Las pastas son consideradas como sinónimo de Italia. Sin embargo, muchas teorías refutan que hayan nacido en el lugar que las tomó como propias y las transformó en un rasgo de su  identidad. Según sostienen algunos historiadores de la gastronomía, su origen sería chino porque los chinos, según parece, lo inventaron todo, desde los fideos a la pólvora.

Los defensores de esta teoría acerca del origen de la pasta sostienen que habría sido el gran viajero Marco Polo quien las habría introducido en Italia a fines del siglo XIII  luego de recorrer las lejanas latitudes orientales  y permanecer en tierras extrañas durante 17 años junto con su padre y su tío.

Desde entonces ha corrido tanta historia bajo los puentes que la teoría resulta incomprobable. Lo único cierto es que las pastas merecerían figurar en el Libro de las Maravillas, fabulosas crónicas de viajes de Marco Polo en las que se mezclan lo real y lo maravilloso. No es menos cierto que cuando alguien o algo –las pastas en este caso- alcanzan un nivel de excelencia, son varios los países que se atribuyen su origen.

Si a Carlos Gardel se lo disputan Uruguay y Argentina, a los fideos –la forma esencial de la pasta- se los seguirán disputando para siempre Italia y China aunque haya sacado carta de ciudadanía en otros países. Argentina es  un ejemplo paradigmático de esto. Si bien es cierto que la pasta no nació aquí, la hemos adoptado como propia y hasta hemos desarrollado una forma muy particular de la pasta que no existe en ningún otro lugar del mundo: “El Fideo Di María” cuyo primer nombre, además, es Ángel lo que establece una relación directa con un tipo particular de pasta: los cabellos de ángel que suelen utilizarse en las sopas invernales.

Volviendo al origen de la pasta, los chinos habrían sido los inventores y consumidores de unos fideos preparados con harina de arroz tan blancos como la cara pintada de  un mimo y muy etéreos, casi intangibles, que hoy se consiguen en cualquier mercadito chino, lo que constituye un punto a favor de la teoría que les asigna a las pastas un origen oriental.

Sin embargo, el hecho de que los chinos no utilizaran harina de trigo le hace pensar al historiador de la gastronomía John Dickie, que la teoría que afirma que la pasta surgió en China es en realidad un típico cuento chino. 

En efecto, entre los siglos IX y XI, los musulmanes invadieron y ocuparon Sicilia. Allí habrían ampliado el repertorio de la agricultura del lugar sembrando limones, almendras, pistachos e higos. Pero, además, habrían dejado su marca culinaria en la cocina siciliana. Una de esas marcas fue, precisamente, la pasta que hoy se consume en Italia como en muchos otros países. En Europa, especialmente en Italia, por lo tanto, la pasta se consumiría desde la Edad Media, aunque su origen sería muy anterior.

Hay otras teorías que sostienen que la pasta sería una comida antiquísima porque ya en el siglo IV antes de Cristo la habrían consumido los etruscos. Así lo demuestran dibujos encontrados en una tumba etrusca donde aparece un grupo de gente comiendo lo que aparentemente serían fideos.

Lo cierto es que, más allá de su origen, las pastas son tan ricas que fueron adoptadas en muchos países. Uno de ellos es la Argentina donde aquí sí vino con los italianos. Nuestros abuelos inmigrantes solían consumirla hecha a mando los días jueves y domingos, es decir, obligatoriamente dos días a la semana. La tallarinada o la raviolada del domingo ya pasaron a formar parte de nuestro folklore.