Cuando se denigra y se envilece, se tornan inservibles aquellas cosas que fueron útiles; es una maniobra para acentuar desprestigios, para hacer desparecer lo útil, la historia y llegado el caso las personas. Algo recurrente en nuestras derechas vernáculas, procedimientos que se encadenan en el tiempo y parecen volver. Decir, por ejemplo, los que tuvieron la desgracia de caer en la escuela pública, hablar de escuelas váucher y vivir castigando a los docentes, eligiéndolos como rivales predilectos, es parte de los tiempos miserables que corren y acentúan su rumbo.

El barrio de La Boca, tal vez, fue uno de los más favorecido por la tan mentada ley 1420, que nos habla de educación obligatoria, gratuita y laica. Ese lugar que supo atesorar a inmigrantes del mundo, mayormente italianos, quienes educaban a sus hijos en acuerdo a las instituciones italianas, cosa que hacían casi todos los inmigrantes. Allí radica uno de los grandísimos aportes de esta ley, que sentó principios de igualdad educativa y valores nacionales, tan beneficiosos y que tanto tuvieron que ver con el ascenso social, negado allende los mares

En ese barrio increíble, su creador Benito Quinquela Martín, fue criado por una familia de carboneros de la calle Magallanes, a metros del Riachuelo.  Desde tempano sintió la vocación por pintar su aldea. Tuvo la suerte de poder estudiar en Europa, gracias a aportes, entre otros que hicieron solidariamente sus vecinos.

Con el tiempo y ya consagrado, quiso agradecer. Y fue el gran impulsor del desarrollo, educativo, cultural y artístico del barrio. Pocos fuera y dentro del barrio, saben que todo ese conjunto de instituciones que se encuentran en Vuelta de Rocha tienen que ver con él. Quinquela le donó a su querido barrio la Escuela Museo, el Teatro de la Ribera, el Lactarium, el Hospital Odontológico Infantil, y la Escuela de Oficios y Artes Gráficas, que hoy gracias a la desidia, la falta de proyectos y el abandono intencional, el Gobierno de la Ciudad quiere cerrar.

Ese conjunto cubría la educación primaria dentro de un museo de arte, donde en sus altos el gran artista tenía su vivienda. El Teatro de la Ribera estaba hecho para la cultura escénica. El Lactarium para alimentar infancias. Era un gran recipiente tubular que contenía leche, donde por medio de una importante cantidad de mangueritas, los bebés podían alimentarse.

El Hospital Odontológico garantizaba el cuidado bucodental. Como buen observador sabía que la pobreza no se llevaba bien con las dentaduras infantiles. Y por último, la Escuela de Artes Gráficas y Oficios, con la posibilidad del trabajo. Ese es el legado de Quinquela a su barrio. Hoy diríamos que podría ser una política social integral, con educación, cultura, alimentación, salud e instrucción laboral.

La denominada Escuela Técnica N°31 “Maestro Quinquela” fue creada por el artista en 1940, como un centro de excelencia, que debería ser recuperado con ese espíritu que hizo grande a La Boca.

Cuando se creó el aún inconcluso e insulso Distrito de las Artes, durante el gobierno de Mauricio Macri en la Ciudad, me tocó participar en la Audiencia Pública. Allí planteé que antes de crear, había que rescatar aquellos lugares genuinos y no impuestos para generarle mayor gentrificación al barrio. Nadie se opone a lo nuevo, pero… “todo a su tiempo y armoniosamente”. En La Boca existe aún y a pesar de todo, un importantísimo patrimonio, no en vano es el lugar más visitado, por turismo propio y ajeno.

Expliqué en esa ocasión que darles posibilidades a los privados para desarrollos culturales era una política, pero también había que dar alguna señal concreta por parte del Estado en términos de lugares como esta escuela. Es una gran contradicción que allí donde se quiso desarrollar un Distrito de las Artes, el Gobierno de la Ciudad cierre una Escuela de Artes y Oficios.

¿Por qué no se desarrolló un lugar moderno y acorde, de acuerdo con las necesidades y las realidades de nuestros pibes y pibas? ¿Por qué no se le aportó tecnología? ¿Por qué no se orientó a la salida laboral? Allí, me consta, se dictan excelentes clases de fotografía, por ejemplo.

No hubo creatividad ni voluntad por dar una posibilidad o crear fuentes de trabajo.

La Boca debe mirar sus posibilidades de desarrollo y a esa escuela se la debe asociar con la recuperación del barrio y el Riachuelo. Podría ser un importante insumo de souvenires, presentes, o merchandising propio, una marca propia de La Boca, surgida de una escuela organizada para dar cabida a los oficios.

Se podrían generar propuestas mejores que la variopinta y berreta oferta de mates y boludeces tangueras obvias que se les ofrecen a los turistas. Elementos artísticos y artesanales de calidad, hechos por nuestros pibes y pibas. Esta destemplada decisión corrompe el espíritu colaborativo del barrio, borra su historia e ignora el legado de quien, siendo huérfano y adoptado por un tano y una india, inventó un barrio y pensó en los pibes pobres. Quinquela pensó en el futuro, no en este miserable final.