Las siluetas negras que traza Kara Walker abren sentidos contra el racismo y la discriminación en Estados Unidos: exponen la contracara negra del Sueño Americano. Y sus esculturas en bronce, dibujos, grabados, esculturas monumentales y murales en papel denuncian la desigualdad y la esclavitud. Un vigor artístico y político que se expone -hasta noviembre- en la flamante muestra sobre Kara Walker en Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929): así ella conjura siglos de opresión a través de su arte revelador.

Kara Walker, nacida en 1969 en Stockton, California, es “una de las figuras más influyentes del arte contemporáneo internacional”, dice la Fundación Proa en el vasto catálogo de la muestra, sobre todas las facetas de una artista “que combina belleza, ironía y crudeza conceptual”, al dialogar con la historia y con la cultura visual. Allí se destacan sus siluetas recortadas, pero ellas son apenas el puntapié de una obra con “gestos formales y conceptuales que redefinen lenguajes e imaginarios”.
Por primera vez en Argentina y Sudamérica, el acervo de Walker en la muestra interpela los sentidos y las nociones sobre lo instituido: conmociona y genera preguntas constantes.
La exhibición en Fundación Proa, de miércoles a domingos de 12 a 19, ofrece una selección de obras realizadas entre 1994 y 2021: son 27 años de producción. Allí están sus grandes murales en papel -una técnica del siglo XVIII que ella resignifica-, las esculturas, los dibujos, las serigrafías y hasta las videoanimaciones: un muestreo representativo.
En las siluetas recortadas, que Walker emplea en múltiples formatos y soportes, se ven esclavos con grilletes, cuerpos negros en danza, mujeres oprimidas y otras empoderadas: gestos catárticos, otros represivos y, en oposición, los liberadores. Así no sólo se tematizan el racismo y la opresión, sino a la vez los feminismos, las disidencias y el maltrato social en general: los efectos históricos más allá de la hegemonía discursiva en Estados Unidos. ¿Y qué más provoca esta producción en el público? Es una diversidad de emociones para abrir la mente y dejarse conmover.

Dice Fundación Proa que aquí “la belleza opera como trampa: la elegancia formal y el humor a primera vista conducen, a medida que se observa con detenimiento, a escenas de gran crudeza, generando una experiencia ambigua que seduce y a la vez desestabiliza a quien la mira”.
En Proa, la muestra de Kara Walker se distribuye en tres salas. En la primera hay dibujos y videos tempranos. En la segunda están las siluetas recortadas y grabados, entre otros proyectos. Y, en la tercera, las esculturas monumentales: una de ellas es una esfinge afroamericana mitad animal y mitad mujer.
También hay fotografías de otros proyectos señeros de Walker junto a maquetas y bocetos.
Kara Walker, una innovadora
Cuenta Mayra Zolezzi, una de las integrantes del departamento de curaduría y programación de Fundación Proa: “Kara Walker destacó siempre por su innovación en la técnica del dibujo, luego de las siluetas, del video y, más tardíamente, de las obras monumentales, que hizo para lugares como la Domino Sugar Factory de Nueva York o la Tate Modern de Londres. Ella tiene la versatilidad y la destreza para abordar temas del imaginario popular y la identidad de una nación”.

Es, prosigue Zolezzi, “un universo muy propio de la historia norteamericana, de África y de los esclavos, del trabajo de mano de obra forzada y de su traslado a través del Atlántico. Desde Fundación Proa buscamos dar un panorama representativo de todo lo que ha creado Kara Walker a lo largo de los años”. ¿Cómo organizaron la curaduría? “Trabajamos con el Walker Art Center de Minneapolis y el Sikkema Malloy Jenkins de Nueva York, que contribuyeron en forma clave”.

