciendo que se abrieran los caminos”, cuenta a Tiempo Hernán, quien finalmente en 2016 fue nombrado socorrista titular en la Playa Popular 2, dentro de la Bahía Bristol.

“Nunca pensé en morirme durante un rescate, pero sí creí que no iba a poder aguantar a la víctima que estaba sosteniendo, porque estábamos tragando mucha agua, no estaba cómodo con el salvavidas, más la desesperación de la persona y nuestra por salvarla, pero gracias a que este es un trabajo en equipo hemos podido salir adelante”, sostiene Hernán.

Uno de los rescates más duros que tuvo ocurrió hace un par de temporadas, cuando ya no estaba trabajando y hacía tiempo para irse a comer un asado. Escuchó que dos chicos se estaban ahogando en la playa de al lado y no dudó en arrojarse al mar, sin salvavidas y con la ropa puesta. “Nos terminó ayudando un surfista a mantener a las víctimas a flote y dimos toda la vuelta por la otra playa y logramos salir. Fue muy duro”, recuerda.

Los ojos de Hernán están puestos en los miles de bañistas, pero no se desentiende de lo que pasa a su alrededor. “Nos llaman si alguien tuvo un paro cardiorrespiratorio o nos ha pasado que nos trajeron dos niños perdidos y al mismo tiempo sale un rescate múltiple en el agua. Tenés que cubrir todas las emergencias”, describe. De hecho, las únicas dos personas que murieron en sus manos estaban fuera del agua, se descompensaron y si bien le practicó RCP, no lo logró mantenerlos con vida por falta de un desfibrilador automático y porque la ambulancia no llegó a tiempo. Por estos días, los bañeros reclaman ante el municipio de General Pueyrredón y el Ministerio de Trabajo, insumos para su trabajo, además de aumentos salariales.

Gran parte del trabajo de Hernán es preventivo y por eso, le dedica buena parte de su tiempo a la cuenta de Instagram @la.popu2 donde junto a su pareja suben contenido educativo sobre su tarea y que se pueda disfrutar de la playa sin riesgos, pero también conciencia sobre la problemática de la basura en la costa.

En las horas más urgentes

Para la mayoría la pandemia pasó hace una eternidad. Sin embargo, para la médica internista Eugenia Traverso Vior, de 40, el coronavirus la marcó para siempre y aún se topa a diario con sus secuelas en el hospital provincial Alberto Balestrini de Ciudad Evita, enclavado en uno de los lugares más vulnerables de La Matanza, donde es la jefa de Cuidados Intermedios. “Es una sala de internación de mediana complejidad, pero fue la que más pacientes tenía y se transformó en Cuidados Intensivos”, grafica.

Esta docente de la UNLaM reconoce que en la primera ola de contagios en su sector murieron muchos pacientes, generalmente añosos con enfermedades preexistentes. Pero la segunda ola fue de la más injusta. “Muchos jóvenes venían dentro de todo bien y de un momento a otro, en la jerga, nosotros decimos que se incendiaban. Necesitaban respirador o ventilación no invasiva y a las 24 horas se morían. Daba mucha impotencia sentir que todo lo que podías hacer no era suficiente”, puntualiza.

“Ahora todo parece normal, no es que nos hicimos indolentes pero en la pandemia lloraba todos los días. Eso hizo que después tenga una relación distinta con los pacientes y sus familiares, más afectiva”, indica Eugenia, al tiempo que detalla que hoy atienden “una altísima tasa de pacientes oncológicos, con alteraciones hepáticas por alcoholismo, con infecciones severas de las partes inferiores por diabetes no tratadas y muchos casos de tuberculosis. Todo por culpa de la pandemia porque en su momento no fueron al hospital por miedo y se agravaron los cuadros”.

Eugenia es de Banfield y tiene un hijo de 5 años. Atravesó la cuarentena con el niño recién nacido y como tantas parejas, se separó. Al igual que Hernán, encontró en las redes sociales (@detrasdelosbabijos) un lugar donde canalizar lo que le pasaba: ella a través de fotos, mientras que un colega, José María Malvido, le ponía el texto a través de crónicas.

