El precio del huevo se ha convertido en un indicador relevante de la situación económica y social en Argentina. Su aumento sostenido, especialmente durante 2023 y 2024, refleja las tensiones estructurales de la economía, pero también el impacto social de las políticas implementadas por el Gobierno nacional.
Mientras el precio de la carne se volvió prohibitivo para buena parte de la población, el huevo se instaló como alternativa cotidiana para acceder a proteína animal. Sin embargo, esa condición que es considerada como un refugio alimentario, no garantiza estabilidad. Lejos de mantenerse ajeno a la coyuntura, el huevo sufrió un aumento impulsado por una combinación de inflación persistente, políticas de liberalización económica, falta de regulaciones sectoriales e ineficiencias estructurales en la cadena productiva.
La producción de huevos depende en gran medida de insumos dolarizados, como el maíz, la soja y la energía, y de una logística cada vez más costosa, en un contexto en el que el Estado se retiró de su rol como amortiguador de costos críticos. Esta situación dejó al descubierto una cadena productiva frágil, presionada por los vaivenes internacionales, el cambio climático, las políticas fiscales y las distorsiones propias de una economía con altos niveles de intermediación.
El actual escenario se consolidó tras una serie de decisiones políticas que apostaron por la desregulación, la eliminación de subsidios, el ajuste del gasto público y la retracción del Estado como actor en la formación de precios. Con estos cambios, la presión inflacionaria recayó directamente sobre los consumidores y sobre los pequeños y medianos productores, especialmente en sectores sensibles como el alimentario.
El huevo, que por años logró mantenerse relativamente accesible incluso en contextos de crisis, hoy exhibe señales de saturación. Su precio no solo afecta el bolsillo cotidiano, sino que también representa una señal de alarma sobre la efectividad de las políticas públicas para garantizar el acceso a una alimentación básica. Si bien el salario mínimo experimentó una mejora nominal en 2024, esa recuperación sigue siendo frágil frente a una inflación anual proyectada superior al 200% y según datos oficiales el poder adquisitivo apenas se recupera de un deterioro profundo acumulado desde 2018.
En diálogo con Tiempo Rural, el Ingeniero Agrónomo Horacio Brito analizó el impacto del precio en Córdoba que es la tercera productora de huevos del país por detrás de Buenos Aires y Entre Ríos. En esta provincia “el consumo se sostuvo entre los sectores medios y bajos gracias a su relación costo-beneficio ya que una docena de huevos representa apenas el 0,6% del valor de la Canasta Básica Alimentaria (CBA), y sigue siendo dos a tres veces más barato que el kilo de carne vacuna”. El huevo es un producto más barato solo porque otros alimentos se volvieron más caros. Esa lógica de “refugio” empieza a agotarse cuando el huevo también escala en precio, tensionado por factores como la estacionalidad, con alzas de hasta 15% en verano por el estrés térmico en gallinas, las enfermedades aviares y la escasez de combustible.
Brito analiza que en 2024 el salario mínimo “alcanzó los $234.000 permitiendo comprar 167 huevos, un 56% más que en 2023”. Sin embargo, este repunte responde más a un ajuste inicial que a una recuperación sostenible, ya que si la inflación anual supera el 200%, como anticipan muchas consultoras, la mejora será temporal. Más aún “cuando se compara con el salario promedio en Córdoba, el poder adquisitivo de los huevos comprables cayó un 11% entre 2018 y 2024, lo que muestra un deterioro acumulado del ingreso frente a los alimentos básicos”.
En este escenario, la ausencia por parte del estado Nacional por planificar la política alimentaria, se convierte en un campo de disputa. El huevo, lejos de ser un producto secundario en la mesa de los argentinos, se vuelve una medida indirecta del impacto de las decisiones gubernamentales sobre el tejido social. La aparente accesibilidad de esta proteína esconde una tensión de fondo: mientras otros alimentos subieron más y se volvieron inaccesibles, el huevo quedó como último bastión antes de la exclusión nutricional.
La falta de subsidios específicos, ausencia de políticas de amortiguación frente a shocks climáticos o sanitarios, y una matriz de insumos que depende cada vez más de precios internacionales dolarizados, dejó a productores pequeños y medianos expuestos a una competencia desigual y a consumidores cada vez más vulnerables ante los vaivenes de precios.
Cuando alimentos esenciales como el huevo comienzan a escalar de precio a pesar de ser la opción de refugio para los sectores más vulnerables, lo que está en juego ya no es solo la inflación, sino la legitimidad del modelo que la produce. En un país donde el termómetro social se mide muchas veces por lo que hay o no en la olla, la evolución del precio del huevo dice más de lo que parece.