El Walker Art Center aportó las obras más tempranas de la artista, del ’94: los dibujos más pequeños del principio. “Las ideas se extienden en la segunda sala con veintisiete serigrafías -las siluetas-, a escala más grande, y en la tercera están los monumentos, que en realidad funcionan como antimonumentos”, observa Zolezzi.
“Tenemos un cuerpo de obra que refleja las transiciones de Kara Walker desde su etapa temprana hasta la tardía. Y, en las fotografías, ella reflexiona alrededor de los monumentos y toda la iconografía sobre la esclavitud y el patriarcado”.
¿Qué sintió Zolezzi al ver tantas creaciones? ¿Qué captó como curadora? “Las obras tienen algo impactante y contradictorio -responde-. Pero yo siempre termino de cerrar el proceso cuando veo cómo interactúa el público. Y ésta es una producción que da para mucho análisis: hay algo hasta caricaturesco, carnavalesco, en esas siluetas que están en movimiento, pero con un trasfondo muy triste y complejo. De hecho, hay escenas de violencia explícita”. Allí está la puesta en cuerpo del espectador: con sus obras, Kara Walker da testimonio y ejerce la memoria.
“Es la realidad terrorífica de toda una generación que vivió la discriminación y el racismo en carne propia, años atrás -siente Zolezzi-. Y luego están las segundas, terceras y cuartas generaciones, que atraviesan problemáticas con las autoridades y las instituciones: arrastran un montón de dolores del pasado”.

Y ello no sólo sucede en Estados Unidos: “Walker trabaja sobre el conflicto de la esclavitud y éste trasciende a Norteamérica: hay nuevas corrientes historiográficas que hablan de un proceso de mestizaje muy fuerte en torno a la comunidad y la identidad marrón en Argentina”.
La presidenta de Fundación Proa, Adriana Rosenberg, dice en la entrevista que le hacen en el catálogo de la muestra que lo que Walker hace “tiene conexiones profundas con experiencias y procesos que también atraviesan a América Latina: son las formas de violencia, la exclusión, el racismo, la desigualdad estructural y las diferentes posturas respecto de las narrativas históricas”.
En sintonía, Walker también muestra cómo los diseños tribales africanos fueron centrales en el paso del realismo a lo abstracto en artistas como Pablo Picasso.
Pero no es la única huella que sigue. También hay, en sus dibujos, alusiones a la ilustración popular del siglo XIX, a los cuentos infantiles, a las caricaturas y los caprichos de Francisco de Goya. Como dice Zolezzi: “Walker trabaja con líneas muy transversales a nivel histórico y estético. Esperamos que el público que venga se sienta confrontado”.
Por eso dicen, justamente, desde Fundación Proa: “La obra de Walker propone una relación activa con el público: sus instalaciones proyectan sombras, imponen recorridos inmersivos y lo comprometen no sólo en lo espacial, sino en lo ético. Intervenciones como A Subtlety y Fons Americanus han generado debates públicos sobre urbanismo, memoria y representación, convirtiéndose en hitos culturales de la última década”.
¿En qué sentido? “Obras como Fons Americanus se apropian de los códigos del monumento público para subvertirlos desde adentro: en lugar de exaltar gestas consideradas ‘heroicas’ revelan ausencias y violencias invisibilizadas por esa retórica celebratoria”, opinan desde Fundación Proa.
Y en la misma entrevista del catálogo, Rosenberg estipula: “Su obra nos interpela desde un lugar más ligado a la condición humana y a los mecanismos que sostienen ciertas jerarquías en distintas geografías y momentos históricos”.
Si bien lo europeo y lo religioso son también atravesados por el tamiz político, irónico y catártico del ojo de Walker, la historia norteamericana es el recurrente núcleo de sus obsesiones. Basta ver la serie de obras dibujadas y tituladas Final Solutions: “Emancipation Proclaimation”, “Words Too Heavy for my Head” y “Free Northern Girls”. El punto de vista afroamericano grafica la larga marcha hacia el cese de la esclavitud. En su humor gráfico explícito, Walker exterioriza su sarcasmo y su frustración, pero tampoco acalla su voz.
Y luego está la instalación A Subtlety, or the Marvelous Sugar Baby: la primera obra de arte público y de gran escala de Kara Walker. “La gigantesca escultura de azúcar de Walker -dicen desde Fundación Proa- habla del poder, la identidad étnica, los cuerpos, las mujeres, la sexualidad, la esclavitud, el refinamiento del azúcar, su consumo excesivo y adictivo, la desigualdad de la riqueza y el poder industrial”.
Y Zolezzi lo ve así: “Walker no hace un historicismo riguroso, sino más errático, pero eso también configura su universo tan potente y desafiante”.