Nadie se salva solo

Al igual que Hernán y Eugenia, Andrea Torres tiene 40 años y salva vidas. Es brigadista del Parque Nacional Los Glaciares. Es de Zapala, Neuquén, pero hace años que vive en la denominada capital del trekking, El Chaltén, en la provincia de Santa Cruz. Es comunicadora social y empezó trabajando en Comunicación en Parques Nacionales, pero luego su carrera viró hacía la atención de las emergencias: los rescates e incendios forestales.

Los rescates en la montaña tras un accidente son las intervenciones más habituales. Tras el alerta, se prepara un grupo de rescatistas con mochilas cargadas de elementos para la ocasión y una camilla. Primero atienden a la víctima en el lugar, que en el mejor de los casos puede estar en un sitio de fácil acceso, y luego se van turnando para trasladarla en camilla hasta la base.

Otra de las intervenciones cada vez más comunes que tiene Andrea, es la de encontrar personas extraviadas en la montaña. Esto se debe a que postpandemia se masificó la llegada de turistas inexpertos a estos paraísos naturales.

La hipotermia que pudiera padecer los heridos es otro de los riesgos más importantes. Por eso, la profesionalización de estos brigadistas que trabajan básicamente en casos de emergencia, es clave.

“Lamentablemente, con la crisis climática empezó a surgir la posibilidad de incendios forestales. Este año tuvimos uno en nuestra jurisdicción y otros dos en las afueras. Años atrás no era habitual”, comenta Andrea, quien resume: “Es un trabajo que involucra tu vida emocional y física, y además a tu familia, porque vos podés salir a cualquier hora y no sabes cuando volvés”.

“Para mí lo más importante es el trabajo en equipo. Nadie es un héroe individual. Necesitás de tu jefe de brigada, de tu cuadrilla, cuando por ejemplo combatís el fuego estás muy concentrada en eso, pero cerca hay gente que está viendo otras cosas y te está cuidando”, concluye.

Historias de vida

De estos héroes, Ramón Chiocconi es el menos anónimo. Es médico, rescatista de montaña, integrante de la Comisión de Auxilio del Club Andino de Bariloche, donde llegó a ser el jefe y también fue legislador de Río Negro. Nacido y criado en Bariloche, desde su adolescencia comenzó a subir a la montaña, escalarla y recorrerla. A los 18 añosde participó de los primeros rescates, siempre de manera voluntaria.
Estudió Medicina en la UBA por vocación, pero también por mandato familiar implícito porque su padre era galeno. A la hora de especializarse lo hizo en Medicina de Montaña, primero en Suiza y luego en Italia, España y Francia. Trabajó como médico de montaña en San Juan, en el Aconcagua, Catamarca y en Bariloche.
“La Comisión de Auxilio cumple este 2024 los 90 años. Es la más antigua del país y seguramente de Latinoamérica”, dice con orgullo Ramón a Tiempo, y describe las tareas de esta institución: “Cada uno tiene su trabajo y cuando surge una emergencia, un pedido de auxilio por un perdido o un accidentado, cada uno larga todo y se pone a disposición del operativo que sea: desde ir a buscar por una lesión menor a alguien en un refugio, que puede ser de cinco horas; o ir a buscar a un perdido que puede ser una semana de búsqueda o tener que ir en helicóptero o una avalancha que es la máxima emergencia”.
“En el 2010 cinco montañistas organizamos una expedición al Everest. Al bajar de la cumbre tuvimos dos rescates: una persona con edema cerebral, a 8600 metros de altura, probablemente uno de los más altos que se hayan hecho; y al día siguiente un segundo rescate a una española con varias fracturas que había caído en una grieta, a 6000 metros, con helicóptero, más desafiante, pero con el mismo espíritu solidario de siempre”. Otro de los rescates que lo marcó “fue una avalancha en 2002 que se llevó la vida de nueve chicos de la universidad, fue un operativo que duró toda una semana”.